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Historia | Ocio y cultura

Ser un Torquemada

Se cumplen más de 600 años del nacimiento del palentino Tomás de Torquemada y, pese a su indudable relevancia histórica, no fue objeto de recuerdo ni celebraciones

Madrid

Y es que la memoria del fraile dominico se encuentra entre las más vilipendiadas por la 'leyenda negra', cuyos excesos y distorsiones han creado una caricatura grotesca de él y de la institución que puso en marcha, la Inquisición.

Fue sobrino del teólogo y cardenal Juan de Torquemada, un destacado obispo que fue confesor del rey Juan II de Castilla, rol que el propio Tomás Torquemada emularía con Isabel la Católica. Fue en el convento de Segovia donde conocería a la reina, lo que motivó su presencia en la coronación de la monarca en 1474, cinco años después de su casamiento con el Rey Fernando de Aragón. Dicha cercanía con la corona le facilitaría a Torquemada el título de Inquisidor General de España entre 1483 y 1498, que le pondría al frente del Tribunal del Santo Oficio e inauguró una de las etapas más oscuras y cruentas de la persecución contra los judeoconversos, siendo él mismo una persona con ascendencia judía. La Inquisición española encontró en Tomás de Torquemada uno de sus principales impulsores para acabar con los falsos conversos, lo que imprimiría a la figura de este inquisidor fama de intolerancia religiosa. Esta institución experimentó una importante expansión en los quince años que estuvo bajo la dirección del cardenal, empezando con un único tribunal en Sevilla hasta conformar una red de 24 oficinas repartidas por todo el territorio español, en su objetivo de establecer la “unidad religiosa” en España, y también en debilitar la oposición política a los reyes católicos.

Los miembros de la Corte consideraban que el inquisidor tenía cada vez mayor poder, lo que estaba relacionado con el hecho de ser confesor de varios nobles importantes. Por su parte, los propios reyes católicos se mostraron preocupados por el fraile a raíz de la cantidad de dinero que era dirigido hacia la Inquisición. No obstante, Torquemada estaba considerado por sus contemporáneos como un eficiente administrador, de férreas convenciones religiosas y un hombre imposible de sobornar. La leyenda negra del siglo XIX aprovechó su figura para hinchar la cifra de fallecidos bajo su mandato. El gran deformador y manipulador en este sentido fue Juan Antonio Llorente, un eclesiástico afrancesado que escribió una Historia crítica de la Inquisición a principios del siglo XIX y que cifró en 32.000 los quemados vivos, en 17.600 los quemados en efigie -en ausencia- y en 291.000 los penitenciados. Hoy los historiadores más serios han rebajado el número de víctimas a los 2.000, pero sigue siendo imposible justificar los métodos de interrogatorio y castigo a los falsos conversos, y a otro tipo de herejías, que aplicó el inquisidor general. Muere a los 78 años de edad en un convento de Ávila. Hoy su fama no ha decaído, pero su cadáver está en paradero desconocido.

 
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