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La reparación de Cadi

La joven pudo acudir al entierro de su niña de 5 años muerta en la Ruta canaria de la inmigración

Vestida completamente de negro, Cadi, la madre de Yamila, la niña de Costa de Marfil que hace siete meses falleció en el helicóptero que la había rescatado de una patera a la deriva en el Atlántico, acompañó a la pequeña, de cinco años, en su último adiós en el cementerio de San Lázaro, en Las Palmas de Gran Canaria. / Ángel Medina G. (EFE)

Las Palmas de Gran Canaria

Cadi llevaba siete meses esperando a que le permitieran viajar de Francia a Canarias a despedirse de su hija Yamila, el mismo tiempo que la niña ha pasado en un depósito de cadáveres tras morir en una patera, atrapadas ambas por uno de esos atolladeros de los márgenes del sistema: sin papeles, la mujer temía ser deportada si acudía a la Gendarmería.

La joven marfileña, de 22 años, ha llegado a Las Palmas de Gran Canaria de forma semiclandestina: la red de apoyo que lo ha hecho posible prefiere no dar detalles de cómo ha salido de Francia, pero al mismo tiempo reconoce que el Gobierno de España ha cumplido con la palabra que dio en su momento de hacer todo lo posible para que estuviera en el funeral de su hija, por razones humanitarias.

Para entender lo que ha sucedido este mediodía en el cementerio de San Lázaro hay que retrotraerse al impacto que produjo en España la muerte de Fatmate Zara, "Yamila", de cinco años, en el helicóptero del Ejército del Aire que la evacuaba al hospital la noche del 30 de junio al 1 de julio desde una patera a la deriva en la que había perecido ya una veintena de personas, tras doce días en el océano.

Incluso hay que retroceder algo más, al caso de la niña maliense Eléne Habiba, de 24 meses, que murió de sed, como Yamila, en un hospital de Las Palmas de Gran Canaria el 21 de marzo, tras haber sido recuperada de una parada cardiorrespiratoria por dos enfermeros de la Cruz Roja sobre el cemento del muelle de Arguineguín.

Las dos niñas abrieron los ojos a la sociedad española como nunca antes sobre las miles de personas que se están dejando la vida en la Ruta Canaria. La muerte de Elene Habiba llevó al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, a expresar sus condolencias públicas por lo ocurrido; la de Fatmate Zara, sucedida tres meses después, hizo que el secretario de Estado de Migraciones, Jesús Perera, se comprometiera en el Congreso a que la madre pudiera enterrarla.

Solo así se entiende que un funeral que estuvo a punto de celebrarse el pasado lunes 7 de febrero casi en silencio, con la niña aún sin identificar formalmente, sin más compañía que un imán y un representante de la Federación de Asociaciones Africanas de Canarias, se haya oficiado este sábado con una treintena de asistentes e, incluso, con una representante del Gobierno y un diputado del grupo mayoritario en el Congreso, Luc André Diouf.

"La muerte de su hija y de otros niños ha consternado a la sociedad de Canarias. Se ha hecho todo lo posible para que estuviera usted aquí", le ha dicho a Cadi la subdelegada del Gobierno en Las Palmas, Teresa Mayáns, antes de fundirse con ella en un abrazo, en una escena hasta ahora inédita en los funerales de quienes mueren en las pateras, todo un gesto de reparación por tantos otros como han sido -y son- enterrados bajo el anonimato de un número.

Vestida completamente de negro, Cadi, la madre de Yamila.

Vestida completamente de negro, Cadi, la madre de Yamila. / Ángel Medina G.

La madre de Yamila llegó al cementerio acompañada de Helena Maleno, la fundadora de Caminando Fronteras, el colectivo que ha estado en contacto con ella desde que se conoció la muerte de su hija y que se ha ocupado de traerla a Canarias, con la complicidad de algunos servidores públicos que se sintieron tocados por el caso.

"Es la primera vez en mi carrera que asisto a un funeral de alguien que ha pasado por mi trabajo", confesaba la directora del Instituto de Medicina Legal de Canarias, María José Meilán. Forense de profesión, Meilán participó en la autopsia de la niña, reunió toda la información posible sobre ella y se sintió atrapada por el mismo sinsentido que vivía su madre a miles de kilómetros de ella.

La forense sabía quién era la niña: le habían hecho llegar desde Francia fotos en las que se la reconocía sin duda e, incluso, le había dado detalles de una marca distintiva de la pequeña, una cicatriz. Pero el juzgado al cargo del caso se resistía a aceptar que esa emigrante marfileña fuera la madre, no al menos hasta que se hiciera una prueba de ADN que lo corroborara.

Y en ese paso todos se toparon con un muro infranqueable en todo este tiempo: Cadi, que tiene otros dos niños a su cargo en Francia, uno de dos años y otro de seis meses, no quería acudir a la Gendarmería francesa a dar una muestra de ADN y, por más que lo intentó desde Las Palmas de Gran Canaria el abogado del Secretariado de Migraciones de la Diócesis, Daniel Arencibia, tampoco se aceptó que ese trámite se hiciera en un consulado español en Francia.

Por no aceptarse, ni se aceptó que el letrado se personase en el expediente en nombre de la madre; no sin el ADN. Por eso estuvieron a punto de enterrarla sin que nadie avisara a la familia y sin nombre, solo bajo la anotación de "cadáver 10, patera 30/6/2021".

La mediación de la forense fue determinante para que el juez aplazara unos días el entierro, con la promesa de que la madre llegaría esta misma semana. Las pruebas ya se han hecho y, aunque su resultado tardará, Cadi ha podido despedirse de su hija.

Terminada la ceremonia, cuando el imán y todos los demás ya se habían ido, la mujer se ha detenido unos minutos a rezar en solitario en dos tumbas: la de su niña Yamila y la de Eléne Habiba, situada a solo unos metros y todavía identificable por un fragmento descolorido de una corona de flores con su nombre.

"Muchas gracias, si hubieran enterrado a Yamila sin mí, no habría podido descansar", ha señalado a Efe a la mujer, al despedirse.

 
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