El Atlético no renuncia a nada

Partido para valientes -como los quiere Simeone- en San Mamés, para equipos que están finalizando la construcción de sus enormes temporadas. Una edificación, como la del propio estadio, que va por buen camino. Con el Athletic luchando por conservar la última plaza que da acceso a la Champions y con el Atlético en plenas obras desde el liderato, en la que puede ser una campaña histórica. Pero para asentar la estructura era importante conocer la marcha de otros monumentos. Los dos equipos saltaron al césped conscientes de la suerte de sus rivales.

El Sevilla sufrió un revés en Vigo, después de unas últimas semanas abonados a los tres puntos. Los de Valverde se aseguraban mantener seis puntos de ventaja que podían ampliarse a nueve. Una oportunidad matemática difícil de rechazar. En cambio, el equipo rojiblanco se encontró una victoria agónica en la visita del Barcelona a Cornellà. Una mano salvadora para los culés que obligaba a salir a por todo en Bilbao para continuar en la cima de la clasificación.

Dos equipos con mucho oficio impactaron sobre el terreno de juego vasco. Con dos entrenadores que saben a qué quieren jugar, aunque Valverde se imponía en los primeros veinte minutos. Los locales controlaban el balón, hilando desde el sentido más natural en Lezama: el orden. El balón corría sobre el tapete de forma subterránea, pero fue en un envío en largo como llegó el primer gol de la noche. San José sirvió al toque sutil de Aduriz que se olvidó de su habitual maniobra, peinar el esférico, y solo fue capaz de rozar el balón con la puntera. Lo justo para frenar la velocidad punta del proyectil y que Muniain se anticipara a la salida de Courtois con una vaselina preciosa. Una acción en una milésima. Un gol innato, de talento de natural.

El Athletic controlaba el partido con la iniciativa del que se sabe poderoso en su campo. Los del Manzanares corrían detrás del esférico, sumidos en el esfuerzo, aunque despertaron desde las botas de su líder. Diego Costa, ubicuo, se materializó ante tres balones llovidos del cielo cuando suele necesitar uno. En el primero chocó con una gran respuesta de Iraizoz, en el segundo con un disparo desviado, hasta que en el tercero cazó el empate. El jugador hispanobrasiñeño puede fallar una, incluso dos -algo poco usual- pero no le des tres oportunidades al mejor delantero centro de la Liga. Iturraspe perdió una posesión muy comprometida en el centro del campo y Koke asistió a Costa, que marcó para desquitarse de sus propios errores. Los que le convierten en humano por momentos.

Hasta el momento, la Catedral había asistido al control local del cuero pero estaban empezando a incluirse errores de bulto en zonas del campo imperdonables. El gol cambió el curso del partido y dio alas a los impulsos del 'cholismo'. La presión planteada por Simeone asfixió al Athletic, con unos jugadores incapaces de encontrarse en el campo. El fútbol, en cambio, fue imparcial y concedió a ambos equipos una oportunidad para hacer mucho daño antes del descanso. Raúl García erró un tiro franco tras una gran combinación entre Filipe Luis y Costa. Minutos después, en una jugada a dos puntas con la dejada de Aduriz, Susaeta falló de cabeza una gran ocasión. Tiempo de consignas, de credos.

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La segunda parte iba a ser para el que más apostara por sus sueños, por sus objetivos cercanos. Y en esa ilusión, pese a las palabras de Simeone que abogan por despertar y volver a la realidad, el Atlético es protagonista en solitario. Con esa idea salieron los colchoneros, con un nuevo desplazamiento hacia la carrera de Costa que cruzó demasiado, en una acción similar a la del primer tanto. La insistencia visitante, eso sí, tumbó el partido hacia un área donde Laporte hizó un clamoroso penalti al punta atlético. No sonó ningún pitido y el delantero tomó aire, respiró apoyado en sus rodillas, y se mordió la lengua.

El encuentro se acercaba más a los intereses madrileños y, sin embargo, fue el Athletic y De Marcos quienes pudieron llevarse el premio del gol. El tiro elevado dejó el partido suspendido en el aire y el Atlético, como el mejor funambulista, sacó provecho desde las alturas. Una contra colchonera acabó en los pies de Filipe y su centro lo remató a la red, de cabeza, Koke. Un jugador venido a menos en las últimas semanas, presa de la exigencia física de la competición, pero con el que siempre hay que contar.

Adelantarse en el marcador relajó a la fiera. El equipo de Simeone paró a respirar, necesitado de oxígeno. Cada bocanada de aire la aprovechó el Athletic para disponer de sus mejores ocasiones en la segunda parte. Aduriz fue el más incisivo, siempre un peligro para la defensa rival, pero no contó con el don de la rotundidad que otros días sí atesora. Lo intentó con un cabezazo alejado, respondió Courtois. Cabeceó de nuevo, a por un gol cantado, pero surgió otra vez el portero belga con una mano espléndida. Una estirada que vale un liderato.

Muniain se sumó a la campaña liderada por Aduriz y probó con un disparo de larga distancia que se fue, cómplice del esfuerzo del portero rojiblanco. El encuentro estaba visto para sentencia, no dejaba espacio a ninguna sorpresa más, salvo la lesión de Costa que se marchó con problemas en su aductor. La mayor conmoción, que dejó de serlo hace mucho tiempo, es que el Atlético de Simeone no renuncia a nada. Su actitud y esfuerzo pueden ser su seña de identidad, pero su temporada también dice otras cosas. Que es un equipo de altas temperaturas, con un enorme talento para ganar, para ser campeón.

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