La moda de las 'apps' nutricionales: argumentos a favor y en contra
¿Somos más libres o menos al hacer la compra? Nutricionistas, industria, consultores y chefs valoran la irrupción de estas aplicaciones
Madrid
En una mano, el producto; en la otra, un móvil que escanea de forma compulsiva. Bueno, malo, regular, mediocre, procesado bueno, ultaprocesado, no evaluado. La lista de productos en la base de datos no deja de aumentar. ¿Condiciona lo que incluimos finalmente en la cesta de la compra? ¿Cómo utilizan las aplicaciones el rastreo de datos que vamos dejando? Todo a golpe de código de barras antes de pagar con el móvil. Datos servidos en bandeja de plata. No tardaremos en recibir ofertas personalizadas al más puro estilo Minority Report, la película basada en un el relato de Philip K. llevado al cine en 2002 que ofrecía a Tom Cruise, a través de unas pantallas, justo las camisas que necesitaba a buen precio cuando entraba en un centro comercial. “Tendremos ofertas en función de quienes seamos, no ofertas fijas”, explica César Valencoso, director de consultoría de Kantar y experto en tendencias de consumo. “La tecnología va a entrar en el sector mucho más fuerte, enfocada en facilitar la compra. Será habitual ver en el barrio tiendas físicas como la de Amazon, en las que no sea necesario pasar por caja”, augura.
Yuka, ElCoco, MyRealFood, Open Food Facts. Unas son versiones francesas que han llegado este otoño adaptadas a España. Otras han sido creadas por nutricionistas con más o menos influencia en las redes sociales. “Hay una burbuja de apps nutricionales y no tiene por qué ser malo siempre que demos información correcta al consumidor. Todos tenemos asumido que las etiquetas son difíciles de leer, a veces no se pone fácil”, explica desde la industria Gemma del Caño, farmacéutica y experta en seguridad alimentaria.
La transparencia es fundamental para valorar una aplicación. Es necesario conocer cuáles son los algoritmos que utiliza para valorar los productos. Si valora más o menos los aditivos, la procedencia ecológica o el nivel de procesamiento. No vaya a ser que nos llevemos como sano un producto con nulo aporte nutricional.
Argumentos a favor
- Puede servir para aprender, sostiene César Valencoso. “La compra suele ser muy mecánica, poco premeditada y poco racional. Las aplicaciones son una moda pasajera, pero algo quedará. Me cuesta creer que alguien pase mucho tiempo enganchado al móvil en el supermercado”, afirma.
- Aumenta la implicación del consumidor con su propia alimentación. “Hay un consumidor crítico con lo que compra. Hasta ahora se dejaba casi llevar, ahora se para y mira. Lo que necesitamos es un consumidor exigente”, demanda Del Caño.
- Empodera al consumidor. Se siente libre porque busca alternativas de manera activa por los pasillos del supermercado. Lleva al límite el eslogan de un famoso de un anuncio de detergente de los años 80 que decía "busque, compare y si encuentra algo mejor, cómprelo". Las apps nutricionales son una herramienta para que sea posible si hablamos de alimentación.
- Capacidad para cambiar a la industria. Lo más interesante de cualquier app es la capacidad que se le da al consumidor de modificar la industria. Del Caño cree que aún no somos consciente del poder que tenemos. “Si el consumidor no compra un producto lo vamos a dejar de fabricar y si elige el de la competencia porque es más saludable, yo modificaré el producto para hacerlo más saludable. Si fuéramos conscientes de la capacidad que tenemos de poder elegir o no, modificaríamos la industria más que cualquier tipo de ley porque nos dan en lo que más nos duele, en el dinero. Por eso tenemos que incidir en dar la información correcta al consumidor para que los productos, además de ser seguros, sean también saludables”, insiste Gemma del Caño, que trabaja en la industria de la alimentación.
Argumentos en contra
- Riesgo de hacer vago al consumidor. “Le estamos dando una app que no le deja pensar sino elegir por eso es importante saber que aplicación estamos eligiendo. Si nos dice que algo es bueno o malo sin dar más información le estamos dejando el cerebro plano”, sostiene Del Caño.
- Falsa seguridad de que está comiendo algo sano. La nutricionista Raquel Bernácer cree que, de nuevo, estamos mirando en la dirección equivocada. “Parece que la población busca algo que le de permiso para consumir alimentos desaconsejados. Por ejemplo, un helado es un helado. Y aunque existan helados con un perfil nutricional mejorado, que podría recomendar una app, pueden dar la falsa seguridad de que se está comiendo algo sano. El problema no es el propio helado, que se puede consumir esporádicamente, sino lo que se deja de comer cuando se consume un producto de forma habitual. Es decir, dejamos de comer frutas, frutos secos o vegetales”, argumenta.
