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La nueva familia extensa

La catedrática de sociología de la Universidad Carlos III de Madrid analiza en esta tribuna los cambios en la actividad y conformación de las redes familiares: "La pandemia ha tenido un efecto enorme sobre la actividad de las redes familiares"

Dibujo de familia / Getty Images

Madrid

En el pasado, varias generaciones convivían en un mismo hogar, formando grandes familias extensa. Hoy las familias son mucho más pequeñas, con menos de tres personas, por lo general. Sin embargo, han aparecido redes de hogares emparentados que mantienen estrechas relaciones de ayuda mutua. Suelen ser el resultado de la transformación de familias con hijos e hijas, que, con el paso del tiempo, se emancipan y crean sus propios hogares. Los padres mayores, que siguen viviendo en su propia casa, y las nuevas familias de su descendencia no conviven, pero siguen manteniendo contactos muy directos.

La nueva familia extensa se reúne periódicamente en celebraciones como cumpleaños, santos y, sobre todo, en las Navidades, ritual de renovación de la vigencia de la red de parentesco. También se juntan con ocasión de acontecimientos familiares: matrimonios, bautizos o funerales. El círculo de parentesco alcanza en esos momentos su diámetro máximo, extendiéndose a una amplia variedad de parientes: abuelas, tíos, cuñadas, hermanos, primas, yernos o nueras. A través de las celebraciones, los miembros de la red se reconocen como tales y confirman su pertenencia a ella. Los regalos materializan la reciprocidad que rige la relación en la red. Más allá de la lógica del intercambio, las redes se rigen por la necesidad y la capacidad. Ayuda a quien lo necesita quien está en condiciones de hacerlo.

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<p>El Código Civil Español, que data de 1889, establece que dos terceras partes de nuestra herencia tiene que ir destinada a nuestros hijos, pero muchos mayores reclaman libertad de testar para dejar sus bienes a las personas que los cuidan, algo que la ley no permite hacer fácilmente</p>

Si la función social de las fiestas es mantener activos los lazos entre parientes, el objetivo principal de las redes es la ayuda mutua. Esta puede adoptar muy diferentes formas: material, emocional o de servicios. Que la den o la reciban unos u otros parientes depende del tipo de ayuda. Por ejemplo, la ayuda económica fluye, especialmente, de los de más edad a los más jóvenes, y en mayor medida de los hombres que de las mujeres. El apoyo emocional tiene algo menos de importancia porque se suele buscar en el seno de la familia nuclear o en amistades externas a la red. Lo que constituye el contenido principal de las redes familiares es el cuidado de quienes tienen dificultades para desenvolverse en la vida cotidiana. Mayores y menores reciben una amplia variedad de ayudas, a cargo principalmente de las mujeres.

Hoy, las personas de más edad siguen viviendo en su propia casa hasta edades cada vez más avanzadas. Ello es, en buena parte, posible porque hijas, hijos, nueras, yernos y demás parientes les ayudan en las tareas domésticas, la compra, las gestiones o el seguimiento médico. Abuelas y abuelos cuidan a sus nietos más pequeños, los llevan y traen de la guardería o el colegio, se quedan con ellos por la tarde o los fines de semana y, también, cuando enferman, además de llevarlos de paseo, al parque o a actividades de ocio.

Esta actividad de las redes familiares plantea algunos interrogantes: ¿Se trata de un residuo del pasado, un resto de la vieja familia extensa? ¿Es una característica propia de los países del sur de Europa?

En realidad, las redes familiares representan, desde los años ochenta del pasado siglo, un recurso fundamental para que las madres puedan mantenerse en la actividad laboral, rompiendo la pauta anterior, cuando las mujeres abandonaban el empleo al tener hijos. En un contexto de políticas de conciliación insuficientes, la ayuda de abuelas y abuelos hace posible la generalización de familias en las que tanto madres como padres desempeñan un empleo remunerado. De forma un tanto paradójica, las viejas solidaridades familiares son hoy una condición de la transformación hacia la familia igualitaria, en la que hombres y mujeres comparten responsabilidades de provisión económica. Las redes familiares no solo no son un residuo del pasado, sino que, por el contrario, hacen posible uno de los cambios sociales más fundamentales de nuestra época.

La investigación sociológica de los últimos años ha puesto de manifiesto la existencia de estas redes familiares, que canalizan la ayuda mutua entre parientes no convivientes, en distintos lugares de Europa. Lo que varía de un país a otro es el contenido y la intensidad de la ayuda. Por ejemplo, España no es de los países con mayor proporción de abuelos cuidadores, pero sí aquel en el que los abuelos dedican más horas al cuidado de sus nietos.

La pandemia ha tenido un efecto enorme sobre la actividad de las redes familiares. Tal como ponen de manifiesto las encuestas del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) sobre “Efectos y Consecuencias del Coronavirus”, se ha producido un repliegue a los hogares, provocando que muchas personas, especialmente las de menor y mayor edad, dejaran de recibir la ayuda de la familia extensa de la que antes se beneficiaban. Aunque se está todavía estudiando cómo se resolvieron esas situaciones, todo apunta a una combinación de sobreesfuerzo, fundamentalmente femenino, y necesidades no atendidas.

 
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