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Cómo cambian nuestros recuerdos durante el sueño

Aunque suene paradójico, para aprender, para recordar, hay que olvidar. El sueño es uno de los mecanismos de los que el cuerpo dispone para consolidar y "eliminar" parte de la información a la que nos vemos expuestos diariamente

El sueño es uno de los mecanismos de los que el cuerpo dispone para consolidar y "eliminar" parte de la información a la que nos vemos expuestos diariamente. / Photographer, Basak Gurbuz Derman Getty Images

Madrid

El reloj marca las ocho de la mañana. Sale de casa y coge el coche para ir a trabajar. De pronto, se detiene: en cuanto pone un pie en la calle aparecen en su mente todos los sitios de la zona donde alguna vez aparcó el coche. Imposible saber cuál de esas imágenes se corresponde con el lugar en el que lo estacionó ayer.

Sigue pensando en el vehículo, claro. De pronto, le bombardean todas las conversaciones, programas de radio, pensamientos y atascos que ha vivido mientras llevaba las manos al volante.

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Consigue dar un par de pasos más y se topa con la farola de siempre, la que suele iluminar su vivienda. Acto seguido, los recuerdos de cada vez que miró, no solo esa, sino cualquier otra farola, en cualquier momento y lugar del mundo, le impiden continuar.

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No siempre nos damos cuenta pero, para recordar, primero hay que olvidar.

Hipertimesia, una condición que impide olvidar

Olvidar es precisamente lo que no pueden hacer las personas que sufren hipertimesia. Se trata de una condición extremadamente rara de la memoria que impide frenar la capacidad de evocación.

En La mente de un mnemonista, el neuropsicólogo Alexander Luria describe minuciosamente el caso de Solomon Shereshevski, un periodista reconvertido en mnemonista profesional que iba de pueblo en pueblo aprendiendo y recitando pizarras enteras de cifras sin fallar un solo número.

¿Quién no ha fantaseado alguna vez con la idea de tener una memoria infalible? El propio Borges, en uno de sus maravillosos experimentos mentales, nos cuenta la historia de Funes el memorioso. El mismo a quien “lo pensado una vez, ya no podía borrársele”.

Tendemos a pensar que tener una memoria prodigiosa podría solucionar muchos de nuestros problemas. Al fin y al cabo, todos hemos olvidado algo en el momento menos oportuno. Sin embargo, tanto Solomon Shereshevski como Ireneo Funes tenían problemas para entender el mundo y, al contrario que nosotros, centraban sus esfuerzos en aprender a olvidar.

“Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles”.

Borges, Funes el memorioso (Ficciones, 1944).

Y nosotros, ¿es posible que recordemos todos los estímulos a los que estamos expuestos a lo largo del día? Afortunadamente, no.

Precisamente estas formas especiales de funcionamiento de la memoria ponen de manifiesto que esta no es como un almacén en el que acumulamos experiencias. La memoria es un proceso de constante equilibrio entre olvido y recuerdo. ¿Acaso no es necesario que cada mañana, al menos momentáneamente, olvide los lugares donde alguna vez aparcó su coche para recordar dónde lo hizo ayer?

Olvidar: destilar la esencia de lo que fue

Un recuerdo no es una fotografía exacta de la experiencia vivida. Nuestros recuerdos son un borrador que se escribe y se sobrescribe cada vez que usamos esa información. De esta forma, el sistema cognitivo tiene que estabilizarlo y reconfigurarlo constantemente.

Uno de los mecanismos de los que disponemos para consolidar los recuerdos es la reactivación que sucede durante el sueño. Esta consiste en que las áreas encefálicas que se activaron durante la experiencia lo vuelven a hacer de forma coordinada mientras dormimos. Así, fortalecen esas conexiones. Como si siguiéramos repasando mientras estamos dormidos.

De hecho, hay estudios que demuestran que, si nos presentan una clave (un olor o un sonido) asociada a una experiencia previa mientras dormimos, se puede inducir esta reactivación y mejorar el recuerdo.

Es evidente que recordamos de forma más vívida y detallada lo que comimos ayer que lo comimos hace quince días. Si el sueño sirviera solo para fortalecer los recuerdos, ¿no debería estar mejor consolidado el recuerdo de lo que comimos hace más tiempo? Lo que ocurre es que la consolidación, más que fortalecer, permite priorizar algunas conexiones.

Cuando creamos un recuerdo, conservamos el contexto espacio-temporal de adquisición. Es decir, sabemos cuándo y dónde ocurrió algo. Recordar viene de re-cordis, que significa volver a pasar por el corazón. Esta información nos permite hacer pequeños viajes mentales hacia atrás en el tiempo para revivir los sucesos como si estuvieran ocurriendo de nuevo.

Lo que el sueño consigue es que este viaje temporal conserve mejor los detalles tras una noche de descanso. Ahora bien, con el paso de los meses y los años, en lugar de seguir manteniendo los detalles de ese mismo recuerdo, los procesos de consolidación irán extrayendo su esencia hasta dejar una representación más abstracta y descontextualizada de lo que ocurrió.

El sueño nos permite olvidar, priorizando la esencia de la experiencia. El borrador del recuerdo contendrá la información general para reconstruirla, pero irá perdiendo detalles. Tendrá una estructura distinta a la original e incluso puede depender de áreas encefálicas diferentes, pero esta forma de mantener los recuerdos nos libra del tormento de Funes el memorioso.

Dormir para recordar

Si pensamos en las lecciones más importantes de nuestra vida, como aprender a hablar o reconocer objetos, vemos que se han realizado en nuestros primeros años, cuando más tiempo pasamos durmiendo.

De adultos seguimos aprendiendo. La arquitectura del sueño cambia en función de los aprendizajes que realizamos durante el día, aumentando la cantidad de tiempo que pasamos durmiendo en una fase determinada. Esta misma arquitectura se ve alterada en la Enfermedad de Alzheimer. Además, cada vez hay más evidencias que indican que el restablecimiento de los patrones de sueño podría revertir la pérdida de memoria. Incluso protegernos de la enfermedad antes de su aparición.

Resulta paradójico que la sociedad en la que vivimos nos empuje a la constante productividad y al consumo incesante de información cuando precisamente parar y descansar es lo que nos permitirá seguir recordando.The Conversation

María del Carmen Martín-Buro García de Dionisio, Profesora de Psicología Básica, Universidad Rey Juan Carlos

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

 
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