- Escaneo compulsivo. El chef del Cenador de Amós (Cantabria), Jesús Sánchez, cree que hemos pasado de confiar en la información de las etiquetas a ponerlo todo en cuestión. “En el término medio está la virtud. Tenemos que exigir que la información sea la correcta, pero sin obsesionarnos”. Sánchez nos hace caer en la cuenta de que en muchos hogares la primera fabada que se prueba no es casera sino de lata. Se habla mucho de cocina cuando cada vez le dedicamos menos tiempo a los fogones.
- Diferencias de criterio entre las aplicaciones. No todas valoran lo mismo. Sus criterios varían. Eso nos puede llevar a equívoco y que un mismo producto sea catalogado de manera distinta según la app. Incluso las aplicaciones varían sus criterios en las sucesivas actualizaciones. Yuka ha ido modificando sus parámetros. “Antes una sacarina la calificaba como un producto malo porque era aditivo y unas natillas las ponía como buenas porque no tenían aditivos”, recuerda Del Caño.
¿Qué criterios tienen en cuenta las aplicaciones?
La transparencia debería ser lo más importante. Saber los parámetros que utilizan, cómo funciona su algoritmo. Yuka, por ejemplo, se basa en un 60% en Nutriscore, pero luego penaliza los productos que tienen aditivos.
“Los aditivos son seguros. Lo que necesitamos es que valoren el producto de forma global. Por ejemplo, unas patatas fritas que solo tienen patata, aceite y sal parecen muy buenas pero no son saludables. En cambio, unas legumbres en conserva que sí tienen aditivos son más saludables. Hay que valorar el producto en su conjunto”, mantiene Gemma del Caño.
Yuka también valora más si es ecológico y eso no le da un valor nutricional mejor de otro que no sea ecológico. Open Food Facts ofrece los ingredientes y la información nutricional. Otra de las que triunfa es El Coco, el consumidor consciente. Se basa en dos sistemas, el NOVA, que está hecho en Brasil y cataloga el producto del 1 al 4 según el grado de procesamiento (1 es nada procesado y 4 es ultraprocesado). También utiliza los marcadores de Nutriscore. “Da los criterios y no valora. Eso se lo deja al consumidor. Son dos sistemas eficaces y que están basados en conocimientos científicos” afirma la tecnóloga en alimentación, que cuenta cómo My Real Food es la que más polémica ha suscitado.
“La desventaja que le veo es que pone aditivos correctos y aditivos controvertidos. Me genera también debate que pone procesado bueno o ultraprocesado. Por ejemplo, unas tortitas con 78% de maíz con aceite y sabor a setas estaba puesto como procesado bueno porque esos ingredientes no están muy mal; en cambio para mí es un ultraprocesado que nunca elegiría. No podemos clasificar como procesado bueno o ultraprocesado porque le estamos dando al consumidor o sí o no y no le dejamos elegir”, explica.
Para Del Caño las tortitas son un ultraprocesado: “Por muchos ingredientes saludables que tenga lleva un procesamiento elevado. Ese maíz está tostado como unas patatas fritas”.
¿Es una moda pasajera?
La nutricionista Raquel Bernácer espera que en el futuro los consumidores estén lo suficientemente empoderados como para no necesitar estas aplicaciones. En opinión del chef Jesús Sánchez no es una moda sino más bien una etapa y está convencido de que la tendencia es cocinar en casa cada vez más.
“En una tendencia que se confirmará. Lo hemos observado con el pan. Hoy comemos mejor pan que hace 10 años. Y muchas de las intolerancias que estamos padeciendo pueden ir ligadas a ese pan de mala calidad. Todo es reversible y yo confío en ello”, asegura.
“Los productos que no tienen código de barra son los que hay que elegir. ¿Necesitamos una aplicación para saber los productos correctos? No. Necesitamos una aplicación para saber qué productos son menos incorrectos porque los productos correctos no necesitan aplicación. Son los que no tienen etiqueta y son los que deberíamos primar en nuestra alimentación. Si tenemos que mirar el código de barras es que el producto no es tan correcto”, dice convencida Gemma del Caño.
No deja de ser curioso que las aplicaciones que escanean códigos de barras nazcan con el impulso de hacernos comer mejor cuando los alimentos más saludables no los llevan. El poder del consumidor está en su mano. A un escaneo. O a no necesitarlo.