
Richard Blanco: "Mis padres me dieron historias y Obama la oportunidad de contarlas"
Charlamos con el primer poeta, inmigrante y latino que participó en la segunda toma de posesión del expresidente Barack Obama
Richard Blanco abrió su carpeta y con gesto tímido empezó a leer su poema One Today. Millones de personas le escuchaban. Nunca olvidará aquel día.
Richard Blanco (Madrid, 1968) es el primer poeta inmigrante, el primer latino y la primera persona abiertamente gay que ha recitado un poema en la investidura de un presidente de los Estados Unidos. El mundo entero escuchó sus versos aquel 21 de enero de 2013 durante la segunda investidura del entonces presidente, Barack Obama. Hombre de poesía comprometida aquel día dio voz a miles de estadounidenses inmigrantes, como él.
La madre de Richard, embarazada de siete meses, y el resto de su familia tuvieron que abandonar Cuba y llegaron a Madrid a finales de 1967. Él nació el 15 de febrero de 1968 y poco después su familia volvió a emigrar, esta vez a Nueva York. Con tan solo unas semanas Blanco ya pertenecía a tres países. Finalmente, su familia se instaló definitivamente en Miami en donde se crió. "Fui fabricado en Cuba, hecho en España e importado a Estados Unidos", comenta con humor.
Aunque en 1991 se licenció en ingeniería en la Universidad Internacional de Florida siempre supo que lo suyo era la escritura, dar voz a los miles de latinos que, como él, han tenido que abrirse camino en Estados Unidos. Escribir para explicar su identidad cultural. Explicar sus raíces. “Mi sentido de la vida viene del hecho de ser cubano, eso se refleja en mi poesía”. Aquella inquietud le llevó a realizar un posgrado en escritura creativa y a publicar su primer libro, City of a Hundred Fires, en 1998, que obtuvo un gran éxito y ganó el premio Agnes Lynch Starrett de la University of Pittsburgh Press. Y así fue como la poesía se convirtió en su forma de vida. Actualmente es embajador de la Academia de Poetas Americanos, profesor universitario, colaborador en diversos medios de comunicación y autor de varios libros.
A pocos días de la toma de posesión de Joe Biden, nuevo presidente de Estados Unidos, Blanco mira al futuro con optimismo. La sociedad estadounidense está más polarizada que nunca, la extrema derecha ha emergido con fuerza y el racismo acampa a sus anchas en muchos estados. Con Donald Trump la democracia ha sufrido un ataque sin precedentes pero cree que los norteamericanos pueden abrir un nuevo camino, construir un futuro en el que haya lugar para todos. Y la poesía puede ser una de las herramientas para empezar a construir ese camino. “La polarización que vive el país y la retórica política no nos han llevado a ninguna parte. Se necesita unir en la diversidad y la poesía puede abrir espacios de diálogo”.
"Estados Unidos necesita más poesía". Y, quizás, el mundo entero también.
Hoy, uno
Por Richard Blanco
Un mismo sol hoy, encendido sobre nuestras costas,
se asoma sobre las Smokies, saluda las caras
de los Grandes Lagos, difunde una simple verdad
a través de las Grandes Llanuras, luego a la carga por las Rocosas.
Una misma luz despierta los techos: debajo de cada uno, los cuentos
de nuestros gestos que se mueven, callados, detrás de las ventanas.
Mi rostro, tu rostro, millones en los espejos de la mañana,
cada una bostezando a la vida, culminando en nuestro día:
camiones de escuela amarillo lápiz, el ritmo de los semáforos,
puestos de fruta: manzanas, limones, y naranjas surtidos como arcoíris
suplican nuestros elogios. Carreteras rebosando de camiones plata
cargados con aceite o papel, ladrillos o leche, junto a nosotros.
Vamos de camino a limpiar mesas, a leer registros o a salvar vidas–
a enseñar geometría, o atender la caja registradora como lo hizo mi madre
durante veinte años, para que yo pudiera escribirles este poema hoy.
Cada uno de nosotros tan vital como la luz única que atravesamos
la misma luz en los pizarrones con las lecciones del día:
ecuaciones por resolver, historia por cuestionar, o átomos imaginados,
el “Yo tengo un sueño” que seguimos soñando,
o el vocabulario imposible de la tristeza que no explica
los pupitres vacíos de veinte niños ausentes
hoy, y para siempre. Muchas plegarias pero una misma luz
inhala color a los vitrales,
sopla vida a las caras de las estatuas, y calienta
los escalones de nuestros museos y bancas del parque
mientras las madres observan a los niños adentrarse en el día.
Una misma tierra. Nuestra tierra, nos arraiga a cada tallo
de maíz, a cada espiga de trigo sembrados con sudor
y manos, manos que cosechan carbón o plantan molinos de viento
en los desiertos y las colinas para darnos calor, manos
que cavan zanjas, trazan tuberías y cables, manos
tan gastadas como las de mi padre que cortaban caña
para que mi hermano y yo tuviéramos libros y zapatos.
El polvo de nuestras granjas y desiertos, ciudades y planicies
mezclado por un mismo viento—nuestro aliento. Respira. Escúchalo
en el hermoso estruendo del día: los taxis y su claxon,
autobuses disparados por las avenidas, la sinfonía
de los pasos, guitarras y el chirrido del metro,
el inesperado pájaro cantor en tu tendedero.
Escucha: columpios chillones, trenes que silban,
o murmullos en los cafés. Escucha: las puertas
que abrimos todo el día: hello | shalom,
buon giorno | howdy | namaste |o buenos días
en el idioma que mi madre me enseñó—en todos los idiomas
hablados al mismo viento que lleva nuestras vidas sin
prejuicio, mientras estas palabras parten de mis labios.
Un mismo cielo: desde que los Apalaches y las Sierras reclamaron
su majestad, y el Misisipí y el Colorado labraron
su camino hasta el mar. Agradece el trabajo de nuestras manos:
que tejen el hierro en puentes, terminan un reporte más
para el jefe, cosen otra herida o uniforme, la primer pincelada
de un retrato, el último piso de la Torre de la Libertad
resaltado en un cielo que cede ante nuestra resiliencia.
El mismo cielo hacia el cual a veces levantamos la mirada,
cansados de trabajar: unos días adivinamos el clima
de nuestra vida, otros días agradecemos un amor
que nos ama de vuelta, unas veces alabamos a una madre
que supo darnos más que todo, otras veces perdonamos
a un padre que no pudo dar lo que queríamos.
Volvemos a casa: a través del brillo de la lluvia, o el peso
de la nieve, o el rubor del atardecer, pero siempre, siempre
a casa, siempre debajo de ese cielo, nuestro cielo. Y siempre
una misma luna como tambor callado golpeteando en todos los techos
y en cada ventana de un país –todos nosotros–
de cara a las estrellas. La esperanza –una nueva constelación aguarda
que la tracemos, aguarda que la nombremos– juntos.
