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Estados Unidos

El flirteo de Trump con líderes autoritarios

El presidente de Estados Unidos asegura que se reuniría con Kim Jong-Un "si las condiciones fueran apropiadas"

Cientos de manifestantes marchan en el Día Internacional del Trabajo en Washington. / MICHAEL REYNOLDS (EFE)

Washington

Corea del Norte ha estado en el punto de mira de la Casa Blanca en las últimas semanas. La amenaza con pruebas nucleares y lanzamientos balísticos ha sido la principal amenaza en política exterior para Estados Unidos que ha pedido más sanciones en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, ha desplegado su mayor portaaviones con capacidad nuclear frente a costas coreanas y ha advertido de estar preparados para una intervención militar si Pyongyang continúa con las provocaciones.

Donald Trump ha vuelto a sorprender con declaraciones contradictorias diciendo ahora que “si fuera apropiado reunirse con Kim Jong-Un, lo haría” y, además, “estaría honrado de hacerlo”. El portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, matizaba después que “ahora, claramente, no se dan las condiciones apropiadas para ese encuentro”.

Trump se siente cómodo con líderes autoritarios

Esto justo un día después de que Donald Trump tuviera una conversación telefónica “amistosa”, como la ha definido la Casa Blanca, con Rodrigo Duterte, el presidente de Filipinas. Duterte se compara con Hitler, presume de ejecutar extrajudicialmente a presuntos delincuentes y está acusado de cometer todo tipo de violaciones de derechos humanos. Los analistas entienden que el gesto de Trump es además un desaire al expresidente Barack Obama, al que Duterte llamó “hijo de puta” en una cumbre internacional el año pasado.

La Casa Blanca ha tenido que justificar también esta invitación con el argumento de que Filipinas es un actor importante en la región y puede contribuir a aislar a Corea del Norte diplomática y económicamente. Además ha confirmado que Trump fue informado sobre el historial de Duterte antes de la llamada.

Pero estos dos no son casos aislados. Trump se siente cómodo relacionándose de una forma u otra con líderes autoritarios. Quizás porque se salen del “establishment” contra el que él hizo campaña antes de las elecciones, o porque son “líderes fuertes” como definió a Vladimir Putin. Todo eran adulaciones para el presidente ruso durante la campaña y principios de su mandato. Los halagos se congelaron cuando Estados Unidos bombardeó directamente al régimen de Assad, por primera vez en seis años de guerra.

En abril, Donald Trump recibió en la Casa Blanca a Abdel Fattah al-Sisi, presidente de Egipto. Acordaron estrechar la colaboración entre ambos países en la lucha contra Dáesh después que Obama se negara reunirse con Sisi. Trump también llamó a Recep Tayyip Erdogán cuando ganó el referéndum el mes pasado, obviando las críticas de irregularidades de los observadores internacionales. A pesar de la tensión previa entre China y Estados Unidos por los desprecios de Trump al gigante asiático, Xi Jingping visitó la Casa Blanca a principios de abril. Trump le invitó a jugar al golf en su complejo hotelero de Mar-a-Lago, en Florida, durante un fin de semana. Desde entonces Trump ha visto un nuevo aliado en el tablero internacional.

La última invitación al tirano ya está encima de la mesa. El aluvión de críticas de defensores de derechos humanos, también. Los asesores de la Casa Blanca contienen ahora la respiración ante la posibilidad de que Duterte la acepte.

 
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