La investidura irónica
La elección de Quim Torra adelanta cómo será la legislatura del nuevo President
Madrid
Desde que el sábado proclamara que quiere construir república, Quim Torra no tenía nada más que decir y, sin embargo, siguió hablando hasta que, sin saber muy bien porqué, le invistieron. El procés ha acabado por poner a un desconocido, como lo fue Puigdemont, del que ahora se sabe que dedicó artículos a la raza y al ADN de los españoles. “Textos irónicos”, según se justificaba en el Parlament entre risas. También las suyas.
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Ahí estaba, en fin, porque ahí le habían puesto. Sin despertar entusiasmos. Sin entusiasmarse. Pidiendo a la CUP que esté “alerta” y le vigile, que le enseñe la “bandera roja” si, en momentos de flaqueza, el nuevo president, o sea él, cae en el autonomismo. Y prometiendo a la vez al PP que gobernará “para todos”. Una cosa y la otra iban en la misma frase.
Ahí estaba Torra, sobre el alambre. Sorprendido de que fuera por él todo aquello -las cámaras y los focos, la de gente que se aparecía de pronto para abrazarle y pedirle-, si ya había explicado que el presidente no era él, sino otro. Pero era por él, que aún no se había marchado a Berlín. Así que puso a palparse para saber de dónde brotaba tanto carisma, porque notaba que, al hablar, provocaba los aplausos de los diputados independentistas, que no encontraron un momento para preguntarse por aquellos tuits y aquellos artículos que hablaban de la raza y del ADN.
La investidura resultó un pleno sin relieves, de aplausos sordos. Nada que ver con los vítores y las tensiones que han visto antes esas paredes. Con el mismo frío entre diputados, un frío alemán, que anuncia que no será posible ahora que puedan reconciliarse. Anuncia más bien lo contrario. Para ser el final de una etapa, uno hubiera esperado cualquier otra cosa. A lo mejor es que no es el final de nada, si han elegido a un president que dice de sí mismo que es provisional. Investiduras irónicas, como los textos.