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Elecciones en Sajonia y Brandeburgo: radiografía de la reunificación alemana

30 años después de la reunificación de Alemania, las diferencias entre el este y el oeste del país siguen siendo palpables. A nivel político, la irrupción del Alternativa por Alemania (en alemán, Alternative für Deutschland) ha supuesto un auténtico terremoto en el panorama político alemán

Andreas Kalbitz, candidato de AfD por Brandeburgo. / Carsten Koall Getty Images

Madrid

Fundado en febrero de 2013 por Bernd Lucke, profesor de Economía de la Universidad de Hamburgo, el experiodista del diario Frankfurter Allgemeine Zeitung Konrad Adam y el exmiembro de la Unión Demócrata Cristiana (CDU) Alexander Gauland, pasó de obtener apenas 2 millones de votos (4'7%) y 0 diputados en el Bundestag en las elecciones federales de ese mismo año, a casi 6 millones (12'6%) y 94 escaños en los comicios de 2017.

La celebración de elecciones en Sajonia y Brandeburgo puede traer el dramático ascenso de la extrema derecha de AfD

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Pero, sobre todo, el protagonismo político de Alternativa por Alemania (AfD) ha alcanzado su apogeo tras haberse convertido en la principal fuerza de oposición del país, después de la reedición de la gran coalición entre la CDU de Merkel y el Partido Socialdemócrata (SPD).

El auge de Alternativa por Alemania va en sintonía con el de los partidos de extrema derecha en toda Europa. Sin embargo, pese a que desde su fundación ha tratado de desvincularse de esa etiqueta, las características de su ideario son similares a las de otras formaciones como el Front National (actualmente denominado Rassemblement national, en español "Agrupación Nacional"), en Francia, o la Lega, en Italia: un euroescepticismo fuerte, una férrea oposición a la inmigración ilegal y la defensa de los valores nacionales. El único elemento diferenciador es que AfD no tiene una figura personalista como líder, como sí ocurre, por ejemplo, en el caso de Le Pen.

El partido tiene representación en todos los parlamentos estatales, pero es especialmente fuerte en los aquellos que conforman el territorio de la antigua Alemania del Este, la República Democrática Alemana (RDA). Sin ir más lejos, en las elecciones estatales de 2016 de Sajonia-Anhalt y Mecklemburgo-Antepomerania, superó con creces el 20% de los votos. Eso sí, hasta el momento, como consecuencia del cordón sanitario impuesto por el resto de fuerzas políticas, no forma parte de ningún gobierno.

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Este domingo es una nueva prueba para calibrar, una vez más, el peso electoral de AfD, así como el apoyo popular y la estabilidad del gobierno de Angela Merkel, que afronta su última legislatura como canciller. En las elecciones regionales de 2014, el partido obtuvo el 9'7% de los sufragios en Sajonia, donde gobierna la CDU desde la reunificación, y el 12'2% en Brandeburgo, donde gobierna el SPD también desde la caída del muro. AfD se disputa la victoria en ambos estados con los partidos gobernantes.

El auge de la extrema derecha ha provocado una polarización visible, en algunos casos, a simple vista. En Dresde, capital de Sajonia, el barrio de Neustadt (en español, “ciudad nueva”), caracterizado por su vida universitaria, es un símbolo del rechazo a AfD: es fácil divisar un gran número de fachadas con pintadas y carteles contra el fascismo y la xenofobia.

El pasado 24 de agosto, unas 35.000 personas se manifestaron contra el auge de este movimiento en la misma ciudad. Sin embargo, Dresde es, a la vez, sede de PEGIDA, sigla de Patriotische Europäer gegen die Islamisierung des Abendlandes (en español, Patriotas Europeos contra la Islamización de Occidente), un importante movimiento de extrema derecha anti inmigración fundado en 2014, cuyas marchas han llegado a alcanzar una asistencia superior a 25.000 personas.

Si AfD consolida su crecimiento en las elecciones del domingo, la estabilidad del gobierno de coalición entre conservadores y socialdemócratas a nivel federal puede verse comprometida.

¿Quién vota a Alternativa por Alemania?

Franco Delle Donne es doctor en Comunicación Política por la Universidad Libre de Berlín y reside en Alemania desde hace varios años. Ha escrito, junto con el periodista y politólogo Andreu Jerez, dos libros sobre este asunto: Factor AfD: El retorno de la ultraderecha a Alemania (2017) y Epidemia Ultra: La Ola Reaccionaria Que Contagia a Europa (2019). “Si hay una palabra que define al electorado de AfD es ‘heterogeneidad. Primero tenemos un grupo descontento con los partidos tradicionales y el proceso de reunificación tras la caída del muro”, asegura.

Prácticamente todo el entramado público empresarial de la Alemania del Este quedó privatizado tras la constitución del Treuhandanstalt, una agencia estatal creada a tal fin. El desempleo pasó de un 0% en 1990 a un 15% de la población activa en 1992.

