Carlos Calvo, uno de los últimos fareros de España
Durante muchos años su hogar fue el faro de Suances
Carlos Calvo, farero Cantabria
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Santander
Apenas quedan unas decenas de fareros en España, aunque su labor sigue siendo un apoyo fundamental para los barcos. En la era de las nuevas tecnologías, los destellos de luz desde tierra firme son la mejor confirmación de que los sistemas de navegación no han fallado.
En A Vivir Cantabria hablamos con Carlos Calvo, un licenciado en Filosofía que en la década de los 90 decidió dar un giro a su vida, presentándose a las últimas oposiciones convocadas por el Estado al cuerpo de fareros.
Su primer destino fue el faro de Maspalomas (Gran Canaria) y luego recaló en Cantabria, donde ejerce como técnico de sistemas de ayuda a la navegación (así se denominan ahora los fareros) desde hace más de dos décadas.
Forma parte de la última promoción de fareros, aunque matiza que “el oficio no está en peligro de desaparición porque alguien tendrá que seguir ocupándose del mantenimiento de las señales marítimas".
Ya casi nadie vive en los faros, pero Carlos sigue pasando algunas temporadas en la que fue su casa durante años, el faro de Suances situado en la punta de El Torco.
La vida en una de esas torres de luz con vistas al mar no es tan idílica como parece y depende, en gran medida, del lugar que te toque. “Había faros de castigo como el de Maspalomas, al que hasta los años 60 solo se podía acceder por mar”, explica.
En Cantabria hay nueve faros que salpican el paisaje costero desde Castro Urdiales hasta San Vicente de la Barquera, el único que no está operativo es el del Faro del Caballo en Santoña.
Carlos es partidario de abrir las puertas de los faros para que los visitantes conozcan cómo funciona el alma de esas torres gigantes, el sistema óptico que ilumina a los navegantes.
“Creo que son un reclamo turístico todavía por explorar”, asegura este filósofo-farero que, a buen seguro, habrá reflexionado sobre la vida desde ese rincón mágico que es la punta de El Torco.