La importancia del Estado de ánimo
El cambio de Gobierno sacude el escenario y obliga a los partidos a resituarse, pero además impacta en la percepción política que tienen los ciudadanos
Madrid
Esta semana salió el CIS, aunque apenas nadie lo comentara. La encuesta se hizo antes de la dimisión de Cristina Cifuentes, de la sentencia de la Gurtel, de que se aprobaran los presupuestos y de la moción de censura. Parece que se hubiera hecho en otro país pero ya entonces, en la lejanía del mes de mayo, los españoles llegaron a una conclusión: según el sondeo, eran más optimistas con la economía que con la política. España tenía un Gobierno con 134 escaños y Rajoy insinuaba que repetiría como candidato aunque en realidad la política fuera un bloqueo, sin iniciativas parlamentarias ni acuerdos en Cataluña, atrapada en una espiral de escándalos. La política no generaba entusiasmos.
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De pronto, España cambió en unos pocos días lo que normalmente cambia en años. No porque se vaya un Gobierno y se instale otro, sino por los mensajes nuevos: un gabinete con más mujeres que hombres, compuesto de gentes que no proceden de la política y que no resulta de contentar a las familias del partido, con miembros que prometen sin crucifijos. España tiene su Gobierno más frágil -84 escaños- pero el perfil profesional de las ministras y los ministros ha introducido un cambio sustancial en la opinión pública, el de su estado de ánimo. Y el ánimo importa: a veces se convierte en el criterio principal que decide el voto. Por algo Rajoy incidía en sus discursos contra quienes hablaban mal de España y “martilleaban” con los casos de corrupción. Más encuestas vendrán para confirmar hasta dónde alcanza el cambio en la impresión general de los ciudadanos, pero el ObSERvatorio del viernes pasado apuntaba ya en esa línea. Ahora será cosa del Gobierno de Sánchez gestionar las expectativas, con el riesgo evidente de defraudarlas.
De aparecer cuarto en algunas encuestas, Pedro Sánchez ha pasado a ocupar el centro de la escena. Es el Presidente y los demás se recolocan alrededor. El PP anuncia una oposición feroz, aunque antes de ponerse a atacar tendrá que decidir qué quiere ser de mayor. Varios líderes territoriales maniobran para que un sustituto de consenso evite guerras y heridos. Como si fuera un eco, Aznar se ofrece para “refundar el centroderecha”. El afiliado Aznar habla del futuro desde el pasado. Mientras, Mariano Rajoy trata aún de entender qué fue lo que se lo llevó por delante. El martes, mientras se despedía, se decía víctima de la posverdad. Rajoy todavía no ha leído en la sentencia de la Gurtel lo que leen los demás y quizá tengan que pasar años para que al fin lo haga.
Queda también la posición que adoptarán los nuevos partidos, a los que algún sondeo situó incluso como primera y segunda fuerza: Ciudadanos y Podemos. Tres fuerzas pugnan por ser el principal desgaste del Gobierno y las tres tardaron poco en presentar sus credenciales. Significativamente Podemos, cuyo secretario general ha anunciado “la cortesía mínima” para un gabinete socialista monocolor a cuyo presidente acusa de arrogancia. Iglesias redefine el rumbo de Podemos -con un tono de nuevo distinto al que se percibe en Errejón-, mientras Albert Rivera, líder de encuestas, procura que el vendaval no le arrincone. Su dificultad en este momento radica en encontrar las diferencias con el PP, porque ya no podrá alegar que uno es Gobierno y el otro, en teoría, oposición.
Ha hecho Sánchez un Gobierno para que dure y, sin embargo, anda todo el mundo calculando qué papel le dará más éxito en las próximas elecciones. Es natural, el estado de ánimo decide a veces el futuro del Estado.