"A todas nos da miedo cuando un hombre se cruza mientras volvemos solas a casa"
Cuatro mujeres cuentan sus experiencias y el miedo que muchas veces experimentan al volver a casa solas por la noche
Una de cada dos españolas reconocen evitar ciertos lugares o situaciones por miedo a abusos físicos y sexuales
Madrid
“Ya he llegado. Estoy bien”. Escribe Sara en el grupo de whatsapp de sus amigas cerrando la puerta tras de sí. Deja las llaves encima del mueble de la entrada. Y resopla. “Otra vez más lo he conseguido, otra vez más no me ha pasado nada”, se dice. Son las seis de la mañana. Vuelve a coger el móvil y en la pantalla ve repetido el mismo mensaje en bucle: todas sus amigas han llegado a casa, es hora de irse a dormir.
El de Sara es el guión que se repite cada noche en su grupo de amigas (aunque podría ser el de cualquiera) y que describe la sensación de inseguridad que sufren la mayoría de las mujeres tras volver a casa de fiesta. La escena acostumbra a ser la misma. Una chica va caminando sola por la calle de madrugada. Un hombre que pasa por su lado la increpa. Ella acelera el paso. “Guapa. ¿A dónde vas tan sola? ¿No quieres que te acompañe?”. Lo ignora y continúa andando, se mete las manos en los bolsillos y agarra con firmeza las llaves. Hasta que desiste. Unos minutos después ella cruza la puerta del portal. Solo entonces decae la sensación de alerta.
El acoso callejero es una de las prácticas más normalizadas de la violencia contra las mujeres, hasta el punto de que se minimiza y no se llega a mencionar, según explica Tania Sordo, abogada especializada en género. Pero el problema existe. Solo hay que fijarse en las estadísticas para darse cuenta de ello. Según una encuesta realizada por la Agencia de Derechos Fundamentales de la Unión Europea en 2012, casi una de cada dos mujeres de nacionalidad española reconoció evitar ciertos lugares o situaciones por miedo a abusos físicos y sexuales.
Este es el caso de Sara Liaño, de 23 años. Hace un tiempo decidió cambiar de ruta al volver a casa para no exponerse a las miradas y comentarios de los chicos que había frente a las puertas de las discotecas. Aunque luego cambió de idea. “Me daba más miedo todavía porque era una calle pequeña y solitaria en la que no había nadie. Prefiero una calle grande donde haya gente, aunque sea de este tipo, por si tengo que gritar o decir algo”, explica.
La inseguridad que afirman sentir cada noche al volver a casa provoca que sean ellas las que acaben desarrollando estrategias para evitar el acoso callejero. Escoger el camino con más luz posible (aunque sea el más largo), quitarse los cascos, acelerar el paso, tener a alguien al otro lado del teléfono, cambiar de acera, esconder las llaves entre los dedos… son algunos de los ‘trucos’ que se intercambian en cualquier grupo de amigas cada vez que sale el tema.
Liaño lleva un bolso grande para cambiarse de ropa antes de volver a casa. Los días que lleva falda mete unas mallas en el bolso para que así, cuenta, “no se le vean las piernas”. Sara G., de 22 años, selecciona la ropa de su armario en función de la hora a la que tenga previsto llegar a casa. Las noches de fiesta descarta llevar una falda corta o escote. “Son cosas que hay que tener en cuenta por el miedo a que te pueda pasar algo”, aunque “me puede pasar igualmente si no lo llevo”, cuenta.
“Con esa ropa iba pidiendo guerra”, “estaba borracha”, “qué hacía sola a esas horas en la calle”... Son solo algunos de los mensajes que se utilizan para culpabilizar a las víctimas de agresiones machistas y que alejan el foco del agresor. “Es una forma de justificar unas agresiones que no son justificables”, explica Sordo: “Aunque cumplas al pie de la letra el rol que se asigna a las mujeres vas a sufrir agresiones y violencias en distintas manifestaciones porque estás siendo construida como mujer”.
"No se me va a olvidar el resto de mi vida"
Carla G. tenía 20 años cuando un hombre la sorprendió por la noche cuando salía del metro: “De repente salió de entre los coches un tío con los pantalones desabrochados y la polla fuera masturbándose. Solo me dio tiempo durante un segundo a ver lo que estaba pasando y a salir corriendo. Oí un jadeo muy asqueroso”. La misma agresión se repitió otras dos veces, una de ellas en un parque cercano a su casa a las ocho de la mañana. “Yo ya voy con un miedo por todos lados de noche que no es normal”, cuenta.
No llegó a denunciar ninguna de las tres agresiones. “Estaba tan centrada en volver a mi casa que ni lo pensé, aunque luego sí me dije que tendría que haber llamado a la Policía”, explica. “Pero luego cómo se demuestra que ese hombre me ha hecho lo que sea, si no me ha tocado”, añade.
Su desconfianza es compartida por muchas mujeres, que dudan en denunciar porque socialmente no se contemplan como agresiones. De forma que estas violencias, que no llegan al extremo de una violación pero que también son importantes, quedan fuera de los registros oficiales.
Para Sordo es fundamental que cuando se produzca una agresión no se culpabilice a las mujeres, independientemente de si quieren hablar o no. También subraya la importancia de que los profesionales que atienden a las víctimas no actúen conforme a estereotipos de género y prejuicios. “Lo importante es que exista un sistema que les dé la confianza para que ellas puedan denunciar esa agresión”, afirma la letrada.
