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El doctor Varela

Manuel Varela, pasión por la medicina y el periodismo

Madrid

Había muchos Manuel Varela en un Manuel Varela Uña casi centenario. Nosotros no los conocimos todos, pero podemos dar testimonio de algunos. De su formación en la Institución Libre de Enseñanza probablemente le venía esa continua modestia, su consideración, su amabilidad, su dignidad y su afecto, que tanto le agradecimos durante las últimas tres décadas, que es el tiempo que coincidimos con él. Y su educación: conoció en una reunión social al gran escritor Juan Rulfo, del que admiraba su obra y del que sabía que era parco en palabras; a pesar de que ardía en deseos de comentarle mil aspectos de Pedro Páramo y El llano en llamas, permanecieron más de una hora juntos, sentados en un sofá, absolutamente callados, para no molestar al mexicano. Cuando vinieron a buscar a Rulfo, éste se despidió con gran cordialidad:”Adiós, doctor, le agradezco mucho que no me haya hablado nada”.

De su relación con la medicina supimos por las conversaciones con él y sus amigos: fue su vida durante cuatro décadas. Cuando cumplió los 90 años, todavía cogió el ordenador y salió en defensa del sistema sanitario público madrileño, publicando un artículo en su periódico (“Las nuevas normas sanitarias para Madrid suponen un ataque demoledor para el Hospital de la Princesa”). El Hospital de la Princesa, antiguo Gran Hospital de la Beneficencia General del Estado, fue su hospital, en el que fue jefe del servicio de Ginecología (especializado en las universidades de Zúrich y Göttingen).

De su relación con la Guerra Civil la escuchamos en silencio, cuando compartía recuerdos con su gran amigo Javier Pradera, y por sus magníficas memorias (De memoria. A fuerza de tiempo, editorial Taurus): “El terremoto que para mi supuso la Guerra Civil y el exilio, y después la larguísima posguerra, pienso que son factores que han influido terminantemente en la formación y en la consolidación de los cimientos de mi vida”. Esta solemnidad se transformaba en una cierta sonrisa cuando hablaba de su experiencia el 23 de febrero de 1981. Cuando Alfredo Tejero entró en el Congreso de los Diputados, Manuel Varela estaba en la tribuna de invitados y a sus pies cayeron unas bolitas metálicas oscuras cuando empezaron los disparos. El doctor pensó que eran perdigones. Preguntó a un hosco guardia civil que estaba a su lado, que le respondió airado: “¡Qué coño perdigones, munición de reglamento”. Cuando el guardia civil se enteró de que aquel señor tan ingenuo era médico, cambio de humor y le preguntó sobre un golpe que se había dado en los testículos aquella mañana. Al salir del Congreso, Manuel Varela se dirigió a Interior, para formar parte de la Comisión de subsecretarios y secretarios de Estados que iba a gobernar el país mientras el Gobierno estuviese secuestrado. Manuel Varela escribió que, en su opinión, ese llamado Gabinete de Crisis no tuvo la importancia que luego le quisieron dar algunos.

Perteneció muchos años al consejo de Administración de EL PAÍS y del Grupo PRISA. Le recordaremos por el apoyo incansable que ofrecía para cuánto supusiera mejorar la calidad del periodismo; ayudó a quienes trabajábamos en este periódico. Será muy difícil repetir el ambiente de complicidad entre muchos miembros de aquel consejo de administración y los periodistas que asistíamos con voz pero sin voto al mismo. En esa complicidad está parte del éxito que tuvo EL PAÍS desde el principio, y Manuel Varela fue fundamental para ello. Su presencia en EL PAÍS le dio buena parte de las alegrías de las que disfrutó: “Siempre me ha producido una gran satisfacción el haber tenido la oportunidad de participar en esta empresa tan estrechamente vinculada a los grandes cambios que se han ido produciendo desde el final del franquismo”. Entró para apoyar a José Ortega Spottorno y allí hizo una amistad singular con Jesús Polanco (que también le hizo consejero de la SER). Nos consta que intentó convencerle de que no sacase a Bolsa a EL PAÍS. Varela escribe: “Siempre me ha acompañado la idea de que uno de los males del dinero es que facilita mucho las distorsiones y las contorsiones, y permite caer en desmanes y dislates. Con la sola excepción de mi vinculación a PRISA, he procurado mantenerme al margen del mundo de los negocios”.

Quizá EL PAÍS y sus periodistas fueran lo único capaz de competir con la pasión que sentía por Galicia y por su finca de Daneiro, en A Coruña, a la que dedicó tanto tiempo y tantos esfuerzos. Todavía la última vez que fuimos a visitarlo a su casa de Madrid, en presencia de su mujer, nos volvió a invitar a pasar unos días allí.

No pudo ser.

 *Este artículo se publica en la edición impresa de este sábado del diario El País.

 
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