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Historia | Ocio y cultura

El día que la emperatriz Sissi estuvo de compras por Valencia

Paco Pérez-Puche nos recuerda cómo fue la visita de la histórica figura en las navidades de 1892

La València olvidada 17/2/22

La València olvidada 17/2/22

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En el año 1892, del 27 al 31 de diciembre, la emperatriz Sissi estuvo en Valencia a bordo del yate "Miramar", buque insignia del imperio austro-húngaro. Viajaba de incógnito, sola, y se dedicó a hacer compras y visitar monumentos. Incluso viajó en el popular "Ravachol", tranvía de vapor.

El "Miramar" era un yate enorme que echó el ancla en el centro de la dársena. Era el buque insignia del imperio austro-húngaro. Un barco de dos mástiles y dos poderosas chimeneas; uno de los navíos de vapor mayores que se han visto nunca en el puerto de Valencia, movido por ruedas de paletas. Estaba servido por 176 tripulantes y preparado para llevar por todo el Mediterráneo, desde su base en Trieste, a una pasajera excepcional: ni más ni menos que Sissi, la emperatriz Isabel Amalia Eugenia, duquesa de Baviera, y esposa, claro, del emperador Francisco José...

Sissi, la emperatriz, llegó a Valencia el 27 de diciembre de 1892. Pero no era ya aquella alegre jovencita alocada de las películas almibaradas de Romy Schneider. Era la verdadera emperatriz Isabel que, a sus 55 años de edad, era una mujer solitaria y amargada, melancólica tras la muerte de su querido hijo, Rodolfo, que según la versión oficial se había suicidado unos años antes, en 1889, junto con su amante, la famosa baronesa María Vetsera. Es la tragedia de Mayerling, que también ha sido llevada al cine. Envejecida por la pena, vestida siempre de negro, alejada del emperador Francisco José, Isabel-Sissi viajaba ahora por el Mediterráneo en el buque imperial, vagando de puerto en puerto como alma en pena... Llegó a Valencia procedente de Messina, Palermo y Palma de Mallorca, y todo estaba preparado para zarpar hacia Alicante en cuanto ella diera la orden.

No se hospedó en ningún hotel de la ciudad, la emperatriz llevaba a bordo todo lo que necesitaba para su vida nueva, que era muy frugal, espartana diríamos. En el barco había desde un gimnasio completo hasta un gallinero, porque Sissi apenas tomaba huevos y quería que fueran de confianza. También viajaban a bordo varias cabras, para surtir el desayuno de leche fresca controlada para su dieta saludable. La emperatriz dormía siempre a bordo, pero usó los oficios de un empleado de la lujosa Fonda de París, que sabía alemán.

La visita a Valencia fue de incógnito, como todas las que hacía. Nada de autoridades, nada de periodistas, nada de recepciones ni saludos. Durante su estancia solo recibió un momento al señor Goerlich, el primero de la familia, que tenía un bazar en la calle del Miguelete y era cónsul del imperio austro-húngaro. Pero nada más. Y sí, bajó a tierra casi todos los días, acompañada solo por una dama de compañía y dos caballeros con sombrero, dos militares de paisano, que eran su escolta policial.

Durante su visita, la empreatriz Sissi vió algún monumento pero, sobre todo, se dedicó a comprar y comprar, y detrás iba una tartana que lo cargaba todo y lo llevaba al barco. Cuando los periódicos nombraron dos o tres tiendas en las que estuvo, hubo quejas de comerciantes que querían salir en la lista: cerámica, encajes, abanicos, echarpes... todo le gustaba y todo lo compraba. Por las reseñas de LAS PROVINCIAS y otros periódicos sabemos que paseó por el puerto, que viajó a bordo del "Ravachol", el tranvía de vapor.

Y muchos valencianos la pudiera ver por la Glorieta, donde estaba la Feria de Navidad, y ante la fábrica de Tabacos, que es ahora la Audiencia; pasó por la calle de San Vicente y la plaza de la Reina, visitó la Catedral y la basílica de la Virgen, y pasó por la Generalidad, por el Mercado y la Lonja. Sin duda se asomó a la plaza Redonda porque recorrió las platerías y las tiendas de tejidos de la zona. El mercado bullicioso, las mercerías, surtieron el equipaje imperial de sombreros, agujas para el pelo, collares, loza dorada y otros mil objetos. Incluso se compró una manta de labrador valenciano. O sea que podemos asegurar que la emperatriz Sissi se fue "con la manta al coll".

Sus viajes eran así. Quería pasar desapercibida, como muestra el hecho de que viajó en el tranvía. LAS PROVINCIAS se enteró de casualidad, porque un miembro de la familia propietaria del periódico era directivo de la compañía de tranvías. En la colección del periódico hay dos o tres reseñas de esos días de fin de año. Y todas dejan ver la normalidad de una turista más que no quería protocolos. En la Generalidad, que entonces era palacio de Justicia, fue saludada por el presidente cuando le informaron de la insólita visita. Pero nada más, rehuyó formalismos, excusó recibir a las autoridades navales que querían saludarle, y solo recibió al señor Goerlich, el cónsul. El corresponsal en Madrid del prestigioso "Zeitung" de Viena llegó corriendo a Valencia, en busca de la singular noticia, pero no fue recibido.

El 31 de diciembre, sin despedidas ni música, el imponente "Miramar", alimentó de carbón las calderas, puso en marcha las ruedas de paletas y con sus 2,000 toneladas, puso rumbo a Alicante. El periplo solitario de la ilustre dama siguió y siguió... De un puerto a otro, de un hotel al siguiente. Hasta que un día de septiembre de 1898, cuando paseaba entre macizos de flores por las orillas del lago de Ginebra, un anarquista italiano, Luisi Luchetti le clavó un estilete en el pecho y le causó una gravísima herida de la que murió a las pocas horas.

 
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