La paloma de la paz hace días que ha emigrado
La Firma de María González López

La paloma de la paz hace días que ha emigrado
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Aranda de Duero
Amanece, sobre la ventana de mi habitación el cuadro que conforman las vistas se colorea con el sol. Un conjunto de edificios de varias plantas ejercen de muralla sobre una pequeña plaza ajardinada, un bar despliega su terraza colonizando la acera y transeúntes pasean ajetreados hacia sus respectivos trabajos y escuelas. Escasas cosas se alteran, el número de personas que lo recorren, la luz que arroja el cielo o la ropa que ondea como banderas sobre los balcones. Es el paisaje de una rutina inerte pintada por la paz.
Al otro lado de un mapa cada vez más agrietado por fronteras que no obedecen a la sensatez, el Sol se ha cruzado en su salida con estrellas fugaces que en lugar de llevar anudadas a sus estelas deseos, terminan fundiéndose en destrucción. Allí los cristales de las ventanas son mosaicos y esos miradores solo dejan vistas hacia un lienzo agujereado por los misiles que permanece en constante cambio. Es la pintura de un conflicto que invade la cotidianidad, la felicidad y la vida.
Los gritos de no a la guerra se han difuminado en el eco de los bombardeos, nuestros telediarios tratan de informar en mitad de un caos que regresa desde la segunda guerra mundial, y en las redes sociales y diálogos callejeros el miedo enquista las encías y ensucia las sonrisas. Una sensación de incertidumbre nos abriga hasta ahogarnos confirmando que, la realidad supera a la ficción desde 2020 hasta este habitáculo de calendario.
No obstante, tras dinamitarse bloques de viviendas, aeropuertos, las conexiones neuronales de Putin y puentes, físicos y comunicativos, la violencia ha sido el único idioma del gobernador de Rusia y la lengua en la que los organismos internacionales deben hablarle para que los entienda.
Este instante de la historia, que es más propio de épocas pasadas, late hasta el estallido de las bombas sin que ningún ciudadano del mundo se proteja de ellos en refugios antiaéreos ni hipocresías, el sonido de los tanques al aplastar la poca seguridad que quedaba sobre las calles de Kiev se asemeja al de los llantos que no regarán la primavera que está por venir, los kilométricos atascos de próximos exiliados son la nueva frontera y los comunicados de la ONU y Europa llevan enredadas las temidas consecuencias de una ayuda militar en las cuerdas vocales, tan tensas como el silencio que nace tras una explosión.
El planeta teme a cada giro que todo se vuelque en la aniquilación de si mismo, sin embargo, buscamos la salvación de una humanidad que se ha perdido hace tiempo al no haber sido humanos brindando un amparo a la población ucraniana.
Hoy, ha vuelto a amanecer, con tejados despeinados de palomas y la misma pintura de siempre sobre mi ventana, músicas de festejos y disfraces de un carnaval que ya no canjea las máscaras venecianas por las mascarillas, y por suerte nuestra vida prosigue sin demasiadas perturbaciones en un plano cercano, ya no se disfraza de una normalidad que no nos correspondía.
En Ucrania también ha amanecido, pero allí los tejados se vuelven efímeros con los aviones surcándolos sobre las nubes, la paloma de la paz hace días que ha emigrado, el metro se ha convertido en el hogar de muchos, padres a sus hijos enmascaran con mentiras piadosas que hacen de coraza para la inocencia una realidad que nadie merece y su carnaval es una nueva normalidad injusta que se revela con civiles que se disfrazan de militar sin haber manejado un arma nunca antes, al compás que se dirigen al frente a defender lo poco que queda de un país en peligro de extinción por la invasión y el abandono.




