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Elecciones Generales 10-N 2019

Albert Rivera, dolor y gloria: auge y caída de quien pudo llegar al Gobierno

El hombre que fue todo en Ciudadanos acaba abrasado en solo siete meses por su propio éxito, que le llevó a intentar el sorpasso y terminó sepultándole. Los 13 años de Rivera al frente de Ciudadanos

Albert Rivera durante el acto en el que ha anunciado su renuncia este lunes. / Susana Vera Reuters

Madrid

Con una de esas sonrisas que le salen a uno cuando quiere ocultar el llanto, o tal vez, visto lo visto, con una de alivio, de decisión tomada, Albert Rivera cerró su última intervención como presidente del partido que le vio nacer como político y al que él hizo nacer. Una conexión de doble sentido. En esa noche, la del domingo, se llevó la mano al corazón, aplaudió a los presentes en la sede de Ciudadanos y bajó el telón. Hasta allí había llegado. Lo insinuó en su discurso pero escondió el desenlace unas horas más. Trece años después de tomar las riendas de un nuevo partido, tras tantos virajes ideológicos que por el camino perdió a compañeros de diferente signo, el hijo mató al padre. O tal vez fue al revés. Albert Rivera, desde el inicio en Ciudadanos, se baja del partido y de la política. Rozó la gloria en abril y cayó en picado hasta estrellarse en siete meses.

Ciudadanos nació en 2006 inspirado en el manifiesto lanzado un año antes por un grupo de intelectuales cuyo principal punto de unión eran sus reticencias ante el nacionalismo catalán. "El nacionalismo es la obsesiva respuesta del actual gobierno ante cualquier eventualidad", escribían en aquel primer texto firmado por, entre otros, Albert Boadella, Francesc de Carreras o Arcadi Espada. Su consenso duró lo que apenas un par de lecturas de aquella declaración.

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La plataforma Ciudadanos de Catalunya fue derivando -segundo manifiesto mediante- en Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía y bastó un congreso fundacional para que Albert Rivera fuera nombrado presidente del partido. Ahí ya comenzó a resquebrajarse el entendimiento que se había fraguado sobre la bandera de enfrentar el nacionalismo, que andaba entonces aprobando el Estatut de Catalunya más tarde recurrido por el PP. En su primera asamblea, el Partido de la Ciudadanía aprobó una enmienda introducida por Francesc de Carreras, el padre fundador que acabaría escribiendo el 'Querido Albert' al "adoloscente caprichoso Albert". Por aquella enmienda, la recién nacida formación se definió como un partido de centro-izquierda, liberal y socialdemócrata, palabras que precipitaron el primer estallido y que algunos de los miembros más conservadores abandonaran el proyecto.

Fue una época en la que todavía no había presencia institucional. Rivera, que pasó una temporada breve en las Nuevas Generaciones del PP, se resisitió al principio a ubicar el partido en el eje izquierda-derecha, buscando un limbo que se formaba con las palabras "libertad" e "igualdad"; pero acabó aceptando lo que figuraba en los estatutos del partido. Un tiempo.

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La entrada en las instituciones

Ciudadanos encajó deprisa en Cataluña. Solo cuatro meses después de su Congreso Constituyente entró en el Parlament catalán con tres diputados. A la cabeza de ellos, Rivera, que iba a experimentar otro abandono. Su ambición trepó como lo hacían las expectativas electorales de Ciudadanos y para colmarlas quiso colocar al partido en buena posición continental. A las elecciones europeas de 2009 se presentó en coalición con Libertas, un partido fundado por un multimillonario irlandés que defendía postulados de corte xenófobo y antiabortista. Aquello le costó otra ruptura. Antonio Robles y José Domingo, los dos diputados que, junto a él, tenía Ciudadanos en Cataluña se marcharon al grito de "se han cargado el partido". Acusaron a Rivera de carecer de ideología y cogieron la puerta.

El electorado se mostró dispuesto a obviar el viraje que, siendo como fue en unas europeas, tuvo menos presencia mediática de la que podría haber tenido. Aparcado el lapsus -el propio Rivera reconocería después que ir con Libertas fue un error-, no pasó factura. Repitió el número de escaños en las elecciones de 2010 y logró que con el tiempo se olvidara su desliz.

Después todo fue crecimiento. El partido medró deprisa, aupado por un relato que hablaba de la imposición lingüística y le otorgaba espacio en medios estatales, combinado con un discurso más centrado en otras materias que el del PP. En 2012, cuando Artur Mas y Rajoy se arrojaban la balanza fiscal y el presidente catalán optó por adelantar elecciones, Ciudadanos triplicó sus escaños. Subió de 3 a 9 y su perfil fuera de Cataluña tomó más forma.

A por la presidencia del Gobierno. Del pacto con el PSOE al veto

Dos años después ya tenía preparado su salto a la política nacional. En 2014 comenzó a tejer una serie de alianzas fuera de Cataluña para formar una estructura que le permitiera tener nombres en las listas y Rivera salió dejando el mando allí a Inés Arrimadas. La situación era propicia para la emergencia de nuevos partidos, con el bipartidismo avanzando en su proceso de descomposición, desgastado el PP por la corrupción y con la mochila el PSOE de la gestión de la crisis. Arrimadas disparó a Ciudadanos en Cataluña hasta los 25 escaños y solo tres meses después Rivera entró en el Congreso con 40 diputados.

