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Brenda Navarro habla de la precariedad y el racismo tras una vida rota por el suicidio

La escritora de 'Casas vacías' regresa con un relato sobre el suicidio, la precariedad y el racismo con la novela 'Ceniza en la boca'

Brenda Navarro / cedi

Hay artistas en tránsito. Que están y no están. Que aparecen solas, pero detrás hay toda una red de mujeres y escritoras. Quizá una red no tendida, ni preparada, pero que emerge y aparece. Es la red que une a Brenda Navarro con Dolores Reyes, con María Fernanda Ampuero. Últimamente, las grandes sorpresas literarias llegan desde Latinoamérica. Son voces de mujeres que hablan de un mundo herido y también en tránsito. Un mundo donde hay violencia, precariedad y falta de sentimiento. A veces van al terror o al realismo mágico. Otras veces al retrato más veraz de la realidad.

En este último plano se sitúa la mexicana Brenda Navarro, que dejó muy buena sensación con Casas vacías, su debut en España. Ahora regresa con Ceniza en la boca, en la misma editorial, Sexto Piso. Es un retrato tan íntimo como político. Una cronología del suicidio de un hermano, un adolescente que no puede asirse a este mundo. También una mirada a las mujeres, y a lo que cuesta unir identidad y lucha material, el gran reto de la izquierda. Las llamadas Kellys y su lucha, el racismo, el sexo, el acoso... todo aquello que interfiere en la salud mental y en las vidas precarias, parafraseando a Judith Butler, encuentran su hueco en esta novela.

Vuelves a afrontar la maternidad, después de Casas Vacías, desde otra perspectiva, más como la mirada de los hijos hacia los padres aquí, ¿por qué?

Creo que no fui muy consciente de esto hasta que terminé la novela. Creo que me interesa hablar de maternidad porque sigo pensando que es en la maternidad dónde se sustenta la sociedad en la que actualmente vivimos. En España y México hay muchas similitudes en este sentido. Me parecía que la madre del protagonista sabía lo que significaba la maternidad, la tenía bien ubicada, y lo que quería era sobrevivir y dar lo mejor a sus hijos. Siempre he escuchado en Latinoamérica eso de que no hay mejores jueces de lo que hacen los padres, que los hijos. Yo creo que eso es un poco injusto porque como adultos llega un momento en que tenemos que hacernos responsables de nuestras decisiones, por muy traumática que haya sido la infancia. El personaje de Diego hace eso, lo que pasa es que los adolescentes no tienen todas las herramientas para hacerlo y eso más que una responsabilidad familiar yo me decanto por una responsabilidad social.

Abordas el suicidio que es un tema del que no se hablaba hasta hace muy poco, ¿por qué es necesario acercarse a él?

Es necesario porque es un dolor que tenemos atravesado y que con la pandemia ha sido muy evidente y no hemos podido sentarnos a hablar largo y tendido de qué está pasándonos como sociedad y el dolor que tenemos como adultos y dolor que le estamos transmitiendo dentro de nuestras narrativas a los adolescentes y niños. Y cómo estamos dejando que naveguen solos. Creo que en esta pandemia nos hemos dado cuenta de que también estamos solos, que ser adultos no nos acerca a nuestros padres y abuelos, que traemos un dolor que necesita ser supurado. Esa herida nos afecta socialmente, pero sobre todo a las nuevas generaciones. No les estamos dando ni el confort adecuado ni el cariño que no solicitan, porque en la adolescencia no se pide amor. Este momento implica decir que no sabemos cómo hacerlo, pero sentirnos e intentar algo. En eso radica mi esperanza como escritora, pero sobre todo como mujer.

En esta novela están presentes la xenofobia, la precariedad, la violencia o el desarraigo, son cuestiones o problemas que inciden en la salud mental de los protagonistas, igual que en la del resto de la gente que los sufre, ¿por qué no se menciona todo esto cuando se habla de salud mental?

Creo que racismo y capitalismo vienen de la mano. Están cimentados y son las bases en cómo se está sustentando ahora mismo lo que significa ser nación. Tiene mucho que ver con quién tiene derecho a una vida y a vivirla. Ese derecho de sentirnos humanos parece que solo corresponde a unas personas en ciertos lugares y ciertas situaciones. Cuando hablamos de ello como sociedad hay una deshumanización muy grande. No importa si soy latinoamericana, árabe o lo que sea, somos humanos. Este es el momento de empezar a conversar sobre los privilegios que tratamos de mantener en un estado del bienestar tiene que ver con el sufrimiento de otras personas, que no los pueden enfocar, porque no pueden hablar. Los adolescentes no se saben distintos a los otros, hasta que tienen que convivir con esto. Este es un choque cultural muy duro, muy fuerte y que se niega. Si nosotros hablamos de por qué hay ciertas personas que pueden ser refugiadas y a otras que no les permite, es seguramente porque eso nos va a venir a demostrar que estamos sosteniendo nuestras vidas a base de su trabajo y de sus países. Es una conversación que no es fácil y que los gobiernos no quieren tener.

