El F.C. Barcelona se queda fuera de la final de la Champions de la forma más cruel

Pocas veces en la historia del fútbol costó tanto hacer un gol. Los meticulosos planes de Guardiola apenas duraron diez minutos, cuando Valdés arrolló a Piqué, la pieza clave llamada a parar a Drogba. El marfileño fue un coloso, un pluriempleado del fútbol que prácticamente solo hizo tambalearse al Camp Nou en cada una de sus apariciones

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El Barcelona arrancó como una borrasca que poco a poco arreciaba sobre el área de Cech, Messi se topó con el checo en los primeros minutos en lo que se iba a convertir la tónica del partido. Cuando algunos aficionados aún se sentaban, los defensas desertaron. Cahill cayó lesionado en una desafortunada jugada e instantes más tardes caía Piqué.

Cuenca cogió el testigo de Tello en la banda blaugrana que Alexis deja libre. El de Reus, más técnico pero menos vertical, buscó desde el primer momento centros llenos de malicia. Los jugadores del Chelsea eran piezas de ajedrez que nunca tenían la obligación de avanzar, nunca era su turno. Messi y Cesc trazaron entre tanto una majestuosa pared que de nuevo Cech se encargó de desbaratar.

Drogba seguía a lo suyo, en su particular pelea con el mundo, era el Ibrahimovic o el Benzema de turno que en otros tantos partidos ha hecho temblar al Camp Nou. Cuando más denso parecía el Barça, Cuenca agarró un balón, lo puso al punto de penalti y allí apareció Busquets, al que casi nunca nadie marca, el mismo que falló la última en Stamford Bridge. Allí Sergio equilibraba la eliminatoria.

El guion más cruel posible

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Como esas películas que se van entornando y volviendo desagradables, el Barcelona vio como el partido se convirtió en una pesadilla. Todo empezó paradójicamente con la expulsión de Terry, que de forma pueril pegó un rodillazo a Alexis. Contra diez y en apenas tres minutos, Messi asistió a Iniesta y este ponía el 2-0 en el marcador. Todo parecía hecho... nada más lejos de la realidad.

Con la relajación del gol, como la que tienen los tenistas cuando ganan el primer set, Ramires llegó ante Valdés, y en la primera que tuvo batió al portero. Otra vez lo mismo, como en la ida -a la primera- y como con el Madrid -tras la eufuria de hacer un gol-.

La segunda mitad resultó todo un ejercicio de impotencia. En tres minutos el Barça dispuso de tres ocasiones clarísimas y un penalti que Messi mandó al travesaño. Ninguno entró. No acabó ahí la agonía, ni mucho menos. Se extendió durante media hora más en la que los jugadores blaugranas chocaron contra ese muro azul en el que si algo fallaba terminaba apareciendo Cech.

El penalti fallado mató la fe del Barça. El Chelsea continuaba colgado de Drogba, que en la misma jugada aparecía tanto de lateral izquierdo como de extremo o de mediocentro. Conforme el tiempo avanzaba, la dureza del guion procedía sin piedad. Gol anulado, tiro al palo y más milagros de portero, acabaron en la segunda ocasión clara del Chelsea en todo el choque.

Fernando Torres recibió un balón donde antes Drogba estaba atosigado de Mascherano y Puyol. El madrileño, solo, encaró a Valdés, lo esquivó y puso el punto y final a un relato fatal para el Barça. No estará en Munich el equipo de Guardiola, ni tampoco su elegante fútbol. Si estará el guerrero e inesperado Chelsea, que venció desde la trinchera y no podrá contar con muchos de sus baluartes en la final.

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