A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
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Ojalá

"Apenas el mundo se ponga en marcha, van a volver los autos, el amontonamiento en el subte y en los colectivos, los bocinazos, los gritos, el smog, las palomas contaminadas, las plazas sucias de basura, las bolsas de plástico tiradas en la calle, las peleas de borrachos"

La periodista y escritora argentina, Leila Guerriero / Cadena SER

Buenos Aires

Fue el miércoles a la mañana. Desde mi departamento se ve el pequeño teatro que está al otro lado de una avenida. Funciona en una casa vieja, al fondo de un largo pasillo que, en verano, está repleto de jaulas con pájaros y macetas con flores pasadas de moda, un paisaje que, por algún motivo, me hace pensar en el campo y en visitas esporádicas a parientes políticos que tenían casas con galerías cubiertas y macetas con malvones y hortensias. Yo casi nunca voy al teatro –ni a ese ni a ningún otro-, pero conozco al dueño: es un hombre de unos setenta años que abrió el sitio hace tres décadas, y lo maneja en sociedad con su hijo. En épocas normales hay mucho público, las obras se mantienen varios meses en cartel, y algunas pasan a salas más prestigiosas. Ahora está cerrado desde marzo, cuando comenzó el confinamiento obligatorio en Buenos Aires, y los teatros no tienen perspectiva de abrir. Durante todos estos meses, cada vez que salí a hacer las compras vi, debajo de la puerta de entrada, hojas secas y una cantidad asombrosa de sobres con facturas de luz, de gas, de agua, de impuestos municipales. Pero el miércoles pasado vi, desde la ventana de casa, a dos operarios que colocaban una escalera en la vereda, descolgaban el cartel del teatro e izaban, en su lugar, el de una inmobiliaria con la leyenda de Se vende o se alquila. El hombre con quien vivo estaba tomando el desayuno en la cocina y lo llamé. Le señalé el teatro y le dije: “Mirá”. Él miró. Vio el movimiento de los hombres, el ballet mortuorio de los carteles como ataúdes suspendidos en el aire, y me dijo: “Era esperable”. Después, me pasó un brazo por los hombros y siguió diciendo, sin ironía: “Pero todo va a volver cuando haya una vacuna. Apenas el mundo se ponga en marcha, van a volver los autos, el amontonamiento en el subte y en los colectivos, los bocinazos, los gritos, el smog, las palomas contaminadas, las plazas sucias de basura, las bolsas de plástico tiradas en la calle, las peleas de borrachos”. Cuando terminó de hablar, dije: “Ojalá”. Sólo después me di cuenta de lo que acababa de decir, y de que lo había dicho muy en serio.

 
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