Encapuchados en la universidad
Actuar encapuchado, meter en el mismo saco a los presos de ETA, el Gal, y hasta el debate actual en el PSOE es una ensalada tal que, si efectivamente son estudiantes, alguien debería repasar el Plan de estudios
00:00
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/001RD010000004315700/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Madrid
Que los estudiantes protesten no es ninguna novedad. Que si son muy jóvenes protesten con ruido y virulencia tampoco. Pero que se impida físicamente en la Universidad la celebración de un acto en el que se va a utilizar como única herramienta la palabra es una muy mala noticia y un síntoma inquietante de intolerancia.
Felipe González y Juan Luis Cebrián no pudieron hablar ayer con los estudiantes de la Universidad Autónoma de Madrid que sí querían escucharlos. Y no pudieron porque un grupo de doscientos decidió por todos y reventó el acto. Por muy gastadas que parezcan las palabras, las que sirven para lamentar este episodio son las mismas de siempre: que unos pocos impongan su voluntad a muchos tiene un nombre muy feo se llama fascismo, y no se puede banalizar de ninguna manera que unos pocos impongan su voluntad a muchos porque se vulneraron dos derechos: el derecho a expresarse libremente de unos y el derecho a recibir libremente información de los alumnos.
Actuar encapuchado, meter en el mismo saco a los presos de ETA, el Gal, y hasta el debate actual en el PSOE es una ensalada tal que, si efectivamente son estudiantes, alguien debería repasar el Plan de estudios. Esperemos que sea solo un episodio y no un brote del virus del odio que con distintos síntomas vemos peligrosamente aparecer aquí y allí, en las redes sociales y en la vida real. La memoria histórica sirve también para explicarles a los más jóvenes que en las sociedades democráticas la razón está siempre del lado de los que no cruzan la raya de los derechos de los otros.