
La política y el cerdo
Que las consecuencias del suceso meteorológico en algunas áreas de España merezcan la condición de zona catastrófica, no supone que su declaración deba ser inmediata.
Dice la voz popular que la naturaleza es sabia, a lo que responden los científicos especialistas que no, que la naturaleza suele ser cruel, porque no acepta que se la destroce y tiende a recuperar con rabia lo que considera suyo y se le ha robado. Lo demuestran los ríos que al desbordarse inundan las casas construidas en sus cauces, donde no deberían estar. Los temporales marítimos que destrozan paseos y edificios demasiado cercanos a un mar del que olvidamos su capacidad de embravecerse, o el cambio climático que nos lanza sus severas advertencias, provocando que fenómenos más propios del otoño ahora se hayan desplazado el invierno, y éste recupera así su condición de estación de frío, abrigo, nieve y hielo y pala.
Que los meteorólogos hayan sido precisos en sus predicciones no significa que las administraciones hayan sabido ser cuidadosas con sus previsiones. Y aunque lo que pasa hoy en Madrid no se diferencia de lo que suele pasar en otras grandes ciudades mundiales, eso no significa que aquellas respondan mejor. Por tanto, que las consecuencias del suceso meteorológico en algunas áreas de España merezcan la condición de zona catastrófica, no supone que su declaración deba ser inmediata. Quienes se apuntan a tanta urgencia desde el ombligo del país desconocen las dificultades, esperas y tardanzas que han tenido que soportar los habitantes de regiones mucho más castigadas y con mucha mayor frecuencia por los avatares del tiempo. Y convertir esta legítima reivindicación en otra absurda batalla partidista no hace más que certificar la estrecha relación de la política con el cerdo, el único animal del que se aprovecha todo.
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