Mestalla

Valencia

Despertar y sentir ese cosquilleo inconfundible previo a los grandes partidos. Mirar el reloj setenta veces deseando que sea la hora del pitido inicial. Los nervios en el estómago cruzando el Puente de las Flores en dirección a Mestalla. La llegada puntual del autobús en una Avenida de Suecia repleta de bufandas al viento. Las banderas flameando en la cúspide del Gol Norte. Juan Sol y el 'Lobo' Diarte, desde la esquina que comparten con Españeta, comprobando que los aficionados llegan en tropel. La ciudad envuelta en un inconfundible aroma a pólvora y fiesta. El murciélago sobre las barras vigilando desde arriba. La entrada en fila de los jugadores en el vestuario. El momento de salir a calentar en el que el estadio se viene abajo. Repasar a voz en grito con el speaker los nombres del once inicial. El saque de centro. El minuto 19. Y el 20. El vértigo. La vida. Y ojalá que, al filo de la madrugada, la gloria. Eso es ser del Valencia. Pase lo que pase. Lo grande es poder vivirlo.