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"No hay que terminar con las bandas juveniles sino con la violencia": la cara oculta de las bandas interculturales

Distintos expertos hablan de prevención y de reinserción de jóvenes en estos entornos

"No hay que terminar con las bandas juveniles sino con la violencia": la cara oculta de las bandas 'latinas'

Madrid

Tres jóvenes entre los 23 y los 26 años han resultado heridos este lunes. Uno de ellos de gravedad, a la salida de una discoteca en Alcorcón, en una nueva reyerta entre grupos juveniles, según fuentes policiales. Este mes de febrero se ha vuelto a poner el foco en las bandas 'latinas' -los expertos insisten en cambiar la denominación a bandas interculturales- por el asesinato de un menor y un joven en Madrid en enfrentamientos entre grupos rivales. Solo en esta ciudad, la Policía Nacional tiene detectados a unos 400 jóvenes como miembros activos de esas organizaciones.

Como ya se ha hablado mucho de perfiles, incidentes violentos y medidas policiales, en La Ventana tratamos el tema desde otro punto de vista. La captación de chavales comienza cuando tienen 12-13 años y nos hemos preguntado qué recursos existen en España para la prevención y reinserción de jóvenes que han estado o están relacionados con estos grupos. Nos hemos puesto en el lugar de un joven o una familia que pueda buscar ayuda para salir de una de estas bandas y lo llamativo es que la única opción que aparece en Internet cuando vinculas los términos “ayuda” y “bandas” es una congregación religiosa, el Centro de Ayuda Cristiano, que a raíz de especializarse en esto, se ha hecho más popular en varias localidades de España. Han creado el Observatorio de Bandas Latinas y desde 2019 elaboran informes propios basados en sus experiencias de trabajo donde ofrecen atención psicológica, orientación laboral y planes de ocio alternativos.     

Jóvenes que han rehecho su vida

En Madrid nos recibe su pastor Alberto Díaz que explica que la pandemia ha incrementado el nivel de captación de las bandas gracias a las redes sociales y a la situación vulnerable que atraviesan muchos jóvenes. Nos presenta a dos personas que militaron en ellas cuando eran menores y que han rehecho sus vidas. Piden que no demos sus nombres por seguridad. "Mi padre era un maltratador y yo quería ser un chico que diera miedo. Mi madre trabajaba muchas horas y daba vueltas por el parque a solas hasta que los conocí. Cuando yo los vi que se saludaban de manera distinta, imponían miedo... eso me llamó la atención. Para demostrar que darás la vida por ellos tienes que hacer una prueba y esa prueba es apuñalar a alguien. Lo hice y entré en el grupo". "Yo también crecí en un ambiente de agresividad y de ver maltratos en casa. Me enamoré de un chico que pertenecía a Los Trinitarios y me inicié. Nos mandaban a sacar información de la banda contraria y también llevábamos las armas para que la Policía nos les pillara", explican.    

Poco a poco se fueron implicando en actividades delictivas, dejaron los estudios y vivían de los ingresos del grupo. Distintas traiciones y convivir con tanta violencia les abrieron los ojos: "Cada vez era más violento, todos mis chicos me daban cuotas para conseguir droga y armas, vi como compañeros caían muertos, dije que se acabó, cada cosa que cometía por la noche no podía dormir".

Otra de ellas nos cuenta que el grupo contrario se dio cuenta de que estaba infiltrada y de ahí pasó a ser amenazada. No la ayudaron, asegura que se lavaron las manos se lavaron las manos. "Me quedé embarazada con 14 años, aborté y se destruyó todo, no sabía cómo afrontar todo y caí en una depresión muy fuerte con pensamientos suicidas", relata. Cuando intentaron salir, amenazados por sus grupos, no sabían dónde acudir, hasta que dieron por familias y amigos con la congregación.

