McDonalds y Juan Guaidó

Barcelona

En el centro de Ekaterimburgo, Rusia, no muy lejos de donde los soviets mataron al zar Nicolás II y a toda su familia, un año después de empezada la revolución, hay un monumento a Lenin. Frente por frente, en los bajos de un edificio coronado por un escudo soviético, hay un McDonalds, una de las muchas y significativas paradojas de la Rusia actual o la de ayer, porque hoy sabemos que esta cadena de comida rápida, juntamente con Coca Cola, Starbucks, Pepsi y otras muchas, abandonan aquel país, sumándose a la demanda de Joe Biden de aislar económicamente a Rusia.

De paso, el presidente norteamericano ordena dejar de comprar petróleo a Putin y este contesta limitando la huida de capitales extranjeros a solo diez mil dólares. A estas medidas de presión, los Estados Unidos añaden el cambio substancial de su geopolítica, abriendo diálogo y negociaciones con Venezuela y recuperándolas también con Irán. Los demonios de ayer hoy lo son menos, porque los Estados tienen intereses y no tienen amigos. Y ahora, a la vista de este giro inicial, también haría falta añadir que tampoco tienen enemigos, por los menos enemigos permanentes, porque igualmente eso sería imputable al locuaz Nicolás Maduro, que, según el New York Times, como contrapartida a esta primera toma de diálogo, habría soltado a tres detenidos y encarcelados norteamericanos que Biden hubiera pedido como muestra de voluntad para seguir negociando.

Nicolás Maduro, el héroe y a la vez también el heredero del promotor de aquella imagen de que los norteamericanos se parecían al demonio por su olor de azufre. En medio de todo eso. Y esta es la duda razonable. Juan Guaidó, el supuesto presidente legítimo y en el exilio, largamente avalado y promocionado por los Estados Unidos, está a punto de pasar a la historia del olvido