Criogenizados
Mejor que no resuciten en esta época tan rara, en la que un anciano se desvanece en una calle céntrica y quienes pasan a su lado, durante nueve horas, le dejan morir de frío. Esto le ha sucedido en París al fotógrafo René Robert
Criogenizados
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Madrid
Hay personas que se congelan para vivir eternamente. O para vivir por segunda vez. En un depósito bajo el desierto de Arizona, la Fundación Alcor para la Extensión de la Vida tiene casi 200 cadáveres criogenizados, o sea, conservados a muy bajas temperaturas, de hombres y mujeres que en su momento pagaron unos 200.000 dólares para probar suerte.
Se trata de personas que confiaban mucho en la ciencia, quizá demasiado, y que no iban muy mal de dinero. Optaron por la criogenización, o sea, por convertirse de forma indefinida en algo parecido a hamburguesas ultracongeladas, con la esperanza de que en un futuro más o menos lejano la ciencia fuera capaz de curar los males de que murieron. Evidentemente, si los científicos del futuro son capaces de resucitar a un muerto ultracongelado, también serán capaces de cualquier otra cosa.
Les deseo a esos cadáveres la mejor de las fortunas. Les deseo (aunque sin ninguna fe, la verdad) dos cosas: que vuelvan a la vida y que tarden mucho en hacerlo. Mejor que no resuciten en esta época tan rara, en la que un anciano se desvanece en una calle céntrica y quienes pasan a su lado, durante nueve horas, le dejan morir de frío. Esto le ha sucedido en París al fotógrafo René Robert. Lo sabemos porque Robert era más o menos conocido. De otros no llegamos a saber nada. Mueren en la calle y ya está, porque nos da igual y porque nos hemos acostumbrado a ver cuerpos tumbados sobre las aceras y a no considerarlos personas.
Señores criogenizados, no vuelvan todavía. Esperen tiempos mejores. Son ustedes gente mayor. Sería el colmo que, después de resucitar, se cayeran en la calle y murieran congelados por segunda vez. Sin que a nadie le importara.