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El malestar interno en el PP apunta a un fin de ciclo que sólo salvaría una investidura in extremis

Gran frustración en las filas conservadoras por no poder formar gobierno y por la suma de los escándalos de corrupción. Algunos populares se ven inmersos en "un proceso de descomposición" que sólo se detendrá si, al final, Rajoy se presenta en octubre y el PP logra conservar la Moncloa

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. / PP (ACN)

El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy.

Madrid

Hubo una época en la que el PP arrancaba cada semana con un sobresalto. Se bautizó como "los lunes negros". Coincidió con el Congreso de Valencia de 2008, cuando se ponía en duda el liderazgo de Mariano Rajoy. Los populares recuerdan bien aquellos tiempos pero les parece poca cosa en comparación con lo que viven ahora.

Consideran que, en la actualidad, todos los días son de infarto. Los escándalos se suceden a tal ritmo que incluso se solapan. Se habla del puesto de José Manuel Soria para, con su renuncia, pasar a criticar a Luis de Guindos. Y cuando el titular de Economía comparece, la atención ya se ha desviado hacia Rita Barberá. Mientras, los nombres de Luis Bárcenas y Jaume Matas retornan y en Génova cruzan los dedos para que no estalle ningún caso más.

En las filas conservadoras están hartos de que la corrupción lo barra todo. Y algunos cargos creen que la culpa de este sinvivir la tiene Rajoy, que dejó que los problemas se pudrieran. Piensan que ahora se está pagando por todo lo que no se resolvió en su momento y temen el díficil horizonte judicial que les espera.

Rajoy dice que el PP siempre se sobrepone de todo. Pero su partido vive horas críticas. No es oro todo lo que reluce. Los que rodean al presidente en funciones restan importancia al malestar interno. Pero allá donde viajan se encuentran con voces que se elevan preguntando por la gestión de algunas polémicas y también cuándo habrá gobierno en España.

Hace un año, todas las organizaciones territoriales se preparaban para afrontar una campaña decisiva con la vista puesta en el 20 de diciembre. Pero han pasado los meses y la situación es parecida. La falta de certidumbre y el agotamiento hacen mella.

Cuando el PP logró más escaños el pasado 26J, todos pensaron que ya estaba hecho. Pronto vieron que no era así y se desinflaron. Se volvieron a animar cuando Rajoy anunció que se presentaba a la investidura. Sin embargo, el resultado, aunque esperado, fue la constatación de un fracaso. Para evitar que se le cuestionara, se convocó de inmediato un Comité Ejecutivo Nacional en el que Teófila Martínez derramó lágrimas de emoción y todo fueron palabras de apoyo para su líder.

Siempre se señala a Pedro Sánchez como responsable del bloqueo político. La mayoría lo cree firmemente pero eso no evita la montaña rusa a la que se ha subido un partido que pasa de la euforia al drama, frustrado al comprobar que no cambia nada.

"Lo único que nos mantiene vivos es la ilusión de seguir en la Moncloa", confiesan varios dirigentes del PP. Los mismos señalan que tienen la sensación de que se encuentran ante un fin de un ciclo. Hablan de "un proceso de descomposición" que este impasse sólo acelera.

Hacen una radiografía que no arroja buen resultado. Se detectan diferencias en la cúpula del PP y ya no se pueden ocultar las batallas de un Ejecutivo que lleva nueve meses en funciones con un desgaste brutal. En las formaciones regionales no hay ánimos para afrontar unas terceras elecciones. Sin congresos, muchas están divididas. Algunos conservadores denuncian la falta de proyecto y reclaman un rearme ideológico. Otros se conforman con unas cuantas directrices. Y hay quien no comulga con los mensajes que se envían.

Por ejemplo, la mayoría coincide en que la exalcaldesa de Valencia debería renunciar a su acta, pero no todos ven necesario que se organicen cacerías internas. Y lo dicen porque algunas de las críticas del PP fueron más cruentas que las de sus adversarios políticos. Comentan que no todo vale con tal de diferenciarse, porque con eso sólo logran hacerse daño a sí mismos.

Ante la sensación de que todo se desmorona, los que rodean a Rajoy pelean por seguir al frente. No hay nada que una más que el poder. Creen que tienen al partido controlado. Van superando etapas. Recuerdan que el PP es la fuerza más votada y se consuelan diciendo que el PSOE está mucho peor.

En cualquier caso, esperan que Galicia les dé una alegría. Es su último bastión porque en las elecciones de 2015, el PP perdió todas sus mayorías absolutas en las comunidades autónomas. Necesitan que Alberto Núñez Feijóo revalide su título. Algo que a él, por cierto, le apuntalaría de cara a una futura sucesión.

Aunque, en estos momentos, en lo que están concentrados es en ganar e imponerse con una diferencia considerable. Rajoy se está volcando en hacer campaña en su tierra. Acude más que a Euskadi. Y es que le interesa obtener un buen resultado el 25 de septiembre para poder esgrimirlo frente a los socialistas y recuperar así, la iniciativa política.

En el PP todos esperan que tras las elecciones gallegas y vascas se despeje el panorama y haya una investidura in extremis en octubre, que les haga salir de este bucle que tanto les desespera. Confían en que el PSOE se estrelle y eso sirva de revulsivo para que cambien su voto en contra, por la abstención.

Creen que Susana Díaz y Guillermo Fernández Vara pueden romper el bloqueo, pero temen que, a cambio, se pida la cabeza de Rajoy. Saben que este debate se volverá a reabrir. Pero dentro de la formación conservadora consideran "imposible" que dé un paso atrás o renuncie a ser el candidato. Los colaboradores del presidente en funciones defienden que los cambios de líderes sólo se hacen gobernando, para evitar que el partido se rompa. Así que la cuenta atrás sigue corriendo. Sólo queda una última oportunidad o terceras elecciones.

 
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