Huir de la violencia

No conocían ningún recurso público especializado en este tema. ¿Existen? "Hay un vacío de programas específicos, existieron en Barcelona y en Madrid pero con una duración limitada, no hay continuidad y esto es clave en enfrentamientos como los que hemos vivido", explica el antropólogo Carlas Feixa de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, experto en organizaciones juveniles de calle, en investigación de culturas de juventud y coautor del libro "El rey. Diario de un Latin King". Hace cuatro años que inició, junto a un equipo de trabajo, el proyecto 'Transgang' que analiza e investiga procesos de mediación y resolución de conflictos que son aplicables a estos grupos en varias ciudades de distintos continentes. "El objetivo debe ser reorientar las conductas de las bandas. El recurso policial no puede ser el único para actuar, hay que empoderar a estos chicos con recursos que les motiven porque cuando entran en una banda no lo hacen obligados sino porque encuentran en ellas algo que no hay en su entorno social, con familias muy ocupadas. Se puede trabajar con estos jóvenes, por ejemplo, a través de la música y escuchándolos".   

Esta línea de trabajo es la que sigue la asociación migrante Rumiñahui. No trabajan para que el joven en cuestión abandone el grupo, sino para que todos dejen la violencia. "Vimos que no daba resultado sacar al joven de la banda porque acaba perdido y recluido así que optamos por trabajar con el líder y cambiar su concepción, que vea que ser el líder es proteger a su grupo, hay que valerse de su propia filosofía", explica su presidente, Vladimir Pasuel. Si están dentro de la legalidad, pueden acceder a sus programas que incluyen formación, ocio y empleo: "Un joven que no tiene empleo es un joven frustrado, hay que creer en los jóvenes".      

La ayuda de las asociaciones

Nos cuesta llegar hasta uno de sus jóvenes porque como ellos dicen, la calle “está caliente", por los últimos sucesos. Finalmente, charlamos con un joven, líder de los Latin. Nos recuerda que, antes de entrar aquí, su agrupación, a nivel nacional, tomó la decisión de dejar la violencia. Pero necesitaban consolidar el modelo. Él consiguió trabajo gracias a la asociación y hasta hizo un curso de mediador. "A todos nos engloban en el mismo saco y no ven lo positivo que hacemos otros. Integramos, por ejemplo, a los jóvenes a través del deporte". Como mediador atendía las necesidades de los chicos/as de su grupo y de otras bandas, "si yo puedo, ustedes pueden", les decía. "Si no ayudas a estas personas les mandas a la marginalidad, yo también fui un pieza. la violencia solo transmite violencia". Asegura que ya no atienden a provocaciones y que evitan todo tipo de conflictos: "me enorgullece venir aquí, hacer actos sociales y demostrar que he progresado como persona. Es progreso común". Creen que esto que funciona aquí con Los Ñetas y Latin King podría aplicarse a otros grupos. Piden más inversión para trabajar de manera integral con jóvenes y familias. Los educadores insisten en ello además, porque está comprobado que funciona.      

En el centro Jara, de financiación público-privada, están detectando que muchos de sus chicos y chicas están coqueteando con bandas. Juan Molano, su coordinador, nos cuenta que se basan en estrategias socio-educativas que les ayudan a reaccionar ante los conflictos, a trabajar la empatía y la autoestima, recursos son fundamentales para que el joven trabaje su identidad. "Nosotros partimos de la premisa de que las bandas no son malas, lo son cuando obligan a conductas violentas", pero muchos jóvenes necesitan estar dentro de un grupo y de alguna forma "nosotros podemos ser su banda", un referente positivo donde se sienten respaldados. Hacen reflexionar al joven para que se desvincule por sus propios medios, de los problemas. El éxito de su planteamiento socio-educativo lo encontramos en una joven que entró con 8 años en este centro para refuerzo escolar. Cuando con 16 tuvo que decidir si entraba o no en uno de estos grupos se alejó. Ahora quiere ser integradora social y nos recuerda dos cosas importantes: este problema es de todos como sociedad.

Para terminar escuchamos a los vecinos del barrio de Usera en Madrid para conocer, de la mano de Joan Gimeno, cómo conviven sus vecinos con esta problemática.

Laura Piñero

Cartagena (1985) Periodista de la SER desde 2009....