Unos meses antes, cuando todavía no había cumplido la mayoría de edad, Carla cuenta que un chico de unos 17 años le tocó el culo al pasar a su lado. “Me hizo hasta daño. Él no dijo nada. Recuerdo gritarle y quedarme con una sensación muy mala en el cuerpo, como de qué asco que se haya atrevido a violar mi espacio y mi cuerpo”, relata.
Aunque ya han pasado varios años desde la agresión sigue recordándola con todo detalle, también la sensación de desprotección que la acompañó después: “Ojalá sea consciente de lo que provoca porque él coge y a los diez minutos se le olvida lo que ha hecho, pero a mí no se me va a olvidar el resto de mi vida”.
"A todas nos pasa lo mismo"
Sara G. ha optado por no salir de fiesta y reducir esas salidas nocturnas al mínimo tras sufrir varias agresiones. “He tenido bastantes experiencias negativas de acoso, por lo que he llegado a un punto en el que no veo necesario seguir soportando eso”, afirma. Una de ellas se produjo a la salida de una discoteca de Madrid, cuando acompañaba a una de sus amigas de vuelta a casa.
“Se fue un momento al baño y volvió con una bebida. Dijo que la había comprado, pero realmente se la habían dado y le habían echado droga”, cuenta. Salieron del local para coger un taxi, pero tuvieron que caminar hasta Gran Vía porque no pasaba ninguno libre. Durante el trayecto un grupo de chicos empezó a increparlas por la calle y a perseguirlas. “Decían: deja a tu amiga con nosotros que nos vamos a encargar de ella”, cuenta. “Yo no podía hacer nada porque estaba sujetando a mi amiga que estaba medio inconsciente”.
En otra ocasión, esta vez en el coche y de madrugada, la empezaron a perseguir un grupo de chicos que viajaba en otro vehículo. Al principio la miraban, luego bajaron las ventanillas y comenzaron a pitar, cuenta. Cuando el semáforo se puso en verde, la persiguieron en coche por la carretera hasta su pueblo, durante unos diez kilómetros.
Los nombres cambian, pero al final las historias son las mismas. Cualquier mujer da cuenta de ello. “Lo hablas con tus compañeras y amigas y te dicen: es que a todas nos pasa lo mismo, a todas nos da miedo cuando un hombre se cruza mientras volvemos solas a casa”, explica Lucía, de 18 años.
Parches contra el acoso callejero
La apropiación masculina de los espacios públicos y la construcción social de las mujeres como objetos sexualizados son, en opinión de Tania Sordo, las claves que explican el miedo de las mujeres a transitar las calles por la noche.
“Hemos sido objetualizadas sexualmente en un imaginario social que suele culpar a las mujeres en base de mitos y estereotipos como: iba vestida de esta forma, estaba las calles a esas horas, había bebido… Cuando jamás se justifica ninguna agresión y nosotras deberíamos de poder ir por las calles con total seguridad y nadie debería invadir nuestro espacio”, explica.
La falta de mecanismos para prevenir el acoso callejero ha motivado la inventiva de algunos desarrolladores para intentar poner un parche al problema. Es el caso de Andoni Suárez y Gustavo Íñiguez, desarrolladores de Trusted Circles, una app con la que pretenden facilitar el camino de vuelta a casa y prevenir cualquier tipo de agresión.
Su funcionamiento es sencillo. Ante la primera alerta de peligro solo hay que pulsar un botón y la app envía un aviso de socorro a tu círculo de amigos y a todas las personas que tengan instalada la app en un radio de un kilómetro. Cuentan que decidieron desarrollar la aplicación tras la violación múltiple de Sanfermines. “El hecho de que se diera una cosa así cuando había a poca distancia mucha gente nos dio la idea”, explican.
Algunas feministas, como Pamela Palenciano, instan a las mujeres a reaccionar ante los mal llamados ‘piropos’. En su monólogo ‘No solo duelen los golpes’, en el que narra su experiencia como antigua víctima de maltrato, Palenciano insta a las mujeres a sacarse un moco delante de sus acosadores cuando estos las increpen por la calle.
Falta de empatía
El silencio que rodea al acoso callejero ha empezado a romperse y cada vez son más las mujeres que alzan la voz y denuncian el problema desde las redes sociales. En mayo, Irene Tapia colgaba un vídeo donde relataba la agresión sexual que había sufrido minutos antes en la calle. Iba andando de noche hacia su casa cuando un hombre se le acercó, le tocó el culo y le agarró un pecho. Ella sacó su móvil y empezó a grabar cómo su agresor caminaba tranquilamente, como si no hubiera pasado nada. “Cerdo”, le gritaba. Unos hombres se le acercaron y le preguntaron si quería que la acompañaran a casa, mientras que al agresor no le dirigieron ninguna palabra. “¿Hay derecho?”, se pregunta en un momento del vídeo.
Precisamente, muchas mujeres denuncian la falta de empatía de la sociedad con los abusos que se ven obligadas a vivir en las calles y otros espacios públicos, como el metro. Lucía acostumbra a recibir la misma respuesta de sus amigos cuando el tema sale en cualquier conversación. “A mí me hace gracia cuando ellos dicen: a nosotros también nos pueden atracar por la calle. Pero a mí me pueden quitar la vida o violar. Lo pones en una balanza y no es lo mismo”, explica.
Para la abogada especializada en género Tania Sordo es importante aplicar una perspectiva de género para distinguir de dónde viene el miedo: “No es lo mismo que te puedan atacar por ser mujer a que te agredan por ser un ciudadano que puede ir por las calles”.