La ciudad que no tiene un gran café

Sevilla

En la ciudad de los diez mil veladores nos falta una cafetería de referencia, de esas que forman parte del sello de una urbe, al estilo del Café Gijón de Madrid, del Novelty de Salamanca o del recientememte cerrado Central de Málaga. Un establecimiento que se caracterice por sus valores añadidos además del hostelero.

Tenenos grandes restaurantes. Tenemos bares, muchos bares, muchos de ellos muy buenos. Tenemos bares de paso donde tomar el primer café de la mañana, restaurantes de referencia para celebraciones familiares, bares de centro y de barrios, de capital y por la provincia, y bares con solera donde más que clientes hay parroquianos porque, como los médicos, son tabernas... de cabecera.

En la ciudad de las tertulias falta ese gran café como en su día lo fue el Montpensier que abrió el Loco de la Colina. Incluso cumplía esta función el salón de té de aquella Nova Roma de la calle Asunción. O como tuvo que ser el café París que conocieron los sevillanos en la plaza de la Campana en blanco y negro. Lugares donde reposar la conversación, reducir el mundo a nuestro micromundo, polemizar, enfrentar visiones, encontrarse con personajes con los que se comparten inquietudes. Un café con salones cómodos y espaciosos, una café suntuoso de los que hacen ciudad.

Desarrollamos el modelo de gastrobar en el centro, en los barrios y en los pueblos, explotamos con éxito los bares en el interior de las plazas de abasto, mantenemos con encanto la vieja unión de la tienda y la pequeña taberna, somos únicos a la hora de montar las terrazas y de ofrecer copas con vistas al río... pero fíjense: no hay grandes cafés de firmas propias. Acaso franquicias de vida efímera, sin distintivo local y donde nunca entran ganas de estar más allá del tiempo estricto de consumición.

Los salones de los hoteles son para los turistas. Los clubes privados para los socios. ¿No tiene Sevilla demanda para un gran café? De esos con grandes ventanales y espejos, de los que cobran caro el cortado, sí; pero uno sabe que está pagando mucho más: la estancia, el tiempo, la tertulia, el ambiente... todos esos valores añadidos de un negocio de la hostelería con distintivo propio.

Perdimos los cafés como se fueron terminando los limpiabotas. Ahora tenemos mucho tataki y hasta tapas de ensaladilla a siete euros. Malos tiempos para la liturgia del café y la tertulia.