Botellón parlamentario
Ver a un tipo como Rufián insultando a Borrell, que es un señor político y un político señor, es indignante
Madrid
No sé si es que ha coincidido una generación de políticos especialmente inconsistente e inmadura o es que el filibusterismo de las redes sociales, donde tantas cosas se encanallan, se propaga imparable por nuestra sociedad. Pero el hecho es que un gamberrismo altamente agresivo ha invadido nuestra vida pública.
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Por higiene, y para alejarles de las malas compañías, hay que mantener a los niños a prudente distancia de la información parlamentaria, pues la pomposamente llamada sede de la soberanía popular semeja un gigantesco botellón donde todo el trabajo que allí se hace queda sepultado por la bronca, la furia y los exabruptos de unos pocos, unos pocos, pero jaleados por unos muchos. En una empresa serían despedidos, en una casa decente se les cerraría la puerta, en la calle se les llamaría a los guardias. Y sin embargo en el hemiciclo no pierden nada. Al contrario, ganan protagonismo, titulares y notoriedad.
Ver a un tipo como Rufián insultando a Borrell, que es un señor político y un político señor, es indignante. Para abordar un problema de la importancia del catalán a voz en cuello -fascistas, golpistas-, como hacen Rufián o el Partido Popular, nos bastarían unos cuantos bocazas, una barra de bar, alcohol en abundancia y media docena de borrachuzos para hacer coro. No tendríamos necesidad de abrir el Congreso, con lo que eso cuesta. Por culpa de los curas, mucha gente perdió la fe en Dios. Por culpa de los políticos, mucha gente está perdiendo la fe en la democracia.