La vacuna está cerca pero el virus sigue aquí

A la crisis sanitaria y económica les estaba acompañando una especie de abatimiento social, un pesimismo agobiante que venía extendiéndose de forma inocultable. La línea del horizonte era una sombra borrosa y la imposibilidad de hacer planes ni grandes, ni pequeños, ni individuales, ni colectivos nos mantenía en estado hipotenso, apagado, como una depresión.

La noticia de que la vacuna estaba cerca fue como si alguien encendieran la luz. La reacción eufórica de las Bolsas, que nunca dice nada de ahora mismo, pero que se apuesta que es vaticinio, se correspondía con la sensación que estábamos experimentando todos. El cuadro estaba blanco y ahora ofrecía perspectiva. Por de pronto, cambiaba el argumento de las conversaciones, incluía esperanzas y mencionaba fechas. Tal vez ya esté aquí en Navidades, decían unos; para primavera, para mayo, decían otros.

Las empresas turísticas veían un verano nuevamente resplandeciente y quien más, quien menos, empezaba a sacudirse los fantasmas. Bienvenida la ilusión. Lo peligroso de ese brinco es que dejáramos de estar en el presente, que reflejaremos la alerta y que olvidáramos que seguimos estando bajo amenaza. Pues lo estamos.

Desde hoy hasta la vacuna van a infectarse decenas de miles de personas. Desde hoy hasta la vacuna van a morir miles. También sería lastimoso que, finalizada la pesadilla, volviéramos a las andadas sin haber aprendido ninguna lección. Habrá un boom del consumo y de la inversión, aseguraba Hugo Panizza, economista del Instituto de Estudios Internacionales de Ginebra. Si es así, quedarán registrados en algún pliegue de nuestro cerebelo las evidencias que los meses de pandemia. Nadie se atrevía a discutir la importancia de lo público, la necesidad de encauzar debidamente nuestra relación con la naturaleza y otros prodigiosos descubrimientos. ¿O se los llevará el viento?