Vivir tras un atentado: 'Un año, una noche', la película sobre una pareja que sobrevive a Bataclán emociona en Berlín
El director Isaki Lacuesta presenta en sección oficial de la Berlinale una extraordinaria historia de amor y duelo y sobre la gestión del trauma que protagonizan Nahuel Pérez Biscayart y Noémie Merlant
Madrid
En El colgajo, Philippe Lançon, ahondaba en una pregunta que pone los pelos de punta, cómo vivir cuando te destrozan la vida. Había sobrevivido al atentado de Charlie Hebdo, con graves secuelas físicas y con sus amigos y compañeros muertos. Esa obra guió el camino a Isaki Lacuesta, el director catalán que estrena en la Berlinale Un año, una noche, una crónica de lo que ocurre después de sobrevivir a un atentado terrorista.
Lacuesta aceptó una propuesta de Ramón Campos, el productor de Bambú, que estaba obsesionado con el libro de Ramón González titulado Paz, amor y Death metal, donde contaba su historia de supervivencia tras los atentados en la sala Bataclán en París el 13 de noviembre de 2015. "Me dio reparo abordar el tema, pero en ningún momento lo vi como un tema ajeno, porque llevo años trabajando en un documental sobre cómo cambia la sociedad vasca cuando ETA deja el terrorismo", cuenta Isaki Lacuesta en una entrevista en la Cadena SER.
"No soy consciente de tener un estilo o una línea", dice el director de películas como Los pasos dobles, con la que ganó la Concha de Oro en San Sebastián o Entre dos aguas, con la que repitió el premio en el festival. Lacuesta se ha movido por distintos géneros y obsesiones, pero sin duda Un año, una noche, es su película más ambiciosa en términos de presupuesto y le ha llevado a competir en la Berlinale, en sección oficial. "Teníamos la sensación de que al cine español le costaba mucho llegar a los festivales internacionales, que no fueran San Sebastián, y pensamos que es en parte por esa división que hay en la financiación del cine español. Las películas de gran presupuesto con las televisiones privadas y sin una mirada de los directores -lo digo así generalizando, sé que hay matices- y luego un cine más personal y de vocación artística que se hace con muy poco presupuesto y eso es una impotencia, por no podemos competir con autores como Garrone, Sorrentino y demás, que hacen un cine personal, pero con dinero. Por eso estoy muy agradecido a Ramón", explica Lacuesta que ya intentó hacer un cine más ambicioso en La propera pell.
Para Un año una noche han contado con producción francesa y española. Y con un elenco de actores e ambos países. Está Noemí Merlant, protagonista de Retrato de una mujer en llamas, de Céline Sciamma, y de Les Olympiades, de Jacques Audiard. También el actor de origen argentino Nahuel Pérez Biscayart. Junto a ellos, Quim Gutiérrez, Alba Guilera, Natalia de Molina, Enric Auquer y C Tangana. Son los que arropan a la pareja protagonsita, Merlant y Biscayart, cuya relación se tambalea después de los atentados. "Es una película de pareja", reconoce Lacuesta. "Hace poco alguien me dijo que es mi primera película de amor. Ya Jordà, mi maestro y colega, me decía que tenía que hacer una película de amor y ahora con 30 años de retraso le he hecho caso".
Ramón y Céline acuden a un concierto en la sala Bataclán con otra pareja de amigos. En mitad del evento, irrumpen un grupo de terroristas y disparan contra todos los asistentes. Los cuatro consiguen sobrevivir, pero las secuelas del atentado están ahí. Irán saliendo en su convivencia y cambian sus vidas y la percepción de todo. El equipo trabajó junto a ellos. "Han sido muy generosos. El día que les enseñé la película, creo que fue una de las proyecciones en que peor lo he pasado en la vida, porque no sabía qué les iba a preocupar más de todo, porque hay muchas cosas diferentes, también se cuenta algo muy íntimo".
Reconoce Isaki Lacuesta que ha sido el guion más difícil de su carrera, que lo firma junto a Isa Campo y Fran Aráujo. "Es el que más nos ha costado, porque pretendíamos ser fidedignos al libro y al mismo tiempo cambiarlo mucho, sobre todo la estructura. La novela casi dos terceras partes suceden en la noche del atentado y las dos semanas siguientes, mientras que el año siguiente se cuenta con pocas páginas, y nos interesaba justo ese tiempo, el que no aparece en los medios de comunicación, es quizás lo mas desconocido. De modo que cambiamos también la estructura, y quisimos que punto de vista no fuera solo de Ramón, sino también Céline. Fue todo un descubrimiento progresivo, empezamos con una estructura más fiel y con los meses la fuimos cambiando y preguntándole al verdadero Ramón si se sentía a gusto con los cambios y fue muy respetuoso".
Los protagonistas reales estuvieron en el rodaje, hablaron con los actores y actrices que después iban a interpretarles. "Fue muy fuerte para todos", reconoce el director. "Para ellos, no sé hasta qué punto fue una catarsis. Cuando rodamos el concierto me sorprendieron, porque todos, menos Céline, vinieron vestidos con la ropa de aquella noche, como por sorpresa. Ramón le quitó épica y romanticismo y decía que lo de la ropa fue porque era la única ropa de rockero que tenía".
