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'La declaración de George Silverman', una de las obras más inquietantes y modernas de Dickens

La vida de George es el trayecto entre dos espacios oscuros y sin salida: desde el sótano en el que le encierran sus padres para irse a trabajar, hasta la tumba

'La declaración de George Silverman', una de las obras más inquietantes y modernas de Dickens

Charles Dickens nació en Portsmouth, Inglaterra, en 1812 y murió en Gadshill Place en 1870. Fue enterrado en la abadía de Westminster. Es, sin duda, uno de los escritores más importantes de todos los tiempos. Su padre era un despilfarrador y no se preocupó apenas por la educación de su hijo, quien se formó lejos de la escuela como alumno particular y leyendo novelas picarescas y de aventuras. Las condiciones de vida de sus primeros años marcarían profundamente su obra como escritor y su compromiso con los más pobres.

Es el autor, entre otras, de 'Los papeles póstumos del Club Pickwick', 'Oliver Twist', 'David Copperfield', 'Historia de dos ciudades' o 'Grandes esperanzas'. La inolvidable y brevísima novela 'La declaración de George Silverman' está entre las grandes obras de Dickens. Es una de las más inquietantes y modernas que podemos leer hoy en día. La escribió en 1868, dos años antes de morir.

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A partir de 1864, a los 52 años, comenzó a sufrir de gota y su salud se hacía añicos a ojos vista. En junio de 1865 sobrevivió al descarrilamiento de un tren en el que hubo diez muertos, pero nunca se recuperó de la impresión sufrida. Cuando escribió este relato, ya no veía el lado izquierdo de los letreros (un aviso de parálisis inminente). Pese a todo, no disminuyó su atroz ritmo de trabajo. De hecho, se ha llegado a hablar de una forma insólita de suicidio, por exceso de vitalidad. Un día, cuando estaba cenando, se levantó de pronto y anunció que tenía que irse a Londres, nadie supo jamás por qué. A continuación se cayó hacia delante y perdió la consciencia. No la recuperó nunca, al día siguiente murió.

La vida de George Silverman

La vida de George es el trayecto entre dos espacios reducidos, oscuros y sin salida: desde el sótano en el que le encierran sus padres para irse a trabajar, hasta la tumba. George, como tantos niños de Dickens, es huérfano, pero a diferencia de Oliver Twist y compañía, no tiene una imagen ideal de sus padres: los conoció el tiempo suficiente para sufrirlos. George no recibe la menor recompensa por malgastar su vida. Solo le queda la satisfacción del deber cumplido, pero el Dickens crepuscular de 1868 no se esfuerza en convencernos de que vale la pena. Todo lo contrario.

Cuando sus padres mueren, George se queda solo encerrado con llave en el sótano. Entonces es inocente y brutal como una bestia, se encuentra en estado de naturaleza. El resto de la novela despliega la educación de George y sus consecuencias. Su lectura provoca el mismo trastorno que nos hacen sentir las historias de los niños salvajes, esos niños encontrados viviendo entre animales y a los que algún benévolo preceptor intenta civilizar. La educación de George tiene como axioma la supresión del deseo. Ya sea la ambición, ya sea el amor o el sexo, la piedra angular es la renuncia. El complemento es la sublimación, es decir, la sustitución de los deseos reales por otros deseos ideales, que resultan imposibles de satisfacer o solo reciben la recompensa de la buena conciencia.

A George le enseñan a sentirse culpable de sus deseos

La educación de este salvaje tiene como instrumento la culpa: a George le enseñan a sentirse culpable de sus deseos. De su codicia, de su deseo erótico, de su deseo de fama, de todo. Y el resultado de la educación del salvaje, de su rescate de la naturaleza para devolverlo a la civilización, no es otro que la infelicidad. Dickens coincide con las narraciones de los verdaderos niños salvajes, que jamás llegaron a ser felices, pero ni dejaban de añorar el estado de naturaleza ni se sentían ya capaces de volver a él. Eran, en efecto, animales sin instinto y hombres sin experiencia.

Como señala Francisco Estévez, el realismo victoriano de la segunda mitad del siglo XIX tiene a Charles Dickens como su máximo valedor. La voluntad de entender la realidad es capitaneada en sus novelas por un humor que se balanceó del sarcasmo a cierta ternura con el rodar de los años. Esa cierta suavidad del inglés para con sus criaturas ha sido tradicionalmente vista como algo ingenua y edulcorada.

Todo buen lector verá en estas inquietantes páginas lacerantes dolores, perturbadores traumas, miserias morales más perniciosas si cabe que las económicas. Una comprensión de las mezquindades humanas desde una conciencia más plena que la física, y dirigida hacia terrenos espirituales.

Una muestra más del inmenso talento de Dickens para mostrar la miseria y nobleza del alma humana

Como señala el blog Solo de libros, que Charles Dickens sentía una afinidad especial por los parias y los desgraciados no es ninguna sorpresa; su sensibilidad hacia la gente que sufría unas condiciones de vida miserables es tan intensa que en muchas ocasiones los representa con una profundidad que no se ha vuelto a alcanzar en la literatura.

En 'La declaración de George Silverman' vuelve a centrarse en la figura del desdichado, aunque este breve relato se adentra en los entresijos del sufrimiento sin ambages, sin tramas complejas: el texto es directo y apela a la conciencia del lector, a su sentido humano. 'La declaración de George Silverman' es una muestra más del inmenso talento de Charles Dickens para la construcción de personajes y para mostrar la miseria y nobleza del alma humana.

Como siempre ocurre en las novelas de Dickens, el personaje 'malvado' es determinante en el desarrollo de la historia y en las vicisitudes que correrá el protagonista. En este caso, Hawkyard inculca en el joven Silverman un sentido de la culpa profundo y malévolo, aun cuando sus ideas se contraponen de forma palmaria con sus acciones. El autor nos sitúa frente a la moralidad cambiante de un personaje que solo se preocupa por su propio beneficio, si bien se reviste de honestidad para que los demás crean en su desinteresada fachada. La inocencia y buena voluntad de George ejercen de contrapunto a la funesta presencia del predicador y sus acólitos que consiguen dejar una impronta en el sentido de la honorabilidad del joven.

Este artículo contiene fragmentos del epílogo de Rafael Reig de la edición de la Editorial Periférica