Aparece también un tema que ha dividido al feminismo, ahora que celebramos el 8M, sobre la lucha de las mujeres trabajadoras del hogar

Es un gran tema, cuando sabemos que el 8M de pronto está dividido. Es un momento muy complicado y es así justamente porque nos han hecho creer que la comunicación, emisor y receptor, no puede cambiarse de lugar. Es como que el que es emisor no quiere despegarse del micrófono. De repente se habla de igualdad, pero para qué, ¿para hacer lo mismo que el patriarcado? Se supone que hay una ley para que a las mujeres trabajadoras del hogar tengan los mismos derechos, pero a la vez no se firma la convención de Ginebra. Cuando se reconozca no vamos a salir bien pagados. Es muy fácil para las narrativas oficiales sentir que esto es solo responsabilidad de la ciudadanía, cuando son ellas las que están permitiendo que los discursos de odio se perpetúen. Las trabajadoras del hogar estaban hablando con los movimientos feministas y de pronto ya no hay diálogo. Creo que no lo hay porque puede que a algunas les toque no ser las emisoras y eso es difícil de encajar.

Hay otra idea que estaba en tu anterior novela y que vemos también aquí “Cualquier relación en la que hay afecto va a terminar por dañarte”. ¿Esto ocurre con independencia del papel que tenga cada individuo en una relación?

Lo he estado conversando desde Casas vacías, y me gusta que lo traigas a la conversación. En el fondo lo que tratamos de buscar es la felicidad. Sentirnos cómodas, satisfechas, contentas con una vida que está cimentada en que nunca estemos satisfechas del todo. Creo que tenemos que entender la idea de que nunca vamos a ser felices y a partir de ahí es más fácil desde la infelicidad y la desesperanza encontrar nuevos caminos para relacionarnos. Del estado todos rotos construir algo nuevo. Quizá es más bonito desde los afectos todo. Lo digo desde acá, porque creo que en América Latina ya se está ejerciendo, lo que pasa es que la vida urbana no nos permite crear ese tipo de redes.

Dijiste una vez que te considerabas una autora en tránsito, ¿Qué significa eso?

Me parece que mis lecturas no van a pasar a la historia. En el año 3000 si todavía existe la humanidad, nadie va a leer a Brenda Navarro y eso está bien. Está bien entender que una es parte de un contexto. Entender eso te quita mucho peso de lo que quieres decir como escritora y te centras en los intereses que te están moviendo y no obsesionarte con el canon. Así se vuelve más sincero todo. Nosotras vamos a seguir conversando, hablando de lo que nos duele. Quizá tengamos pensiones, si las tenemos, muy precarias, pero vamos a seguir para que las nuevas generaciones no partan desde cero. Tengo mucha esperanza en las adolescentes que ya entienden muchas cosas que a nosotras nos costaron muchos años. Seguro se enfrentarán a nosotras, nos dirán que lo hacemos mal, pero ya no partirán desde cero. En el caso de los hombres, como le ocurre al personaje, es distinto. A los hombres no se les permite tener estas relaciones, abrirse, sentarse y ver el dolor que hay. No pueden expresarlo y está bien que lo hagan. No les estamos permitiendo que los expresen ni a los hombres ni a los adolescentes.

¿Encuentras correspondencias con otras autoras o autores mexicanos en temas de maternidad, paternidad, la familia, o incluso desde posicionamientos estéticos?

Creo que sí y que no está premeditado. Dolores Reyes que en su novela Cometierra se dije “yo no tengo nombre”. En la mía también se termina diciendo eso. Realmente estamos hablando, hay vasos comunicantes que nos hacen tener las mismas problematizaciones. Otra escritora mexicana escribió un libro antes que yo sobre el suicidio de un hermano. Nos están preocupando las mismas cosas. Las mujeres nos hemos dado cuenta de que nuestros dolores están compartidos también en los que creíamos que eran los malos. Tratar de entender ese dolor no es para justificarlo, sino para ver cómo salimos de esto. Siento que las escritoras de ahora estamos hablando y sacando a la luz los problemas. Eso es fundamental y me parece increíble que esté sucediendo en la literatura, especialmente de mujeres, de dejar de vernos el ombligo.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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