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Albert Rivera, la ambición constante

De cómo el candidato de un partido desconocido pasó a liderar la cuarta fuerza política española

El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera / Fernando Alvarado (EFE)

Madrid

Cuando llegó al Parlament de Cataluña, lo más común era encontrarse a alguien que lo mirara con desdén. Hasta con desprecio. "Es un tertuliano convertido en diputado", decían de Albert Rivera, líder de un partido con tres parlamentarios y al que las crónicas no sabían bien cómo definir. La mayoría escribía, y ellos lo secundaban, que era un partido antinacionalista, lo cual era una rareza porque existían pocas formaciones que se definieran antes por ser anti que por ser pro. Pero Rivera, que tiene interiorizada la comunicación pública, aprovechó el papel de outsider.

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Lo que más le preguntaban entonces es lo que le preguntan aún: si es de izquierdas o de derechas. La pregunta se entiende si se recuerda que Alberto Carlos Rivera Díaz (Barcelona, 1979) llegó a afiliarse a las Nuevas Generaciones del PP aunque no pagara cuota y aunque le duela el recuerdo, que aceptó el socialismo como uno de los rasgos de Ciudadanos, que en 2009 pactó con los ultras de Libertas, que luego predicó sobre el centro y que ha acabado prescindiendo del socialismo en el nuevo ideario del partido. Rivera pactó con Pedro Sánchez y de inmediato con Mariano Rajoy. De manera que cada vez que se encuentra con la pregunta –esta semana le ha vuelto a ocurrir–, él sale como salió siempre, citando el centro y con un montón de labia.

Lo de la labia viene de lejos. Rivera se multiplicó en los medios por pequeñas que fueran las tertulias y adquirió experiencia televisiva antes de que los parlamentos se volvieran un plató. Anticipó que la política no se libraría en los mítines sino en los medios y exploró ese camino pese a que se lo reprocharan. Ese rasgo le define, porque convierte aquello que le critican en una oportunidad. O lo intenta. Como cuando Rafa Hernando le llamó 'naranjito', burla que primero le indignó y a la larga provocó que pusiera una naranja en casi todos sus tuits.

Una de las primeras veces que fue a Ràdio Barcelona, Rivera se sometió a una entrevista de media hora. En todo ese tiempo, se entretuvo mirando un partido de fútbol que daban en televisión. El partido era malo y además repetido. Pero casi ni miró a sus interlocutores. Despachó sin vacilar todas las preguntas y se fue como había llegado. La soltura le había servido ya para ganar la liga universitaria de debates, que es el tópico que se repite en todos sus perfiles –y este pretende serlo– junto a muchos tópicos más: que fue alumno de Javier Nart y eso acabó por llevarle al núcleo que fundó Ciudadanos, que tiene lo que llaman mentalidad empresarial, que sus referentes son Mandela, Churchill, Suárez, Kennedy o Luther King, de quien tiene un póster en el despacho junto al corazón con las tres banderas (catalana, española y europea) que le pintó su hija.

Las referencias a Suárez y a Kennedy son tan frecuentes que en el Congreso se bromea con ello. Dicen sus próximos que él lo encaja bien pero en la última cena de periodistas parlamentarios se le vio torcer el gesto con tanta mofa. En general es de los que se para en el pasillo de la Cámara, poco rato, aunque ha tenido sus épocas esquivas. Entre las críticas que más escucha están las que llegan de su propio partido, que siempre son las más interesantes. Le discuten que se hubiera 'bunkerizado' con los más afines y también un personalismo excesivo que llevaría a empapelar la sede con su cara.

El empapelado desapareció días atrás y en la dirección explican que tenía una explicación estratégica, que Rivera –los suyos siempre se refieren a él como Albert– era el más conocido, casi la marca de Ciudadanos. Ahora ha remodelado a su equipo y mantiene a su núcleo duro: Villegas, Páramo, Gutiérrez, Hervías, su jefa de Gabinete, María Castiella, y su jefe de Comunicación, Daniel Bardavío. Sus colaboradores meten también ahí a Inés Arrimadas, a la que ha nombrado portavoz. Con quienes empezó, con quienes montaba carpas de propaganda en Barcelona, apenas tiene ya relación y, de hecho, el primer grupo parlamentario acabó en pedazos. Una escisión con mérito si se tiene en cuenta que eran sólo tres.

Decidió el paso a Madrid –lo que preparó en platós, restaurantes y despachos de la capital para darse a conocer– y se produjo el salto. La política nacional y las expectativas excesivas de las encuestas. Las llamadas, las entrevistas, los selfies. Las fotos en cualquier parte, que es lo que más le cuesta. Pero sale en todas sonriendo. Rivera es un político de manual. Con ambición. ¿Quiere ser el vicepresidente? "Lo que quiere es gobernar", cuenta alguien que le conoce bien. "Aspira a ser el presidente". Su ambición es constante.

 
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