Todo eran buenas noticias. El Albert que se decía ahora de centro, con la expresión de "ni rojos ni azules", se convertía en un líder nacional. Desde ese espacio de llave con dos direcciones pactó con el PSOE de Sánchez y ambos presentaron un proyecto juntos en la Cámara baja. No sabía Rivera que no le sería tan fácil después el viraje que implicaba dejar atrás ese acuerdo. El pacto no prosperó por la oposición de Podemos y España fue a su primera repetición eletoral. De allí salió reforzado el PP y Ciudadanos menguó pero mantuvo un buen resultado para una fuerza tan joven.

Ya nada volvió a ser igual. Rivera debió pensar que tenía que participar de la política de bloques si no quería ser devorado. Abrió la puerta a un gobierno de Rajoy, algo que había negado en su condición tantas veces declarada de regenerador de la democracia y, con la abstención del PSOE sin Sánchez, arrancó una nueva etapa. Ya no se movió de aquel lado.

Empleando un discurso cada vez más duro contra el nacionalismo en una Cataluña de polarización creciente, Arrimadas logró el histórico resultado en 2017. Fue el primer partido sin ningún tinte nacionalista capaz de ganar las elecciones. Y Rivera compró definitivamente la fórmula.

Uno más en Colón

Inserto ya en el bloque de la derecha sin ambages, aceleró en su viraje. Cada vez había más Rivera y menos Ciudadanos en el proyecto. Él fue quien decidió que había que lanzarse a la conquista del bloque, a la absorción del PP, como si esta vez, dando la vuelta a la tortilla que acabó con UCD, fuera el partido llegado del centro el que devorara a su competidor. Rivera, que tantas veces se declaró admirador de Suárez, pareció querer vengarle con un sorpasso al Partido Popular. Pero para hacerlo se despegó del centro. Si a Arrimadas le había servido la mano dura contra el independentismo, en un mecanismo que hacía que las partes se retroalimentaran, por falta de mano dura no iba a ser.

Al mes de febrero llegó Rivera con la estrategia decidida, a pesar del murmullo de incomodidad que se levantaba a su alrededor dentro de Ciudadanos. Allí apareció en Colón, junto a Vox, apoyando un manifiesto que llamaba "traidor" a Sánchez, su no hacía tanto socio, al que acusaban de "apuñalar" a España. Radicalizó el discurso y asumió sobre su espalda el giro de Colón. De ella, de su espalda, empezaron a bajarse algunos, y los que quedaron se agarraron con fuerza y los ojos cerrados. Si Albert había llegado hasta allí, por algo sería.

Rivera en su intervención en la concentración de Colón contra el Gobierno de Sánchez en el mes de febrero. / EFE

Ser sería estrategia electoral, pero después de los comicios autonómicos y municipales de mayo era ya un coche sin frenos autopista abajo. Los pactos de gobierno con Vox hicieron saltar por los aires lo que quedaba de sector moderado del partido. Manuel Valls, Toni Roldán, Javier Nart... Las que poco antes eran sus apuestas ganadoras, aquel primer ministro francés presentado con pompa y circunstancia, eran ahora fichas perdidas. Algunos analistas piensan que a pesar de todo su electorado no se creyó por completo la derechización, que pensaron que sería más de pose que de corazón y que eso le permitió en las generales de abril manetener a parte de su votante moderado y pescar otro más derechizado.

Era todo por el sorpasso. El chico al que llevaron un poco a rastras a decir que era de centro-izquierda luchando ahora con lenguaje afilado por ser la mayor de las derechas -"Sanchez y su banda"-. Vetó a Pedro, el "traidor" en el drama, vinieron las elecciones bis y aún Rivera tuvo tiempo para otro giro ideológico. Asustado por las encuestas volvió a hablar de la moderación y los moderados. No quedaba tiempo. Con su discurso había colaborado a desocupar el centro. Llevó a quienes estaban en él, en ese comprometido espacio en que nunca ha habido muchos en la democracia española, más a la derecha y cuando regresó estaba vacío. Después de tantos viajes, los electores de Ciudadanos le perdieron la pista a Rivera y fueron incapaces de seguirle. Ya no estaba claro dónde estaba Albert. De intentar sorpassar a ser sorpassado por la ultraderecha. Una caída de 47 escaños. La paradoja, o no, es que la primera vícitma de Vox es quien quiso adoptar su mensaje, o al menos parte de él.

Último acto: el nudo de la corbata

Cuenta un experto que a Ciudadanos le pasó que se acabó convirtiendo en el nudo de la corbata. Una vez hubo contribuido a agitar el discurso público en direcciones opuestas, unos tiraron por un extremo, otros por el contrario y, en medio, Rivera ahogado, como el nudo. Así que no se puso corbata en su última aparición, en su despedida

Albert Rivera, dolor y gloria: auge y caída de quien pudo llegar al Gobierno

Y allí estaba, al final de todo, aguantando un aplauso triste en una comparecencia sin preguntas. Un aplauso largo como su mandato al frente del partido, al que él respondió con besos ante el fondo naranja y blanco. La noche anterior sonreía y unos mariachis cantaban fuera de la sede. Precisamente unos mariachis. Nadie como los mexicanos para cantar con tono alegre y trompeta las tristezas más amargas. Compungido pero valiente, anunció que se va de todo. De golpe. Y lanzó un último mensaje que parecía querer volver al chico moderado que una vez pudo ser llave de dos gobiernos distintos. "Como moderado, liberal y constitucionalista me preocupa el país que hay que gobernar ahora. Les deseo suerte a quienes tengan que tomar decisiones" porque "no podemos permitir que este país vuelva al odio". Dicen algunos médicos que hay un momento de sorprendente lucidez justo antes de la muerte. Es cuando todo se ve claro, pero ya es demasiado tarde.

 
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