Berlanguiana
Eran las ocho menos cuarto cuando llegaron los mariachis. Y no es una forma metafórica o despectiva de referirse a alguien en plan “fulanito y sus mariachis”. Era el auténtico grupo de Mariachis que tocan a menudo en la Puerta del Sol. ¿Los enviaron quizás desde algún edificio de allí? No se sabe, pero su presencia hacía falta.
Berlanguina
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Vitoria
Eran las ocho menos cuarto cuando llegaron los mariachis. Y no es una forma metafórica o despectiva de referirse a alguien en plan “fulanito y sus mariachis”. Era el auténtico grupo de Mariachis que tocan a menudo en la Puerta del Sol. ¿Los enviaron quizás desde algún edificio de allí? No se sabe, pero su presencia hacía falta.
La gente llevaba reunida ya un buen rato frente a la sede del partido y el aburrimiento empezaba a hacer mella porque tampoco eran muchos. “Habrá más el domingo”, gritaba uno bien abrigado con su chaleco. Es cierto que no faltaban los animadores del cotarro como “Super- España”, el hombre vestido con una enorme bandera española a modo de capa moviéndose rápido de un lado a otro mientras grita a pleno pulmón el lema de la noche: “Menganita sí, fulanito no”.
Tampoco había estado mal el momento “corona de flores”, cuando un motorista se acercó a la puerta de la sede con una enorme corona de adornada por una banda que rezaba “fulanito, te echaremos de menos”. Fueron unas risas y un montón de fotos “cachondas” que subir a las redes, pero el tiempo pasaba y ni siquiera el señor ondeando la enorme bandera con la cruz de Borgoña, la que acompañaba a los tercios de Flandes en la época gloriosa del Imperio, conseguía caldear el ambiente, por lo que la llegada de los mariachis fue recibida con regocijo y nueva tanda de vídeos y fotos para memes.
Y es que después de tanto rato se agradece cambiar de tercio, aunque no sea de Flandes y cantar a todo pulmón “Cielito lindo” porque, como dice la canción, “cantando se alegran cielito lindo los corazones”. A pesar del climalit que pusieron en la reforma, los ecos de la canción llegaron hasta la planta noble del edificio donde se celebraba en esos momentos el “brainstorming” más importante de la dirección del partido. Más importante incluso que aquella otra mítica reunión en que se decidió poner en venta el propio edificio a fin de librar al partido de cualquier relación con ese pasado de sombras y corrupciones que no hay manera de dejar atrás, oye.
Ahora toca lo que toca. Preparar la entrevista del líder al día siguiente, la que dará la vuelta a la tortilla. Hay que ir a degüello, a por todas, así que se preparan las mejores respuestas a preguntas incómodas como, por ejemplo, ¿por qué un detective dice que le llamaron para espiar si no le llamaron? Todos se quedan en silencio y alguien dice: ¿Y si al detective en realidad lo han contratado para que diga que le llamaron pero en realidad no le llamaron? Alguien se atreve a ir más allá: ¿Y si decimos que sí le llamamos pero sólo para preguntar si le había llamado alguien?. “Podría funcionar” dice el secretario de organización, pero el líder no contesta. Está abstraído mirando por la ventana a alguien que ondea- cosa extraña- una bandera del Imperio Austrohúngaro. Pide de inmediato unos prismáticos y no puede dar crédito a lo que ve: El que empuña el mástil no es otro que Berlanga, que por cierto-ya no hay duda- este es su año.