'Un pequeño mundo', una estremecedora inmersión en el acoso escolar
La directora belga Laura Wandel debuta con un retrato contundente de cómo operan las relaciones de poder en los colegios desde el punto de vista de una niña testigo de la violencia
Fotograma de 'Un pequeño mundo' / AVALON
Madrid
En la primera escena de ‘Un pequeño mundo’ Laura Wandel ya muestra qué vamos a ver y desde dónde. Una niña llega el colegio, llora abrazada a su hermano y se despide de su padre entre lágrimas. Es su primer día de clase. La cámara la sigue a su altura y muestra su timidez, sus vacilaciones y sus primeras interacciones en el comedor o en la piscina. También el otro mundo bullicioso que se abre en los pasillos o en el patio del recreo. Minutos más tarde, se repite la escena inicial. Llega al colegio, ya no llora, e intenta transmitirle a su padre la preocupación por su hermano. El espectador ya sabe lo que pasa, ya ha entrado en su micromundo. “Para mí era muy importante la inmersión en el colegio, es el método de trabajo que utilizo en todas mis películas, partir de cierta realidad para crear la ficción. Durante la escritura del guion, iba y venía entre la realidad y la ficción, es un camino de ida y vuelta, pero siempre la base de todo es lo que ocurre de verdad”.
La directora belga parte de esa experiencia observacional para trazar un retrato seco y contundente del acoso escolar, una panorámica de las situaciones, dinámicas y comportamientos de los niños en un espacio donde aprenden a relacionarse. El cine ha mirado en contadas ocasiones a esta problemática, especialmente desde la adolescencia, pero pocas veces desde una edad tan temprana y desde el punto de vista que adopta Wandel, el de la testigo. “Desde un principio decidí que sería desde la mirada del testigo porque tengo la sensación de que muy pocas veces se enseña desde ahí. Y también porque tengo la impresión de que ese punto de vista es muy violento, sientes la violencia en sí. Se suele mostrar la violencia del acosador, el punto de vista del acosado pero raramente el del testigo”, explicaba la autora en conversación con la Cadena SER en el pasado Festival de San Sebastián.
Es su primera película tras presentar con éxito varios cortos. El proceso ha sido largo, cinco años para escribir el guion y buscar financiación mientras seleccionaba a los niños que protagonizarían esta historia. “Pasaba largas horas en patios de recreo porque era importante para mí ver a qué jugaban los niños hoy en día, no fiarme solo de lo que yo sabía por mi propia experiencia. Hablé con profesores, niños, alumnos, padres, directores de colegio… para acercarme a una visión global de lo que estaba ocurriendo en este momento en ese entorno”, añade. Dos años antes de rodar conoció a Maya Vanderbeque, la niña protagonista -excelente en su variedad de registros y evolución-, y la enseñó a nadar para entablar una relación de confianza. Después trabajó con el resto del reparto en grupos, dibujaron las escenas y aprendieron a no mirar a cámara. Nunca les dio el guion, lo fueron construyendo e interiorizando de forma natural en conversaciones que trasladaban a las viñetas.
El resultado de este trabajo paciente y delicado con los niños es apabullante. Transmiten con autenticidad todas las sensaciones que la mayoría hemos experimentado en nuestros días de colegio. La angustia, el egoísmo, las luchas de poder, la necesidad de integración y aceptación, la reconfiguración de las posiciones de acosado-acosador-testigo para sobrevivir… El patio del colegio se revela como el primer espacio darwiniano que define las dinámicas del mundo. En el recreo aprendes quien ocupa el centro, quién es desplazado a los márgenes y qué debes hacer para moverte en ese tablero.
“Espero que el posicionamiento de la protagonista le haga a recordar al espectador su infancia, qué le ocurría a él en su patio de colegio. No solo ocurre en este microcosmos, es una cosa a nivel social en el mundo entero. Hay una necesidad humana de integración al otro y por eso esto lleva al personaje a negar a su propio hermano, siente que solo así podrá integrarse con el resto de los alumnos. Esto retrata lo que ocurre en el mundo, el patio de un colegio es un microcosmos que refleja la falta de integración y las dinámicas de violencia del mundo. La violencia siempre viene de una herida abierta, de algo que no ha sido escuchando o reconocido. Por eso es importante, como hacemos en este caso en la película, no enjuiciar a nadie”, analiza Wandel.
En ese amplio mosaico que compone la directora, los niños también conocen qué deben ofrecer y a qué deben renunciar para existir, para tener un lugar sin verse amenazado. A Maya Vanderbeque le acompaña Günter Duret, su hermano en la ficción, también capaz de transitar la fragilidad, la impotencia, la rabia y la venganza. Mientras los niños libran sus propias batallas, los padres siempre aparecen fuera de foco. Solo tienen cabida en ese mundo si se agachan, si se ponen a la altura de sus hijos. Wandel desliza también una crítica a la cuestión de clase -la crueldad de los niños que categorizan despectivamente a un padre en paro y a una madre ausente- y muestra a unos profesores que no son capaces de detectar cada problema ni tienen el tiempo y las herramientas para reaccionar.
“Todos hemos pasado por los tres estados. Hemos sido acosado, acosador y testigo, incluso de forma mínima sin darnos cuenta. En mediaciones que se dan Bélgica, vi algo muy útil, como un juego de rol con un grupo de niños acosadores y acosados que cambiaban los papeles. Al acosador y al acosado se les etiqueta, uno es verdugo y el otro víctima, pero si cambias la etiqueta curiosamente el comportamiento de cada uno cambia. Sería una forma de hacer entender a esos niños y hacer cambiar su comportamiento, pero hace falta tiempo. En las mediaciones proponen herramientas que podrían funcionar pero el problema mayor es que esta sociedad va muy deprisa. Todo ocurre rápido, cambia de un día para otro, no da tiempo a implantar soluciones que quizás serían útiles, pero es imposible, porque estamos pasando constantemente a otra cosa”, opina la directora sobre las posible soluciones a un problema que en España afecta a miles de niños anualmente. Algunos denuncian, muchos lo sufren en silencio y más de un tercio de los alumnos admite haber presenciado estos comportamientos.
Wandel sigue la tradición de un cine social realista, como el de sus paisanos los Dardenne, pero con una propuesta visual más ambiciosa. La visión subjetiva con una cámara que no toma distancia, los planos secuencia y el uso del fuera de campo ofrecen al público una experiencia total que traspasa la pantalla en lo físico y en lo emocional. “Desde un principio tuve la intuición de que la película tenía que ser rodada al nivel de la niña, lo que sería a la altura de la cintura para nosotros, y también me importaba crear ese fuera de campo para que el espectador pudiera rellenar e imaginar. Como cineasta, es importante hacer participar al público, meterlo dentro de la película y que también la construya en cierto modo”, concluye la joven directora, autora de uno de los mejores retratos del acoso escolar que ha dado el cine.

José M. Romero
Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...




