Las viudas del mar
Al frente de las familias de un marinero fallecido en alta mar se quedan las mujeres, a menudo con hijos, y a menudo con muchos trámites burocráticos y judiciales por delante
Madrid
Viruca se quedó viuda con 32 años. Un día descolgó el teléfono y le comunicaron que su marido, Jaime, se había caído al mar de un golpe en Terranova. Su cuerpo no apareció hasta un año y medio después. Durante todo ese tiempo, Viruca miró al Atlántico a diario deseando que una marea se lo devolviese. "Vivo al lado de la playa y cuando hacía mal tiempo, me iba al muelle de Campelo, Pontevedra, a correr, diciendo "es él, es él" obsesionada con que era mi marido que venía a flote. En la playa me sentaba de noche en las rocas mirando para la mar a ver si venía", describe. Y pasados unos meses, sí, el mar lo devolvió encajado en un bloque de hielo, con la ropa con la que había caído al agua, casi intacto, "fue una alegría, me sacaron un peso de mi pecho. Ahora está en el cementerio, tranquilo, empezamos a vivir".
Sandra, sin embargo, nunca ha llegado a recuperar el cuerpo de su marido, el pontevedrés José Vicente Pazos. Él terminó hundido en aguas senegalesas, en un naufragio que causó la muerte de otras dos personas. "Es muy duro no tenerlo, no haberlo recobrado, no haberlo visto, no haberlo llorado; lo he llorado muchísimo pero uno como ser humano necesita ese momento. Cuando uno nacen te ven, cuando mueres también, es necesario", relata. Sandra, con el duelo a cuestas, llevó a juicio a la armadora al entender que el siniestro se produjo por las deficiencias que presentaba el pesquero. Ganó el caso. "Es muy complicado afrontar todo eso y aparte encontrarte estos problemas. Que reconociesen eso para mí fue subsanar el nombre de mi marido, un trabajador honorable, una persona que entregó su vida por su profesión", cuenta.
Trabas judiciales y económicas
Al desamparo emocional de estas mujeres se une muchas veces el judicial y el económico. De hecho, no fue hasta el año 2000, gracias a la Ley 4/2000 de 7 de enero, cuando se empezó a considerar como fallecidos a todos los efectos a quienes desaparecían en el mar. Anteriormente, debían transcurrir varios años entre el accidente y la consideración de fallecidos de las víctimas, y por tanto, las mujeres no podían cobrar la pensión de viudedad.
Esto último le sucedió a Estrella. Era un sábado del año 1991 cuando llamaron a la puerta de su casa, a unos metros del puerto de Malpica, en A Coruña. Su hijo, Marcos, vio desde el rellano cómo su madre se desmayaba. Ese día Estrella perdió a su marido de 41 años, a su hijo de 21 y la empresa familiar, un barco de 18 metros de eslora, Os Tonechos, que se hundió frente a Costa da Morte. Comenzó un luto intenso y un trauma persistente: el de no poder ver el mar que asomaba desde la ventana de su casa. "Mi madre no podía estar mirando al mar, en las fiestas del Carmen nos sacaban de allí para Madrid. Tenemos vistas del mar en Malpica, veía llegar todos los barcos menos el nuestro y no lo soportaba. Siempre nos pidió que se quería ir de Malpica, que no quería ver más el mar", cuenta su hijo, Marcos, que también sufrió un naufragio hace años.
También Viruca mira ahora al mar con miedo. La playa, antes cálida y placentera, muestra ahora al monstruo que se tragó parte de su vida, "a la playa voy pero me pongo siempre arriba en la arena, al agua ya no me meto. Si mojo un pie se me estremece todo el cuerpo", describe. El mar que para las viudas de marineros es un atáud gigantesco.