En la actualidad, el paro en esta zona continúa siendo ligeramente más alto que en el resto del país, como consecuencia de un menor desarrollo económico con respecto al oeste. Por ejemplo, en 2018, el desempleo en el estado de Baviera (oeste) alcanzó el 2’9%, mientras que en Mecklemburgo-Antepomerania (este) ascendió al 7’9%.

Desde la reunificación, en 1990, el Gobierno Federal ha ido impulsando una serie de transferencias financieras a los estados del este para impulsar su economía, pero, pese a los esfuerzos, las diferencias siguen siendo notables.

Según el instituto económico IFO de Dresde, desde 1991 hasta 2013 fueron invertidos 14.500 millones de euros en medidas de fomento del crecimiento en el este en el país cada año.

Esta situación ha contribuido a generar un sentimiento de frustración y un complejo de inferioridad entre algunos alemanes del este. Muchos de ellos votaban en el pasado a Die Linke, la formación de izquierdas heredera del antiguo Partido Socialista Unificado Alemán, que gobernó durante 40 años la RDA. “Ahora lo hacen por AfD”, expresa Delle Donne.

Pero la reunificación no fue solo a nivel político o económico, sino también cultural. Dos países con idiosincrasias diferentes pasaron a tener un mismo sistema, un elemento clave que refuerza el sentimiento de inferioridad del este respecto del oeste. En este sentido, según Delle Donne, “AfD utiliza un discurso regionalista y de orgullo de ser del este que le da muchos votos”.

Otro de los sectores afines a AfD es el votante más conservador de la CDU desencantado con la actuación de Merkel ante el gobierno. En 2015, la canciller dijo en un discurso ante el Bundestag: “si se hace bien (la integración de los refugiados), puede entrañar más oportunidades que riesgos”. En abril de 2018, el país anunció que acogería a más de 10.000 refugiados. Las intenciones de Merkel han alimentado el discurso de AfD, que ha visto en la política de la canciller una oportunidad para dar alas a su discurso.

Pero este tipo de votante también está en contra las propuestas socialdemócratas que Merkel ha asumido tras los sucesivos pactos de gobierno con el SPD, especialmente “todo aquello que tiene que ver con derechos sociales no es bien visto por el votante más conservador”.

Daniel Casal, profesor de Ciencia Política de la Universidad Complutense de Madrid, explica que “el votante del SPD también ha visto cómo su partido asumía también parte de la agenda neoliberal de Merkel”. Para Casal, este hecho no ha incidido directamente en el crecimiento de AfD, pero sí que ha contribuido a generar un sentimiento de frustración con respecto a las expectativas que los votantes tienen de los partidos políticos.

Los alemanes euroescépticos son otro de los grupos que componen la masa electoral de AfD, al calor del discurso contrario a la solidaridad financiera con el sur de Europa, tras la época de austeridad vivida en países como Grecia o España. “El discurso denuncia la existencia de una Europa del Sur que derrocha”, dice Delle Donne.

Por último, tenemos al electorado de extrema derecha, que ha visto en Alternativa por Alemania una oportunidad para expresar en público ideas que antaño eran políticamente incorrectas. Este nicho lo ocupaba anteriormente y en mayor medida el Partido Nacionaldemócrata Alemán (NPD), una formación extraparlamentaria y con presencia testimonial en el panorama político alemán.

¿Es un problema de comunicación política?

“Cuando un partido de estas características está en auge, es recurrente por parte de los partidos tradicionales decir que el problema es que no han sabido explicar bien su programa”, recuerda Casal. “La realidad es mucho más compleja: hay un problema de representación. Los partidos deben reconectar con la sociedad, representar los intereses social y ser el cauce de participación. Eso necesariamente conlleva repensar qué es un partido político y qué papel debe tener en el siglo XXI”, expresa. Delle Donne, en cambio, opina que la comunicación sí que es un problema: “hasta ahora los esfuerzos de los distintos gobiernos federales ha pasado por centrarse en el equilibrio económico entre el este y el oeste. No es solo eso, es una cuestión de valores, y el resto de partidos deben conseguir reconectar a la antigua sociedad oriental con los alemanes occidentales (...) Deben dar respuestas diferentes”, comenta.

Respecto a si se debe o no incorporar a estos partidos al funcionamiento normal de las instituciones, Delle Donne opina que no se puede ignorar a la extrema derecha, porque los temas que debaten importan a la opinión pública y pueden acabar monopolizando su debate. Integrarlos en una coalición de gobierno, en su opinión, tampoco sería positivo: “tenemos la experiencia de Austria, por ejemplo, que ha sido negativa”, dice.

Daniel Casal cree, por su parte, que “es uno de los grandes debates que vamos a tener en Europa en los próximos años. Si la extrema derecha entra en un gobierno, deberá abandonar el discurso fácil y deberá adoptar el pragmatismo. Puede funcionar o puede no funcionar”, apostilla.

 
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