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Los años perros

La vuelta de la cuestión catalana, la ruptura en Podemos y los acuerdos entre PP y PSOE marcan la acelerada entrada de febrero

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el secretario político de la formación, Íñigo Errejón. / Emilio Naranjo (EFE)

El líder de Podemos, Pablo Iglesias, y el secretario político de la formación, Íñigo Errejón.

Madrid

"Al final aprendes a base de bofetadas". Carolina Bescansa soltó la frase al poco de dejar sus cargos en Podemos. Ella lo dijo por cómo le está costando a su partido hacerse con las rutinas del Congreso, porque les resultó difícil llegar y adaptarse al ritmo parlamentario, pero la frase resume bien la vida interna del partido. El de Bescansa y todos los demás, metidos ahora en la fase de las bofetadas públicas.

La semana que acaba se puede explicar en esa clave, las guerras fraternas, que son las que más duelen, en medio de un momento político extraño: sin presupuestos, sin acuerdos sobre Cataluña con la cuestión catalana de nuevo en boga y expectantes por lo que se le ocurra a Trump, aunque Rajoy llama a reaccionar "sin estridencias". Muchas cosas en muy pocos días. "Se ha dicho que los años en Podemos son años de perro, que uno dura como siete", contó Bescansa. "Creo que pasa en Podemos y pasa en general. No recuerdo un enero tan largo como este. Estamos en la aceleración del tiempo histórico". Semanas como si fueran meses, a tan alta velocidad que, más que planificar, improvisan. Los años perros.

Esa aceleración del tiempo ha llevado a Podemos a una ruptura que pocos pudieron imaginar en su primer Vistalegre, con acusaciones propias de los partidos de siempre y una discusión intensa a la vista, en los mismos escaños que Iglesias y Errejón se comprometieron a dignificar. La batalla en Podemos tiene todo aquello de lo que renegaron. El tiempo que debía ser para la nueva política se ha llenado de lo que habíamos visto antes, con luchas por el poder, rencillas que son políticas y a la vez son personales, enfrentamientos entre instituciones (Gobierno y Generalitat) y hasta una puerta giratoria de campeonato: el nombramiento de Fernández de Mesa en Red Eléctrica. El ministro Nadal, que trata de pasar de perfil en cualquier polémica, se despachó con que era "una decisión empresarial". Años perros, pero como los de antes.

Cuanto más ruido hay en el escenario, más tranquilo avanza Rajoy. Esta semana logró que PSOE y Ciudadanos le aprobaran tres decretos mientras los medios hablaban de las batallas internas, en Podemos y en el PSOE. Tan en calma está el presidente que se permite negociar en los mismos pasillos de las Cortes el reparto del poder en el congreso del PP, que será la semana próxima. Trató primero con Cospedal y luego con Maíllo y se diría que ella salió más contenta que él. Es verdad que el Gobierno se lleva el revés de la renta mínima indefinida, la iniciativa legislativa popular que la Cámara aceptó tramitar con el rechazo del PP y de Ciudadanos. Pero en el Gobierno cuentan con que la norma tendrá severas modificaciones y está por ver que el dinero necesario –"que podría volcar el presupuesto" según el Ejecutivo– no tenga que salir también de las comunidades.

El problema lo tiene Rajoy con Trump, porque deberá definirse entre la línea dura que se va consolidando en Bruselas o la prudencia de su ministro de Exteriores. Ese es el dilema que persigue a Rajoy, en cuyo primer mandato España perdió influencia en la escena internacional. Aunque la prioridad del presidente empieza a centrarse en Cataluña, en vísperas del juicio a Artur Mas, Joana Ortega e Irene Rigau. El juicio despertará de nuevo al movimiento independentista, lo que puede repetirse si se suspende en unos meses a la presidenta del Parlament y lo que pretende el Govern atribuyendo a una especie de conspiración la última operación de la Guardia Civil contra la trama del 3% por la que Mas cambió el nombre a Convergència. Apenas existe comunicación entre la Moncloa y la Generalitat y los mensajes que se cruzan en público alimentan la tensión entre ellos.

Cuando los periodistas sorprendieron a Rajoy reunido con Cospedal y Maíllo preparando su congreso en el Congreso, el presidente se justificó en que tenía que sacar tiempo de cualquier parte: "El tiempo es oro", dijo. Fue un bombazo que lo dijera Rajoy, acostumbrado a dejar que las cosas pasen. Eso le reprochan que haya hecho con Cataluña: sentarse a esperar. Se lo cuestionan algunos de los suyos y embajadores acreditados en España, atentos a este movimiento. El Ejecutivo prosigue con la que ha llamado con cierta pompa 'Operación Diálogo', pero parece estar preparado para una fase más incierta. Y acelerada.

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