Prohibido hablar de guerra en el país que empezó la guerra
Informar desde Rusia no es tarea sencilla. Los aires de apertura que llegaron tras la caída de la Unión Soviética dieron paso hace ya años a un férreo control de la información por parte de las autoridades rusas. Con Putin en el gobierno, la ley sobre agentes extranjeros hace casi imposible para un periodista mantener una posición crítica en un medio independiente. La guerra de Ucrania ha intensificado ese control pero la respuesta de empresas privadas como Twitter o de la Comisión Europea está generando también reacciones contrarias
Episodio 10 | La invasión de Ucrania
Madrid
Una realidad paralela. Algunos de los ciudadanos rusos que están siguiendo desde su país la evolución de la guerra en Ucrania describen así lo que les llega a través de los medios de comunicación nacionales. Mientras las principales cadenas internacionales dan cuenta de los ataques de las tropas rusas o del avance de sus blindados, ellos escuchan relatos sobre los logros de los combatientes prorusos en Lugansk y Donetsk, o reciben el mensaje de que los ucranianos se están comportando como auténticos fascistas neo nazis a los que no les importa usar a los niños como escudos humanos.
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El día que empezó la invasión, el jueves 24 de febrero, el periodista Dmitri Murátov, premio Nobel de la Paz y director de Nóvaya Gazeta, colgó un vídeo en la web de su diario explicando que Putin había iniciado una guerra por la que sentía vergüenza y a la que los rusos tenían que oponerse. Poco después el Kremlin prohibió a los medios usar la palabra “guerra”.. para referirse a lo que ellos consideran una “operación de liberación de los territorios de Lugansk y Donetsk”. El video de Murátov desapareció de la web del diario.
“Yo llegué allí en septiembre del 91, cuando aún existía la URSS, y trabajar era muy complicado”, recuerda Francisco Herranz, que pasó allí más de cinco años como corresponsal y compara lo que está viendo ahora con lo que vivió en su momento: “Pasaba lo mismo en la guerra de Chechenia, que definían sólo como una operación antiterrorista”.
Herranz nunca ha roto sus vínculos con aquel país. Cuando regresó escribió el libro “Gorbachov, luces y sombras de un camarada” y desde hace 8 años colabora con la agencia oficial rusa Sputnik. Dice que en todo este tiempo la relación ha sido muy buena, nunca ha tenido problemas y le han publicado sus crónicas sin tocar una coma, aunque admite que a partir de ahora la situación puede cambiar: “Se me plantea dilema moral porque no quiero participar en esto, condeno absolutamente la invasión y el ataque; los argumentos van por un lado y los métodos, que son deleznables, por otro”.
Javier González Cuesta lleva también 8 años como periodista en Moscú. Desde allí colabora con El País y con la Cadena SER y de momento tampoco ha tenido problemas con las autoridades rusas, aunque considera que “con la política de prensa los últimos 20 años lo que se ha conseguido es que los rusos ya no confíen en los medios, en ninguno, mucha gente tampoco confía en lo que cuentan los medios occidentales”.
A la actividad habitual del Roskomnadzor, se unen estos días medidas de control y presión adicionales, como la prohibición del uso del término “guerra”. La periodista Elena Chernenko fue apartada tras promover un manifiesto por la paz que ha quedado paralizado. La “desinformación” sobre lo que está pasando en Ucrania se puede castigar con elevadas multas pero también con penas de cárcel. Y como cabía esperar, el Kremlin ha ordenado el bloque de media decena de medios occidentales, entre ellos BBC, Deustche Welle o Meduza (un medio escrito por periodistas rusos desde Letonia), en respuesta al bloqueo de la televisión Russia Today y la agencia Sputnik anunciado por la Comisión Europea.
Todos los periodistas de esos medios vinculados al Kremlin, y otros freelance, han visto como Twitter les etiqueta desde hace días con la frase “afiliado al gobierno de Rusia”. La medida afecta también a algunos periodistas freelance que no han recibido ninguna explicación. Para Reporteros Sin Fronteras, “esto puede suponer un linchamiento para compañeros por hacer un retuit, porque no está claro ni cómo funciona; letras escarlata, no, pero esto es consecuencia de que estamos a merced de las plataformas que escapan a cualquier control”.
La explicación nos la da Edith Rodríguez, vicepresidente de la sección española, que tampoco comparte el bloqueo en Europa de los medios pro Kremlin (“por principio rechazamos que un poder ejecutivo decida cerrar o vetar a un medio”) aunque reconoce un trato desigual sobre el que su organización hace tiempo que pide medidas (“hay una asimetría impresionante entre la libertad de la que gozan en suelo comunitario medios de Rusia o China a las que se les da todo tipo de facilidades, y las que ofrecen esos países en los que la prensa occidental está totalmente controlada y vigilada”).
Con la prensa occidental en esa situación, y la prensa rusa casi sin medio independientes la pregunta clave sería si los rusos se están enterando de lo que pasa en Ucrania. “Informarse bien es complicado, exige un esfuerzo para acercarse a las redes sociales que sólo hacen la población urbana y más joven”, responde Edith Rodríguez. En la misma línea Francisco Herranz considera que “gracias al uso de Internet ya da igual que la Rusia oficial siga diciendo que es una operación especial porque ya todo el mundo sabe que esto es una guerra”. “El ciudadano ruso sabe lo que está pasando, es el tema del que todo el mundo habla, es imposible taparlo, la gente no entiende para qué están muriendo rusos en Ucrania”, concluye Javier González Cuesta. “¿Reciben desinformación? Muchísima, pero son adultos”, añade.
Por cierto, tras consultar con sus lectores, Nóvaya Gazeta ha decidido acatar las órdenes y seguir informando sin usar la palabra “guerra”. Quizá, como decía uno de sus lectores en el mensaje que les envió cuando lanzaron la consulta, eso sea lo más importante: “Sigan trabajando, por favor. Lo entenderemos todo”, les pidió.
Rafa Panadero
Ha desarrollado casi toda su carrera profesional...