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Crónica:DIARIO DE UNA AVENTURA | 6ª ENTREGA

Aventura al límite

Hoy tocaba excursión. Carlos Soria decidió llevarnos a Muktinath para ver un templo hinduista al que peregrinan miles de creyentes de toda Asia. El día prometía aventura, ¡y vaya si la hubo! Quizás en exceso

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El lunes amaneció radiante y nada más pisar la calle en Jonson, el Himalaya nos regaló una espectacular vista del Nilgiri. Un '7.000' completamente nevado que no se puede ascender porque está considerado montaña sagrada y el gobierno nepalí no da permiso para subir. Igual ocurre con el cercano Machapuchare, conocido por muchos nepalíes como la 'Montaña de los Dioses'.

Todo empezaba bien, pero enseguida se complicó. El trayecto hacia Muktinath es una montaña rusa plagada de baches, piedras enormes, toboganes y subidas, curvas peligrosas, dos pasos por un río, mucho polvo y precipicios de muchos metros de altura que las ruedas del coche llegan a rozar por la estrechez del sendero.

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Nos metimos doce personas muy apretadas y emprendimos el viaje. El problema es que nos tocó un conductor mezcla de Carlos Sainz y Jackie Chan, pero con muy mala leche y un poco kamikaze. Fue como ir en una lavadora con ruedas en pleno centrifugado durante más de una hora. Nos dimos un sinfín de golpes en la cabeza, y al llegar al destino hubo que hacer recuento de costillas y vértebras para comprobar si todo estaba en su sitio.

Al bajar, comprendimos que había merecido la pena. Un paisaje excelso aparecía ante nuestros ojos con el Dhaulagiri alzándose majestuoso por encima de sus vecinas de cordillera. El templo hinduista nos fascinó, igual que el budista, más humilde pero muy acogedor. Ahí se acabaron las buenas noticias.

Volviendo hacia el Jeep Cristina, la mujer de Carlos Soria, se cayó y se hizo un esguince. Tras una larga espera, un crío de no más de 17 años se puso al volante de la lavadora con ruedas. Otra vez más meneo que en una canción de Georgie Dann. Hasta que tuvo que parar porque otro Jeep que venía en dirección contraria pinchó. Nuestro conductor ayudó a su camarada y luego con varios Jeeps parados, y atascando la infame carretera, se sentaron tranquilamente a tomarse un café y charlar en un bar de mala muerte que estaba a pocos metros. No lo podíamos creer. Más adelante nueva parada porque casi se sale una rueda de nuestro coche, sólo dos tuercas y en mal estado la sujetaban. Todos abajo. Imposible seguir. En medio de la nada, anocheciendo, con viento y frío, tuvimos que esperar a otro Jeep. Aún quedaban cuarenta minutos hasta nuestro albergue en Jonson. Antes de llegar, paró. No podía cruzar el puente. Tuvimos que llevar a Cristina en brazos hacia el otro lado y después buscar una moto que la trasladase hasta el hotel. La acompañamos corriendo al lado de la moto como si fuéramos los escoltas de Obama. Y todo en plena noche. Verdaderamente surrealista.

La recompensa fue agua fría en la ducha otra vez y nada de cobertura en el móvil. Al menos había cena. Tampoco nos podíamos quejar demasiado.

Con tal trajín, dejaremos para mañana el asunto de los sherpas, hombres rudos de montaña, analfabetos en su mayoría, pero expertos en alcanzar cimas peligrosas y en salvar vidas.

 
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