Idomeni, primera parada del resto del viaje
Entre 2.000 y 3.000 refugiados transitan cada día por este pueblo fronterizo de 150 habitantes
undefinedMarta del Vado
Idomeni
Llegan desde Atenas en autobuses, en el mejor de los casos. Y lo hacen a cualquier hora del día o la noche. Idomeni es el pueblecito de 150 habitantes por el que transitan entre 2.000 y .3000 refugiados y migrantes de media cada día. En concreto esperan en mitad de las vías de un tren de mercancías; esperan a que les autoricen cruzar, a pie, al lado macedonio. No hay más cobijo para los 40 grados que alcanza fácilmente la temperatura a mediodía que la sombra de los árboles y algún coche de policía, de los cooperantes o un camión que aprovecha para vender helados. La gran mayoría son sirios pero también hay afganos, iraquíes, pakistaníes, nigerianos o eritreos.
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La policía griega los organiza en grupos de 50 personas, las que deja pasar de vez en cuando (no hay horario establecido) el ejército macedonio. Es un cruce ilegal, por un espacio que deja el alambre de espino, controlado militarmente desde que el 20 de agosto el gobierno declarara el estado de emergencia. Pero para los refugiados es vital cruzar por aquí: del otro lado está el tren o el autobús que les llevará a la frontera con Serbia.
Los refugiados están durante horas esperando su turno a la intemperie. Responsables de la Agencia de la ONU para los Refugiados aseguran que han acordado con las autoridades locales habilitar un espacio donde la gente pueda descansar, lavarse, esperar con dignidad. Pero eso todavía llevará días o semanas. Mientras, voluntarios locales preparan comida y distribuyen agua y ropa gracias a las colectas de los vecinos. También tienen asistencia de Médicos Sin Fronteras, Cruz Roja, Médicos del Mundo y Acnur.
Los voluntarios, que empezaron a asistir a refugiados y migrantes en este punto desde hace justo un año, aseguran que lo único positivo en Idomeni es que, desde que han regulado el tránsito, los traficantes de personas han dejado de tener negocio en la frontera greco-macedonia. Aun así, una asociación de apoyo a las víctimas de trata reparte folletos en árabe advirtiendo a los refugiados del riesgo a ser abusados por las mafias. Los refugiados con los que hemos hablado ya lo saben pero tienen la determinación de volver a pagar a un traficante para cruzar la frontera serbo-húngara y, de ahí, llegar al corazón de la Unión Europea.
La travesía desde Siria
Dilshad es sirio. Tiene 21 años, es estudiante de ingeniería y ha llegado hasta aquí con sus hermanos, cuñadas y dos sobrinas de menos de un año. Hace dos años, ya en plena guerra huyeron hacia el kurdistán iraquí. Allí intentó retomar sus estudios y, lejos de que la situación mejorara, surgió Daesh, y la represión y los ataques contra la población civil aumentaron. A través de las redes sociales se han enterado de que las fronteras están abiertas (todos tienen algún familiar o amigo en Europa) y hace unos quince días decidieron emprender el viaje. Contactaron con una red de traficantes que por 300 euros por persona le llevó a la costa. Allí, previo pago de otros 1.200 euros, subieron a 40 personas en una pequeña embarcación. Había mujeres con bebés aterradas ante las condiciones de la barca. Les pidieron otros 300 euros para llevarlas de vuelta y, cuando dijeron que no los tenían, las encañonaron con sus rifles y las hicieron subir. Fueron tres horas a la deriva, con el motor estropeado y entrando agua por la borda. Al final fueron rescatados por la guardia costera griega. A primera hora del día llegaron a Idomeni y llevan más de nueve horas esperando, sentados en la tierra, a pleno sol. Dicen que están agotados pero contentos porque saben que esta frontera es la más fácil. Las autoridades macedonias, tras los altercados del 20 de agosto cuando cerraron las fronteras, han decidido regular el paso y habilitar transporte para que los refugiados y migrantes crucen directamente a Serbia. En este punto no se tienen que enfrentar a traficantes aunque saben que eso llegará, en la próxima, en la frontera serbo-húngara.
Desde Irak
Salma, embarazada de siete meses, lava a su hija -de dos años- con una botella de agua en mitad de las vías del tren. Me acerco para hablar con ella, chapurrea algo de inglés, y me dice que vienen de Siria. Su marido, Amr, la corrige y me dice la verdad: "Somos iraquíes, venimos de Bagdad, pero decimos que somos sirios porque es más fácil conseguir los papeles en Europa". Viajan con lo puesto, llevaban algo de equipaje para la niña pero lo tiraron al mar, la parte más peligrosa de su trayecto. "Huimos de las bombas. Nos han echado de nuestra casa y si nos quedábamos nos iban a matar". Por eso hacen todo este periplo. Por encontrar un lugar donde vivir en paz.
Desde Afganistán
Mahran también piensa que los sirios tienen prioridad para conseguir el asilo. Pero argumenta que no tenía alternativa, "los talibanes, Daesh... todos son peligrosos". Sus padres y hermanos han muerto en diferentes ataques. En los últimos diez días ha cruzado cuatro países. Y lo que le queda, se sabe bien la ruta: "De aquí iremos a Macedonia en tren, luego a Serbia, Hungría, Austria y Alemania. Allí tengo un amigo. Me quedaré con él y terminaré mis estudios de literatura inglesa". Cree que lo peor ya lo ha pasado y, aunque no sabe lo que está por llegar, no tiene miedo: "sólo quiero estar en un lugar donde estar vivo sea sólo cuestión de azar".