La única manera de entender algunas cosas es ponerlas por escrito o contarlas en imágenes. El cine de Isaki ha hablado en muchos momentos de la memoria y Un año una noche se centra también en el relato de lo vivido, lo recordado y los dolores asociados a aquello. Lo hacía por ejemplo en Los condenados. En esta historia el espectador va del presente, al pasado, todo en un año. De la noche de los atentados, a los días posteriores. De lo que ocurre a lo que recuerdan. Líneas temporales sobre el presente y la memoria que están perfectamente entrelazadas y que sumerge al espectador en una especie de duelo individual, pero a la vez colectivo.
La película conecta con los espectadores en cómo superar un hecho duro o traumático. Habla de los distintos tipos de víctimas y de cómo esas visiones a veces pueden ser irreconciliables. Un momento crucial es la escena del atentado. Dice Lacuesta que dudaron qué hacer con eso. "Nos enfrentábamos a un dilema que es el de la representación de la violencia, donde las películas sobre el holocausto son el límite más claro. Sin duda, estaba la tentación de evitar mostrar el atentado, pero creía que eso podía ser un gesto de miedo por mi parte. El libro empieza con la imagen del tiroteo y esa es la imagen recurrente que tiene Ramón. Así que asumí que tenía que estar". Aún así hay una decisión valiente y coherente con la historia, es la de no mostrar a los terroristas, pero sí sus acciones. "Pensábamos que la sensación del atentado se podía transmitir sin mostrar eso, y encontramos esa idea de la imagen tabú, de la imagen traumática que ellos van recuperando según avanza el relato, y entendimos que es la historia de una mujer que quiere negar todo lo que ha visto y de un hombre que ha visto más de lo que quisiera ver".
Esas son las dos posiciones de esta pareja. Una mujer que es feliz en su trabajo y que no quiere darle importancia a lo que pasó en esa sala de conciertos. Que quita las noticias, que sigue en su trabajo y que no se lo ha contado a nadie. Y la de un hombre para quien lo vivido en Bataclán es una catarsis, un punto de inflexión en su vida. Decide cambiar su exitoso trabajo y necesita terapia para salir adelante. "Tienen miradas distintas y eso condiciona todo lo posterior. Es importante el hecho de que él llevaba una vida insatisfactoria y ella una vida profesional que la llenaba, Ramón cuenta que le daba miedo haber vivido de forma fracasada y eso me interpelaba, porque al final nos ha pasado a todos un poco con otras circunstancias, nos planteamos si vivimos como queremos o si vivimos una vida hipotecada y me preguntaba hasta qué punto hace falta que te tiroteen para darte cuenta de que no vives como quieres. Es extremo pero ha ocurrido en la pandemia".
La película tiene también un enfoque político. La pareja discute de política sobre las consecuencias y las causas del atentado, sobre esa Francia marginada y en plena ebullición. Sobre el miedo. Y aparece uno concepto doloroso y duro: el de cómo enfrentarse a la superación de un atentado, con todo lo que eso implica, sumando el miedo a ser racista. "Es un perfil de alguien progresista, de izquierdas, y cuando pasa algo así se deja lo intelectual y entra lo visceral y piensas cosas con las que no te reconoces o pensamientos políticos que se tambalean. En ese sentido está el miedo a ser racista, que es un tema que está en todas las personas con las que he hablado y en el libro de No tendréis mi odio, o en El colgajo", explica.
"Con muchas personas de izquierdas con las que hablamos que se consideran integradores, descubrían el miedo al otro. Le dimos muchas vueltas a eso, porque nos parecía importante que estuviera en la película. Son miedos latentes que tenemos y a muchos les ha pasado después de Atocha o de los atentados de las Ramblas. Son miedos que te avergüenzan y es importante hablar de eso. Para nosotros era fundamental que la película no fuera racista. Nos daba mucho miedo eso. Por eso contrastamos todo con gente magrebí, con especialistas franceses".
Uno de los cambios con respecto a la historia original es la nacionalidad de la pareja. Ella es francesa y pertenece a la burguesía. Él es español y de una clase social algo más baja. De manera que ambos protagonistas tienen también conflictos con respecto a sus países. "De ahí que la posibilidad de huída es mayor en el personaje español, y ella, sin embargo, es alguien que está en su patria, en su territorio". Sin duda, en un país como España donde las víctimas del terrorismo han sido utilizadas políticamente, Un año, una noche, propone una reflexión muy esclarecedora: no hay dos víctimas iguales. "Eso es lo más perturbador. No hay un patrón homogéneo de víctima, de superviviente, como se nos ha hecho creer muchas veces. Ni siquiera, como vemos en la película, con tu pareja compartes la experiencia igual". De hecho, añade Lacuesta, Ramón y Céline siguen todavía discutiendo cómo era la luz de ese camerino donde se resguardaron de los disparos.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada...