Los malditos rumores a veces llevan razón. Aunque no quieras creerlos, en ocasiones ocultan una realidad. Los mentideros de la prensa musical apuntaban hace tiempo a que David Bowie tenía cáncer, algo que su productor y amigo Tony Visconti negó hace unos meses en una entrevista en Rolling Stone. Pero no dijo la verdad, no quiso poner presión en el músico que estaba terminando «Blackstar», su vigésimo quinto y último álbum de estudio, su Guernica, su testamento en vida. Un disco brillante y complicado, tan enigmático como el propio artista, ausente de las tablas desde hace una década. Este lunes su cuerpo ha dicho basta, tras una vida intensa y en constante evolución creativa, David Bowie ha muerto días después de cumplir los 69 años. El legado del músico inglés resulta abrumador y difícil de asimilar, son 25 discos, la mayoría de ellos brillantes y diferentes, su trilogía berlinesa de los años setenta, «Low», «Heroes» y «Lodger», figuran entre lo mejor de una discografía en la que destacan también aventuras musicales como su homónimo debut de 1967, «Space oddity» (1969), «Spiders from Mars» (1972) o «Lets dance» (1983). También tocó el cine, quedará para siempre su genial papel en «Dentro del laberinto» (1986), aunque Bowie fue un personaje en sí mismo. Uno capaz de convertirse en extraterrestre desorientado, en rey del glam, en guía para aquellos que buscaban una identidad ya fuese sexual o estilística. Bowie fue su espejo, su maestro en la liberación. Durante años, el músico mostró su terror a enloquecer, algo que había visto en su familia y que marcó en parte su carácter y su obra, esos temores se reflejan en «Lazarus», el vídeo de su último single. Ese temor a enloquecer le llevó, con el paso de los años, a quitarse las máscaras y e ir dejando atrás personajes para acabar siendo él, con un ojo de cada color y el pelo ya blanco tras años de intensos tintes. Y ahí, cuando era el espejo de las nuevas generaciones, de los Nirvana primero y los Arcade Fire después, es cuando desapareció. Se apartó de todo, canceló su concierto en Santiago de Compostela de 2004 -fue sustituido por su amigo Lou Reed- y nunca volvió a España o a subirse a un escenario. Se dedicó al mecenazgo artístico y al coleccionismo durante diez años, el tiempo que resistió la distancia con su pasión. Un día de enero de hace dos años, y casi con tanta sorpresa como la noticia de su muerte llegó la confirmación de que Bowie tenía disco. Así regresó a las tiendas con «The next day», un álbum que conectaba con su obra inicial, incluso la portada remitía a la de «Heroes». Poco después enfermó y en plena pelea callejera contra el cáncer decidió grabar su último trabajo, una joya que gana perspectiva ahora que se sabe que la registró muriéndose. El hombre que dejó de grabar durante diez años quiso despedirse cantando en un disco que es vanguardista y complejo, casi tanto como él. Un trabajo que muestra todas las caras de este artista valiente y único, icono de la modernidad, extravagante y genial que ha dejado su huella en la música de un modo diferente al de los demás. A su manera, enseñándonos cosas tan importantes como que cualquiera puede ser un héroe, aunque solo sea por un día.