El comentario de Ángel Núñez: El vodevil
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Un vodevil / Arc

Cádiz
El vodevil.

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La cosa empezó como un guion de John Le Carré protagonizado por Anacleto, agente secreto, aunque para el papel habría servido también Maxwell Smart, el protagonista de la serie televisiva aquella del Superagente 86. Y no hay que descartar que la T.I.A., la calamitosa agencia secreta de Mortadelo y Filemón, estuviera también en el ajo. Un enredo tan divertido pide concertación de esfuerzos. El desarrollo de la trama escondía algo así como a Pepe Gotera y Otilio tratando de engarzar un delicadísimo mecanismo de relojería. Estando ellos de por medio, sabemos lo que era de prever: chapuzas a domicilio. Un coctel pensado para entretener y provocar la hilaridad o el asombro. Anticipado carnaval. De ahí las cabalgatas de la alegre muchachada populista pidiendo cabezas azuzados por los soportes mediáticos habituales.
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Comentario de Ángel Núñez 22 de Febrero
Puestos a elucidar de qué género hablamos —algo a lo que los atónitos analistas de uno y otro signo se aplicaron desde el minuto uno— hay quien aboga por el vodevil, sobre todo por lo que tiene de frívola historia de enredos con segundas —y terceras— intenciones, siempre aviesas, aunque sin contenido sexual, al menos por el momento; otros se inclinaron por el astracán, considerando las disparatadas situaciones y la inverosimilitud argumental de los hechos, un cruce entre La Venganza de Don Mendo y un Twin Peaks en el que no se cargan a Laura Palmer, la popular y ambiciosa estudiante de secundaria. Aunque no creo que el propósito fuera lograr la máxima comicidad. Y están quienes mencionan Succession, la serie de moda, si bien en este caso la lucha por el poder tiene lugar en una familia política disfuncional, valga la redundancia. Finalmente, hay mucho también de El Aprendiz de Brujo. Se empieza despreciando la institucionalidad, cuestionando la legitimidad y degradando hasta límites insoportables el debate político y, al final, cambian las tornas y las cañas se vuelven lanzas contra uno mismo. ¿No querías café? Pues dos tazas.
En realidad, por lo que tiene de síntesis de comedia y tragedia, se trata de un drama. Un drama para la democracia que se despliega a velocidad de vértigo mientras, dispuesto a recoger las nueces, el Doctor Maligno —ya saben por dónde voy— acaricia complacido un gatito. Decía Clément Rosset que la imbecilidad no se opone a la inteligencia, porque el imbécil suele conseguir lo que se propone, aunque eso que se propone sea cortar la rama en la que está sentado. Ayer escribí esto. A saber lo que habrá pasado para cuando se emita esta columna.




