Carla Simón regresa a la Berlinale con 'Alcarràs', un relato íntimo de la agricultura tradicional
La directora catalana compite en sección oficial con 'Alcarràs', una película sobre el campo y una familia que recoge melocotones que ha emocionado a la prensa
Berlín
Se nota que está contenta. Carla Simón (Barcelona, 1986) regresa a la Berlinale con ‘Alcarrás’, su segunda película, por la puerta grande. Se proyecta hoy nada menos que en Sección Oficial y compitiendo con realizadores de la talla de François Ozon o Rithy Pahn. Admite entre risas que Berlín le da suerte. Sin duda. Acudió en 2015 a la sección de jóvenes realizadores Berlinale Talent, volvió en el Talent Market, fue invitada como jurado en la sección de Generation, y dos años más tarde ganó el premio a la mejor ópera prima y el gran premio de Generation Kplus con Verano 1993. A partir de ahí, el éxito de la cinta fue imparable hasta convertirse en la candidata española al Oscar a la mejor película de habla no inglesa.
Vuelve para contar una historia de su universo familiar en la que también rinde tributo al mundo del campo a través de una saga de cultivadores de melocotón, cuyo modo de vida se ve abruptamente interrumpido. Tras la muerte del dueño de la plantación, el heredero quiere instalar placas solares, una mejor fuente de ingresos, aunque ello conlleve talar cientos de hectáreas de árboles. Cuando termine la campaña, la familia se verá obligada a abandonar las tierras y cada uno lo afronta de un modo diferente, lo que despertará algunas tensiones.
Las expectativas son tan altas en este segundo largometraje, que Simón reconoce tener mucho miedo a decepcionar. “En realidad es un miedo que me entró al principio cuando empecé a escribir, bueno y ahora también llevo una semana nerviosa por la Berlinale, pero mientras estaba haciendo la película no”, explica en una entrevista a la Cadena SER. La directora quería enfrentarse a un reto completamente distinto desde el punto de vista narrativo y por eso eligió Alcarrás, una cinta coral con la complejidad añadida de trabajar con actores no profesionales. “Ha sido una pelea difícil pero he aprendido mogollón. Muchísimo”, desvela.
La pandemia trastocó todos sus planes. “Ha sido una putada a nivel creativo para el proyecto. A tres meses de empezar a rodar fue cuando nos encerraron y supuso una interrupción en un momento creativo, de explosión de ideas, muy bonito. Cuando supimos que había que posponerlo un año fue duro, pero es una historia que me toca muy de cerca y seguían las ganas. Tuvimos coronavirus a los tres días de empezar a rodar, dos días antes de cerrar el montaje... no nos deja en paz”. A ello se sumó el relato tan plural de personajes: “No lo sabíamos hacer, lo hemos tenido que aprender”.
Y es que contar con un elenco de actores no profesionales, ha implicado para Simón un gran esfuerzo de dirección, pero también muchas satisfacciones en el plano humano. La selección de caracteres empezó en verano de 2019. Su equipo recorrió las fiestas de los pueblos de la comarca buscando los mejores perfiles. “Vimos a unas 9.000 personas. Había muchas ganas de participar en la película, acudió mucha gente a nuestra invitación”, explica Simón. Una vez elegidos buscó cómo crear los vínculos que se establecen entre ellos en la ficción. “Improvisábamos momentos, cosas que podían haber pasado en sus relaciones antes de lo que es el tiempo de la película y después de dos o tres meses haciendo este trabajo, nos reunimos todos, leímos el guión y entendieron un poco de que iba la película, aunque lo iban adivinando. También porque toda la gente que escogimos tiene relación con la tierra, son agricultores o vienen de familia de agricultores y no les vino de nuevas”. Les dio libertad para expresarse y usar su propio lenguaje, lo que se plasma en una gran naturalidad narrativa, aunque puntualiza que no se salieron demasiado del guión.
Alcarrás ahonda en un mundo que agoniza, ese en el que la palabra dada valía más que un contrato. Sus tíos son cultivadores de melocotones, como lo fue su abuelo, y a día de hoy siguen dedicándose a la agricultura. Pero cada vez son menos. “Me doy cuenta de cómo están las cosas en la agricultura, de que estos árboles que yo he visto toda la vida igual no son para siempre, porque falta relevo generacional y porque siento que el modelo de hacer agricultura en familia, que en realidad es el más viejo del mundo, está en peligro de extinción. Van apareciendo otros modelos, compran mucha tierra, y ponen mucha gente a trabajar. Ese modelo de gente que cuida la tierra con cariño y van a continuar cultivando esa tierra por generaciones, ya no es lo que era. Los propios agricultores piensan que es mejor que sus hijos no continúen, hasta ahora era un orgullo increíble, pero saben lo duro que es. Ellos lo sufren y es triste. Es un futuro desesperanzado el que veo en la agricultura y es inevitable mirarlo con nostalgia y con la sensación de que los que siguen ahí resisten”.
Carla confía en la agricultura ecológica, la que no puede hacerse desde las grandes empresas y se confiesa abiertamente verde: “Es casi incuestionable que debemos ser ecologistas. Sí, me considero ecologista, pero de una manera muy natural, en realidad no había reflexionado nunca sobre esto hasta esta película pero me crié en La Garrocha, que es zona de montaña, en una casa rodeada de árboles y de naturaleza y era algo que daba por hecho. Cuando te vas a la ciudad y de repente lo echas de menos lo pones en valor. Estamos en un momento en que hay que reflexionar todo el rato sobre esto porque es complejo y está jodido el tema”.
En la cinta es difícil encontrar un protagonista, por lo que la realizadora dice esconderse detrás de muchos de los personajes, aunque puestos a escoger se identifica con Mariona, una preadolescente que descubre las fortalezas y debilidades de su familia, enfrentada a una decisión traumática. “A esa edad ves el mundo adulto desde otra perspectiva, ves a gente que se equivoca, que la lía, empiezas como a poder tener tu propia opinión sobre la familia, pues mientras eres niño no te cuestionas ciertas cosas. Creo que fue en ese momento cuando empecé a observar a mi familia y creo que sin saberlo fue el momento que de alguna manera marcaría mi cine”.
En Alcarrás repite con buena parte del equipo de Verano 1993 formado en su mayoría por mujeres, algo casual, sostiene la realizadora, quien afirma que sus decisiones “son puramente creativas, no son de género”. La afinidad en el modo de entender el cine es lo que reúne a su equipo. “Es fuerte porque todas las jefas de equipo son mujeres. Ha surgido así, cuando más mujeres haya dirigiendo, más jefas de equipo habrá”, apunta. Aunque a renglón seguido, considera que todavía no se puede cantar victoria porque apenas el 30 por ciento de películas están dirigidas por mujeres. Afortunadamente, dice, empieza a haber muchos referentes. “Cuando yo empecé, teníamos a Pilar Miró, Bollaín y Coixet, Josefina Molina, pero eran poquitas, al menos en España y también nos las contaban bien poco. Ahora cuando doy clase veo que a las chicas eso ya no les pasa porque tienen muchos más referentes y porque ya no se preguntan si pueden hacer cine, y estas chicas dentro de muy poco seguramente no tengan que responderse a esa pregunta porque estaremos en un momento en que haya más paridad”.