El sótano

Berlín

Los primeros sótanos que visité en Alemania acabaron con el mito del lugar nostálgico que construyen las películas de Hollywood, en el que sólo hay lugar para el recuerdo. Esos sótanos que yo conozco son lugares ordenados, en algún caso, hasta pulcros, en los que, por supuesto, encuentran su sitio esos cacharros que pensamos que pueden servirnos algún día, aunque llevemos cinco años sin emplearlos. Cumplen así la función de trastero que muchos cordobeses tienen, o bien junto a la plaza de garaje, o bien junto a la azotea.

Pero en esos sótanos suele haber también una o dos estanterías bien ordenadas en las que las familias guardan las conservas de producción casera realizadas con los productos del jardín propio o de algún familiar: compota de manzana, diferentes tipos de pepino en diferentes tipos de salmuera, mermeladas o incluso guisos de carne envasados al vacío. Alimentos que se van produciendo, consumiendo y reponiendo a lo largo del año. Pero además de esa función de conservar para consumir lo propio, las viejas generaciones nunca perdieron la costumbre de guardar, por si hacía falta. Los hijos de la Segunda Guerra Mundial crecieron en un país destruido y dividido y, a pesar del progreso económico y social, siempre sintieron la amenaza de una nueva guerra porque sus padres habían vivido la última y sabían lo poco que se necesitaba para desatar otra.

Los hijos y los nietos de esa generación sonreían siempre, cuando los abuelos decían eso de nunca se sabe, es mejor estar preparados. Ahora son esos nietos los que, como mínimo, piensan en reordenar sus sótanos y librarse de algún trasto para tener más sitio para cosas que puedan hacer más falta. Nadie esperaba hace dos semanas que Europa estuviera donde está hoy.