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Tomás Alcoverro: "Sería una tragedia para el mundo que el Líbano desapareciera tal como es"

Hablamos con "el decano" de los corresponsales en Oriente Medio, para poner en perspectiva la explosión del pasado martes

Tomás Alcoverro durante una charla en el Caixaforum de Barcelona en 2017 / Cadena SER

Madrid

Ayer sábado, cientos de miles de libaneses se lanzaron a las calles a pedir las cabezas de sus dirigentes, muchos de ellos antiguos señores de la guerra, y la caída del sistema clientelar en lo que llamaron el "día del juicio”. En la Plaza de los Mártires se encontraron gas lacrimógeno y balas, unas de goma y otras muy reales. Beirut ha amanecido con cerca de 300 heridos y un policía fallecido. Hassan Diab, el primer ministro, anunció que propondría al Consejo de Ministros elecciones anticipadas tras un proceso de transición de dos meses.

El pasado martes, la explosión de 2750 toneladas de nitrato de amonio almacenadas en el puerto de Beirut desde hace más de seis años  devastó la capital del Líbano: más de 150 muertos, 5000 heridos, y daños estimados en 12 mil millones de euros. Tal fue la intensidad del temblor que lo sintieron incluso en Chipre, a 230 kilómetros de distancia. El origen de la explosión aún no ha sido aclarado y está en marcha un investigación de las autoridades libanesas. Veinte funcionarios han sido detenidos, incluido el director de aduanas y el gerente del puerto. Organizaciones como Human Rights Watch piden una investigación independiente para esclarecer los hechos.

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Para contextualizar lo ocurrido y ofrecer una mirada con perspectiva, hablamos con “el decano” de los corresponsales en Oriente Medio, Tomás Alcoverro, que continúa residiendo en Beirut tras ejercer durante más de medio siglo como como periodista del diario La Vanguardia en París, Atenas, y la capital del Líbano.

El Líbano, situado en una posición geoestratégica en la otra orilla del mediterráneo, es uno de los lugares con más vida e historia del levante: desde la civilización fenicia hasta su independencia de Francia en 1943, pasando por el Imperio Otomano. Su cultura y habitantes se resisten a las divisiones simples y antagónicas entre Oriente y Occidente. Sin embargo, el país no ha terminado de levantar la cabeza desde 1990, cuando terminaron 15 años de guerra civil e intervenciones extranjeras. En el verano de 2006 tuvo lugar otra guerra, entre Israel y Hezbolá, y desde hace meses el país atraviesa una crisis económica que había llevado al Líbano al borde del colapso en plena pandemia mundial. La tragedia ocurrida el martes ha sido la puntilla para una población a la que apenas le queda algo que perder.

Sobre la marcha de ayer, “una jornada más de tristeza y de intentar salir de una situación tan crítica”, Tomás resalta que, tras la tragedia, “la gente que se sentía desgastada por todo lo que está ocurriendo en este pobre país ha vuelto a tener fuerza para decir que no quiere a esta clase dirigente, contra la que empezó a manifestarse ya en el mes de octubre”.

Aún impresionado por la devastación que la explosión provocó en unos pocos segundos y que “podría desbordar los quince años de guerra”, Tomás hace balance de los últimos meses: “hasta antes del martes las cosas estaban completamente anquilosadas, también quienes protestaban, muy, muy defraudados”. Desde que empezó la llamada “revolución de octubre” el año pasado ha caído un gobierno y otro ha sido incapaz de contener la sangría.

La lira libanesa ha perdido el 80% de su valor, lo que unido a la inflación ha arrasado la maltrecha economía libanesa. El Banco Mundial estimaba el año pasado, antes de que se agravara la crisis económica y llegara el coronavirus, que un 50% de los libaneses vivía por debajo del umbral de la pobreza. A ello hay que sumar que aproximadamente un 30% de la población son refugiados, principalmente sirios y palestinos. Al puerto de Beirut llegaban el 60% de las importaciones de un país que necesita comprar productos básicos como los cereales, cuyas reservas desaparecieron casi en su totalidad con la explosión.

Protestas antigubernamentales del 8 de agosto en Beirut / STR/NurPhoto / Getty Images

El día a día del país ya incluía cortes diarios de electricidad, enormes dificultades para sacar dinero en efectivo de los bancos y una perenne crisis de residuos y basuras.  Esta semana se ha registrado un récord de casos diarios de coronavirus, rondando los 300 en un país que no llega a los 7 millones de habitantes y tiene una alta densidad de población, especialmente en sus ciudades. Los hospitales ya estaban saturados y sin recursos antes de lo ocurrido esta semana. 

A Tomás no le gusta especular, pero ahora, “después de esta sacudida apocalíptica… no diré cambiar, pero quizá las cosas puedan intentar cambiar”. En cualquier caso, es escéptico respecto a las posibilidades de acabar con el sistema confesional, que no solo ordena el Estado y su débil democracia, sino la vida cotidiana de todos sus habitantes: “cosas tan importantes como el matrimonio, el divorcio, la transmisión de propiedad o herencia, dependen de las distintas legislaciones sectarias que tiene cada comunidad.”

La ayuda internacional llegará, pero los manifestantes temen que permita sobrevivir al poder establecido, nos cuenta Tomás. Hoy tiene lugar una conferencia internacional de ayuda, auspiciada por la Francia de Emmanuel Macron, cuya visita “ha dividido todavía más al Líbano”, que contará con el respaldo de Naciones Unidas y la presencia de las principales potencias internacionales, incluida Estados Unidos.

¿Llegaremos a conocer cómo pudo ocurrir la explosión? ¿Se depurarán responsabilidades? Tomás se remite al pasado, a las tragedias y magnicidios aún sin resolver: “el Líbano es un país donde la impunidad está garantizada”. El Tribunal Especial para el Líbano de La Haya puede despejar una de esas incógnitas el próximo 18 de agosto, cuando se pronuncie sobre el asesinato del primer ministro Rafiq Hariri en 2005. Mientras tanto, “la sensación es que las cosas son enormemente imbricadas. Las injerencias internacionales de un lado y de otro que se apoyan sobre grupos libaneses comunitarios complican aún más la cosa”.

Tomás suele repetir que quien crea haber entendido el Líbano es porque se lo han explicado mal. ¿Seguirá girando la noria de Beirut? ¿Le quedan plumas al ave fénix? Una cosa está clara, “sería una tragedia para el mundo que este país desapareciera tal como es”.

 
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