Anatomía de un mitin (en el que Iglesias habló del miedo)
La discusión entre sus dirigentes apenas revuelve el acto de Podemos, que crea su propio clima para apelar a los votantes
A Coruña
Hubo una época en que la campaña te asaltaba. La calle se llenaba de pegatinas y propaganda y tenías que columpiar al niño con ojo de que no llegara un candidato dispuesto al selfie. Puede que sea por el cansancio -hastiados se decían los encuestados por el ObSERvatorio-, pero ahora a la campaña hay que salir a buscarla. Como si hubiera dejado la calle para desarrollarse, discreta, en la intimidad de las casas, en las discusiones familiares. Y en los mítines. Pablo Iglesias se estrenó este martes -tantos días después- en la campaña gallega y habló del miedo que quiere generar "en los poderosos". En realidad ese pasaje del mitin, aplaudido, pasó entre los asistentes como los demás pasajes de su discurso. Le aplaudieron varias veces más, singularmente cuando citó "la foto de Feijóo con un narcotraficante". La referencia al miedo del secretario general de Podemos no tronó en el auditorio como tronaría luego en las redes sociales. Quizá porque el mensaje no fuera para el auditorio, sino que tenía que ver con las luchas internas. Quizá fuera por el clima propio que generan los mítines.
Diario de campaña con José Luis Sastre - Anatomía de un mitin
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La anatomía de un mitin resulta muy parecida a la de un concierto. No tanto porque Iglesias hable con la cadencia de un rapero o porque se remita a Coldplay o Bruce Springsteen, sino porque hay quien acude a ver a su grupo convencido de que es el mejor grupo de la historia. Toque el repertorio que toque. "Antes nos convocaban con pasquines. Ahora nos citan con whatsapps. Pero los que venimos aquí estamos ya convencidos de lo que votaremos el domingo", dice uno de los primeros en llegar al paraninfo de la Universidad de A Coruña, donde En Marea convoca el acto.
Pero hay también entre el público quien se acerca menos convencido, gente que ha escuchado alguna canción del grupo pero no sabe cómo actuarán en directo. En esta parte del público está la clave para un partido: en los ciudadanos que seguramente les voten pero quieren primero ir a ver qué tal suenan. Hay aún indecisos y Feijóo reconoce en sus discursos que la mayoría absoluta puede depender de unos cuantos votos. "Yo votaré contra el PP. Votaré el mal menor. Pero quiero ver cómo explican lo que harán, cómo piensan hacerlo", asegura una señora entre el público antes de que empiece el mitin, que tiene su mecanismo particular.
Antes las grandes convocatorias de los partidos servían como demostración de fuerza. Pero eso ya pasó. Los mítines son ahora una forma de ir creando ambiente, comunidad. Con frases que los políticos dejan en alto para que les aplaudan. Por ejemplo, la del miedo de Iglesias. Sentado allí en medio, entre eslóganes, a tu lado empiezan a aplaudir y el aplauso sin saber cómo cae también en tus manos. Para empezar, cae en las manos de la señora que iba sólo a ver qué tal. El mitin tiene política pero tiene sobre todo marketing y hasta antropología. Unos cuantos seguidores esperarán hasta el final para intentar acercarse al líder, al que los empleados de seguridad se llevarán cuando acabe su intervención en el escenario. A la salida, entre el público, nadie hablaba del miedo. Sí "de la caña que le han dado al PP", pero no hay referencias a la discrepancia que al poco airearán los dirigentes. Esa discusión -que está entre la teoría y la estrategia, entre Errejón e Iglesias- vendría después.
Otras veces, en los mítines, los oradores piden a la militancia que lleven el mensaje a sus allegados, que se apliquen en el boca a boca entre la gente. Esta vez ni eso. Iglesias aplaude a su candidato dando por hecho que habrá sorpasso al PSdG, aunque evita la palabra cuyo recuerdo escuece aún. En los mítines cabe poca autocrítica, aunque Iglesias es en eso una excepción. Reconoce que a veces su partido se ha despistado en las instituciones. La gente se lo agradece con más aplausos. Es la mejor forma que tienen los partidos para crear un clima que durará hasta que acaben los discursos. O hasta que el debate prenda en la red, donde la campaña se agita mucho más que en las calles. Sobre todo la interna, dentro de los propios partidos.