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SER SALUDABLE

¿Cómo afectan las emociones a nuestra dieta?

Aliviar el estrés, la depresión o el aburrimiento a través de la comida trae consecuencias para nuestra salud.

SER SALUDABLE 3 SEPT OK

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Valencia

“Por la noche no duermo, me levanto de la cama y no puedo evitar comer galletas de chocolate. Me como un paquete con leche”, reconoce Vicente, un comercial valenciano de 42 años. “Si no son galletas, es algo dulce, lo que sea. Necesito comer algunas chucherías antes de dormir y en determinados momentos del día. Cuando trabajo, viajo, y estoy hasta arriba de ocupaciones no me pasa, me sucede sólo cuando estoy en casa”, subraya. Como él son muchos los que no pueden detenerse a la hora de acudir a la nevera, pero, por el contrario, no tienen hambre. Están nerviosos por trabajo o porque tienen un examen y van a parar a la nevera a comer chocolate o lo que pillen. Son "comedores emocionales", personas que usan los alimentos para dar salida a su ansiedad, a estados de depresión o, incluso, a su aburrimiento. Realmente no comen para saciarse, si no que detrás de la ingesta se esconden otros problemas de carácter emocional. “Es difícil identificarlos, suelen actuar de manera oculta; la propia persona antes de reconocer el problema suele negarlo y negárselo, por tanto pasa un tiempo hasta que se reconoce. Cada vez que se pega un “atracón” innecesario se dice así misma: “Es el último y no volverá a suceder”, afirma Violeta Mendoza, psicoterapeuta y miembro de Asociación Valenciana para la Investigación y la Práctica de la Psicoterapias Integrativas (AVIPSI).

Algunos de los síntomas reconocibles, según nuestra experta, pueden ser: “Pensar que se tiene hambre poco tiempo después de haber comido, en el caso de los niños, no aceptar cualquier comida cuando se le ofrece, no saciarse.Cuando se siente el hambre, se siente en forma de “ataque”, a diferencia del hambre fisiológica que suele ser más progresiva y puede esperar a comer la gran mayoría de las veces, y en caso, sobre todo de los adultos, el sentimiento de culpa que aparece casi siempre durante la ingesta y siempre después de haber comido. Cuando alguien siente culpa por haber comido, sabe que ha comido de más”.

La gran mayoría de alimentos que se eligen cuando un “comedor emocional” va a parar a la nevera son de carácter “reconfortante" (chocolate, galletas, pasta, pizza). “Todos son hidratos de carbono, azúcares, la primera fuente energética del cerebro. Si tomamos estos grupos de nutrientes después de la una actividad cerebral importante no tendríamos que preocuparnos, siempre que sean situaciones puntuales. El cerebro necesita su energía y esta es una forma de recuperarla. Las dificultades pueden aparecer cuando se ingieren de forma continuada como manera de calmar la ansiedad o el desasosiego”, explica Mendoza.

Pero, ante un momento de estrés o depresión en el que la persona acude a la despensa... ¿Qué debe pensar para irse "hacia otro lado" y evitar comer de forma compulsiva? “No es fácil la contención, pero algo que puede ayudar es proponerse parar y darse unos minutos antes de empezar a comer y, así tener la oportunidad de darse cuenta de cuáles son los sentimientos o las emociones que están debajo de esa necesidad de comer. La necesidad de comer sólo está tapando esos sentimientos, si logramos identificarlos podemos tener más control sobre nuestras emociones y, por tanto, sobre la situación”, comenta la psicoterapeuta. “No recomendaría la contención, porque casi nunca funciona. Optaría primero por la toma de conciencia de las emociones que están debajo de esa ansiedad por comer. Solo una vez comprendidas éstas podemos empezar a tener nuevos propósitos. Algo que ayudaría a conseguir ese nuevo propósito es negociar un día o dos a la semana para “comer compulsivamente”. Darse permiso para comer afloja la presión interna y la culpa por hacerlo”, añade.

 Nutrirse de afectos

 En estos casos, existe un desequilibrio entre las emociones y la dieta. “Paliar los sentimientos de ansiedad, miedo, inquietud o cualquier otra emoción que subyace debajo de la necesidad de comer, no es más que un síntoma o un aviso de que algo no va bien en nuestra vida. Este malestar puede manifestarse de muchas otras formas o con otros síntomas, además de la ingesta excesiva de alimentos. Generalmente, la ingesta incontrolada de comida obedece a situaciones en las que se está “sufriendo” alguna carencia afectiva o los afectos que mantenemos nos son satisfactorios. Metafóricamente, la comida nos llena un vacío; la persona necesita llenarse y por eso come en exceso; busca “nutrirse de los afectos” con los que no cuenta o, teniéndolos, no le sirven”, señala Mendoza.

Para llegar a una buena resolución de este síntoma “es imprescindible que tratemos de identificar cuáles son las áreas o los contenidos de nuestra vida que no están funcionando bien y tratar de cambiar eso. Si no se modifica la estructura de fondo, es muy difícil tener éxito con los propósitos de cambio de hábitos, por muy perniciosos que sepamos que son para nuestra salud y nuestro equilibrio”, reitera la psicoterapeuta. “Se puede cambiar de hábitos modificando el pensamiento del deseo de comer por otro que nos aleje de la despensa, como cuando cambiamos de canal en la TV, pero si no se cambia el malestar que lo produce, el conflicto interno que lo origina, lo que puede ocurrir es que cambiemos un síntoma por otro. Por ejemplo, en lugar de comer, nos de por fumar o beber más de lo aconsejable o nos convirtamos en unos verdaderos apasionados de la limpieza. La solución más efectiva pasa por hacernos conscientes de lo que no va bien para nosotros y cambiar aquello que nos hace sentir desdichados”, afirma nuestra experta.

 
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