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El tomate frito de bote no existe: los trucos que nos ha 'colado' la industria alimentaria

"Todos los trucos están adaptados a las modas", explica la farmacéutica Gemma del Caño que trabaja en la industria

El tomate frito de los botes de tomate nunca ha sido frito. Getty Images

Madrid

En menos de un segundo eliges qué producto te llevas del lineal del supermercado. Puedes cogerlo, analizar su etiqueta y pensarlo un poco más. Da igual. Tu cerebro ya ha tomado la decisión y no va a cambiar tan fácilmente. La industria lo sabe y pelea por llamar tu atención. Lleva décadas haciéndolo. Somos presa fácil. “Todos los trucos están adaptados a las modas”, explica la farmacéutica Gemma del Caño que trabaja en la industria alimentaria y conoce todos los trucos.

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“Hace años usábamos grasas saturadas como la del cerdo en los productos ultraprocesados. Empezaron a tener mala fama y nos pasamos a las vegetales. Ahora con la moda de evitar el aceite de palma y con que las grasas trans son malas, la industria está volviendo a las de origen animal”, cuenta Gemma del Caño. Con su ayuda, la de la nutricionista Rebeca Pastor y la de Antonio Rodríguez, autor del libro sinazúcar.org desentrañamos algunos de los trucos más habituales de la industria alimentaria.

1. El tomate frito no existe

Gemma del Caño y Marián García triunfaron hace unas semanas con una charla en la cita científica Naukas en la que explicaban que el jamón de york no existe, que es solo jamón cocido y en distintas proporciones según la calidad del producto. Del Caño cuenta otra treta de la industria que ha llevado a la infancia a varias generaciones de españoles: llamar tomate frito a lo que no es tomate frito.

“El tomate frito no existe y es en realidad tomate mezclado. El tomate frito no está frito, está batido; es decir, es puré de tomate. Aparte se hace una fritura con cebolla y ajo que se retira luego. Finalmente, se mezcla ese tomate triturado con el aceite. Si quieres hacer tomate frito te lo tienes que hacer tú en casa”, explica Del Caño. La opción más fácil es hacerlo a partir del tomate triturado comprado.

La normativa no impide llamarle así. “También hacemos la variante del llamado tomate casero o de la abuela. La diferencia es que tiene más ingredientes y azúcar que el resto. Utilizamos vuestros recuerdos y el que se hacía en casa era más denso, con cebolla y dulce” desvela.

2. El truco del 0%, del SIN y del CON

Los envases, con sus colores y tipografías, invitan a ser comprados.

Da igual lo que sea. El cero vende porque pensamos que todo lo que tiene algo es malo. Es una sensación engañosa porque puede tener 0% en materia grasa y un 15% en azúcar. Suele ocurrir en los yogures.

“Dibujan un 0% a un tamaño de tres centímetros y en pequeñito, en un milímetro, ponen m.g. (materia grasa.) El consumidor lo ve y dice, vale, me voy a cuidar cuando no saben que los nutricionistas recomiendan tomar los lácteos con su grasa natural porque son más saciantes y aportan vitaminas liposolubles”, dice Antonio Rodríguez.

El sin azúcar añadido también tiene truco. “A veces nos encontramos con estos productos y vemos que en los ingredientes lleva almidón de maíz que funciona como el azúcar refinado”, cuenta Rebeca Pastor que alerta de otra práctica. “Ponen en grande que lleva aceite de oliva virgen extra y si miramos la etiqueta vemos que tiene muy poco y lleva otros aceites no tan buenos”, alerta.

3. Las declaraciones nutricionales

Está regulada por la Agencia Europea y solo permite poner ciertas cosas. Una declaración nutricional es atribuirle a un producto propiedades gracias a lo que se le haya añadido. “Ponemos en grande: contribuimos al buen funcionamiento de lo que sea, generando en vuestra mente que necesitáis un aporte de vitaminas cuando en realidad no es así”, explica Gemma del Caño. Si al producto le han puesto vitamina D, en el envase leeremos que ayuda al funcionamiento o actividad normal del sistema óseo. Eso no significa que mejore, ese es el truco.

El tomate frito no existe: trucos de la industria alimentaria para vender más

Volvemos al supermercado. “El envase de unos cereales ultra azucarados destaca que lleva vitaminas A, C y D. Otro de bollería se anuncia rico en hierro. ¿Qué padres quieren que a su hijo le falte hierro? Ninguno. En cambio, el 99,9% de la población no necesita hierro. Además, unas pocas lentejas tienen más hierro que un bollo”, cuenta Del Caño. “Nos crean una falsa necesidad”, lamenta Rebeca Pastor.

4. Uso de sinónimos para ocultar el azúcar

La OMS recomienda que un adulto que consuma 2.000 calorías debería reducir a menos de 25 gramos el consumo de azúcares libres. No es fácil saber qué productos llevan azúcar porque adopta distintos nombres: sacarosa, jarabe de maíz, glucosa, fructosa, dextrosa, sirope de ágave, melaza, dextrina, azúcar de caña, miel, jarabe de malta y otros más.

5. Utilizar en el etiquetado palabras de uno de los componentes aunque sea irrisorio

Es fácil encontrar ensaladas de cangrejo que solo llevan el 0,5%. La normativa obliga a que el ingrediente simplemente forme parte del producto final. Si no es así debe poner que tiene sabor a algo como sucede a menudo en patatas fritas.

6. El eslogan

Los cereales, con vitaminas y muy azucarados, suelen estar en los desayunos de las familias.

Galletas devoragras o digestive nos llevan a pensar que nos harán adelgazar o nos ayudarán con el tránsito intestinal. “Está basado en neuromárketing, cuando estamos tomando una decisión no lo sabes conscientemente. A posteriori es cuando se produce un diálogo consciente para justificar esa decisión”, cuenta Antonio Rodríguez.

7. Integral

No está regulado y se puede utilizar aunque no lo sea en realidad. “Ni siquiera necesitamos poner integral, con que sea un poco marrón lo damos por hecho, más aún con la fama de que todo lo blanco es malo”, aclara Del Caño. No hay más remedio que mirar la etiqueta y comprobar que el primer ingrediente es harina integral.

8. Natural, artesano y casero

Triunfan muchísimo y la industria las utiliza sin freno. Puede hacerlo sin problema. “Esas palabras no significan nada, pero os gustan porque hay una sensación de quimiofobia que hemos creado nosotros desde la industria. La realidad es que no hay abuelitas ni plantaciones en las fábricas”, dice Del Caño.

9. Light

Significa que el producto tiene un 30% menos de grasa, azúcares o lo que sea frente a un producto de referencia. “Si es light y te comes dos ingieres más calorías que si tomaras uno normal”, explica la nutricionista que pide moderación a la hora de comer. “Veo en la consulta que mis pacientes se guían por las calorías que ponen en el envase. Les pido que miren a qué cantidad se refiere. No es sano tomarse medio bote de tomate con un plato de espagueti”.

10. Uso de colores e imágenes evocadoras

Ciertas imágenes provocan emociones positivas. Es habitual ver en los estantes envases de galletas con un cielo y un campo que nos lleva a la naturaleza que se asocia con lo saludable. Se utilizan colores vinculados a salud como el verde, habitual en yogures; o el rosa, muy utilizado en el jamón cocido.

La industria asiste a una concienciación del consumidor inédita hasta ahora. El reto pasa, según Gemma del Caño, por dar una información cada vez más correcta y clara en el envase.

Maika Ávila

Maika Ávila

Periodista y autora de 'Conciliaqué. Del engaño de la conciliación al cambio real'. Ha formado parte...

 
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