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SERIES E INDUSTRIA

La auto-zancadilla de la ficción televisiva española

Cadenas contraprogramando series, productores menospreciando triunfos rivales y otras maneras de empequeñecer la industria

Álex González, protagonista de 'El Príncipe' / MEDIASET

Hace unos meses, el actor Asier Etxeandia, en una entrevista en este medio, reflexionaba sobre cierta cualidad atribuible a la sociedad española: "ningunear todo lo que sale de nosotros mismos. En otros países están orgullosos de lo que sale de su país. Aquí tenemos la envidia marcada. Cuando alguien tiene éxito, aquí estamos deseando que se vaya a la mierda, que se dé el batacazo. Cuestionamos todo lo que hace".

Se puede estar más o menos de acuerdo con las palabras de Etxeandia, pero nadie va a descubrir a día de hoy esa actitud cainita que parece subyacer en nuestra sociedad.

La cultura, por aquello de cimentarse en el talento de unos y ser compartida y disfrutada por los otros, es un campo que bien se presta al desprestigio, al menosprecio; como si el hecho de poseer dotes artísticas no implicase un arduo trabajo para parir ese producto final.

Un complejo ámbito cultural es el de la televisión -hay quien aún hoy pone esto en tela de juicio- en el que, por su condición mediático y de negocio, se magnifica todo: lo positivo y lo negativo, entre lo que se encuentra ese espíritu autodestructivo.

La ficción española en televisión -las series- evoluciona para bien mucho más de lo que sus protagonistas son capaces de darse cuenta. Que en otras partes del mundo, como en EEUU, ya se mire a nuestra ficción es un claro síntoma de ello, independientemente de si luego se da el paso de comercializar o no el producto. El interés ya se ha suscitado y hay un claro porqué: su nivel de calidad.

Un nivel de calidad importante que, en mayor o menor medida, también conoció la ficción televisiva española en otros momentos como a finales de los 70 y en los 80. Punto al que una industria tan grande y heterogénea no puede llegar por acción de alguien en concreto, sino por el trabajo de muchos, por el riesgo de otros y también por errores propios y ajenos que ayudan a crecer tanto o más que los aciertos.

Sin embargo, ocurre que en las tripas de esta industria sienta mal el triunfo ajeno. Aunque lo bueno para uno sea bueno para el colectivo al completo, parece que todos quieran ser ese uno mesiánico y la única fórmula para lograrlo sea la del descrédito del trabajo de sus colegas de profesión.

Basta que una serie española gane premios, tenga audiencias de récord o sea alabada por la crítica para que, desde la propia industria y con la boca pequeña, se le reste mérito, se cuestione sus logros y se minusvalore. Todo ello sin caer en la cuenta de que este tipo de comentarios, aun siendo off the record, solo proyectan una visión acomplejada y cainita de la ficción televisiva nacional. Una zancadilla que llega desde dentro.

Tan sencillo como leer entrevistas o dar un paseo por Twitter para encontrarse con productores, guionistas, directores... (el colectivo actoral, en este sentido, posee una visión más madura y global) que hacen elogio de su trabajo a base del menosprecio -activo o pasivo- del trabajo de otros colegas. Todo siempre en un tono comparativo, como si la meta de cada serie patria fuera ser mejor que su vecina y no ser una serie buena per se.

Es sonrojante que creadores o productores hagan retuits o aplaudan comentarios de fans en los que se alaba su trabajo a través de la fórmula del menosprecio de terceros: "por fin una serie decente en esta cadena", "ya está bien que una productora hiciera una serie buena y no la basura que vemos siempre", "esta serie es tan buena que no parece española". Comentarios similares a estos son aplaudidos y difundidos (cuando no realizados) por gente de la propia industria.

La clave de la competencia nacional: las cadenas

Daniel Grao y Megan Montaner en 'Sin identidad'

Daniel Grao y Megan Montaner en 'Sin identidad' / ATRESMEDIA

Mención aparte merecen las cadenas. Su postura pública es la de apuesta y defensa a ultranza de la ficción española. En la práctica, son culpables de muchos de los daños de una serie. Bien por su negativa a acortar la excesiva duración de los capítulos -algo que llevan demandando los guionistas desde tiempos inmemoriales-, bien por unos vergonzosos horarios de emisión -que rozan las 11 de la noche- o bien por usar sus propias series como arma para contrarrestar el éxito de su rival. De ahí que se haya convertido en un penoso hábito que el espectador se vea obligado a elegir entre dos buenas series nacionales.

Este estado de competencia total -que no competitividad- creado por las cadenas no solo lleva a los responsables de una serie a ningunear los éxitos de otra rival, sino que conduce a un sucio juego para intentar influenciar o mediar las opiniones de quienes deben hacer crítica en medios. Es absolutamente imposible entrar en el edificio de una cadena y salir de él sin que nadie haya echado mierda sobre la serie de éxito de la cadena rival. Minuciosos comentarios que ven la paja en la serie ajena y no caen en ver la viga en la propia.

En el seno de la industria televisiva se indigesta el duradero éxito de 'Cuéntame', las tremendas audiencias de 'El Príncipe', la solidez de 'Águila Roja', el enésimo acierto de Bambú, las arriesgadas y alabadas apuestas de series como 'Refugees' o 'El Ministerio del Tiempo', el giro en comedia dado por 'Aquí no hay quien viva' y mantenido con 'La que se avecina'…

Todo esto que, nacido del talento y esfuerzo de muchos y muy grandes profesionales, está llevando a la ficción televisiva española a una dimensión desconocida hasta la fecha, es tristemente torpedeado por todos cuantos debieran sacar pecho y enorgullecerse de lo que este sector puede ser capaz de lograr como colectivo.

 
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