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Alimento y ambientador para las manos, al mismo precio

Sus gajos y su cáscara casan con todo. Detrás de las mandarinas se esconden un sinfín de recetas tan elegantes como sencillas

Que la fruta tenga hojas nos ayuda a reconocer una buena mandarina. / FREEGREATPICTURES.COM

Esta semana en Te lo llevas fresco hablaremos de la mandarina, una fruta estupenda porque por el mismo precio tienes alimento y ambientador para las manos. Una buena ayuda para reconocer una mandarina en óptimas condiciones son sus hojas: si las tiene y están lozanas, la fruta también lo estará. Que tenga la piel tersa y cuando la cojas te haga pensar “pues sí que pesa”, también te da pistas de que lo que hay dentro es dulce y está lleno de jugo. Si son tirando a ligeras y al presionarlas se nota que hay mucho hueco entre la piel y los gajos, serán más secas y ligeramente amargas. Si a pesar de todo tienes dudas, huélela: el olor a mandarina buena es perfectamente reconocible.

'Las hojas y la piel nos dicen cómo están las mandarinas'

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Aunque las mandarinas son practiquísimas para llevárselas por ahí y comerlas tal cual, también se puede cocinar con ellas. O no cocinar, pero que lo parezca: mezclando muy bien con unas varillas una barqueta de queso cremoso, 100 ml de nata y 50 g de algún queso más potente –feta, por ejemplo–, y un poco de vuestro endulzante favorito conseguiréis el relleno de unos vasitos que se hacen con la gorra. Solo tenéis que poner una galleta troceada en la base, la crema y encima de cada uno media mandarina –sin las telillas, ahí sí hay que currárselo un poco–, ralladura de limón y un poco de menta fresca picada. Sácalo a la mesa y no le cuentes a nadie lo que has tardado en hacerlo.

Ya hace un rato que están de temporada, pero todavía queda tiempo para encontrar buenos ejemplares, así que corred y haceos con algunas antes de que se acabe y las echéis de menos: su sabor combina a las mil maravillas con el de la calabaza o la zanahoria, así que pueden hacerse compañía en muchos platos. Si vas a asar estas hortalizas, estrújales el zumo de una mandarina encima –deja también la cáscara, aportará un extra de aroma– y dales un masaje que incluya también aceite de oliva, sal, pimienta y semillas de cilantro: hornea a 180 grados y tu casa olerá a Navidad aunque sea febrero.

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También es perfecta para empujar el sabor de una crema de zanahoria, calabaza e hinojo –previamente doradas con un poco de puerro y cebolla–. Cuando ya estén hervidas en agua o caldo y templadas, añade semillas de hinojo, un aguacate para dar cremosidad y zumo de mandarina al gusto. El puntito del cítrico crudo, mezclado con el fondo anisado del hinojo y la dulzura del resto de ingredientes da como resultado una sopa imbatible (y apta para veganos).

Las mandarinas también se llevan muy bien con las aves, y no hace falta desempolvar la receta del pato a la naranja que triunfaba en tu casa en los 80 para versionarla. Cortando en octavos dos limones pequeños y dos mandarinas y unos dientes de ajo conseguiremos darle un aroma especial a unos picantones al horno. Solo hay que untarlos con aceite y sal, pimienta, canela, pimientón y tomillo, acompañarlos de las frutas y hornearlos durante una hora a 180 grados, mojando con 100 ml de vino seco a mitad de la cocción y subiendo el horno a 200 los últimos 15 minutos para que se doren. Sírvelos con patatas asadas, polenta o una buena ensalada y prepárate para que te hagan la pelota.

Si todo esto te parece muy bien pero es demasiado esfuerzo, a) eres más vago que el ángel de la guardia de los Kennedy, y b) siempre puedes hacerte un zumo. El zumo y la ralladura de la piel de una mandarina le darán vidilla a un té frío –verde o blanco, por ejemplo, no uses un Earl Grey para esto–, y si lo mezclas con vermú (1/3 de vermú, 2/3 de zumo y una pizca de canela, mezclar y listo) puedes hacer una especie de cóctel perfecto para el aperitivo: servido en un vaso ancho con hielo, tendrá más sabor que el espirituoso solo y toñará bastante menos.

 
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